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Requena (28/06/18) LA BITÁCORA – JCPG


A veces uno no sabe dónde mirar. Quizás a los cuadros colgados. Pero tal vez lo más interesante no esté en lo superficial, en el muro de un museo o una exposición. Se trata del fenómeno tantas veces repetido de aquello que despierta nuestra curiosidad. El ser humano es curioso por naturaleza. ¿Quién puede resistirse a indagar aquello que puede estar más allá? Lo hemos hecho siempre, incluso desde antes del mundo griego antiguo y su revolución filosófica.
Sin embargo, últimamente estoy comprobando que se producen fenómenos interesantes relacionados con este mundo artístico y, especialmente, con la percepción que tengo de todo ello. Porque al fin y al cabo, esta columna no responde a más seña que la impresión personal.
En nuestra sociedad, donde el culto a las novedades es precisamente esto, un culto casi religioso, lo nuevo no es simplemente algo nuevo, sino un paso más allá, un proceso de escalada hacia el progreso, hacia la perfección. Así lo transmiten los medios. Así lo percibe buena parte de la sociedad. Es difícil sustraerse de esta dinámica.
La Fundación Bacaja expone la obra de José Manuel Ballester, un fotógrafo y pintor madrileño, que ha tratado de vaciar los cuadros de grandes pintores. La muestra está hasta el final del verano, y no deja de ser interesante. Porque nos coloca ante una circunstancia absolutamente nueva. ¿Hemos llegado a concebir la obra de los grandes pintores como una creación donde está ausente la figura humana. En “La Anunciación” de Fra Angélico, que tenemos a continuación, han desaparecido los cuerpos, la arquitectura que proporcionaba el ambiente está vacía. Es una arquitectura, en este caso, que ha perdido el alma, que carece de sentido, es incomprensible. No hay sin espacios vacíos, insustanciales, que no dicen nada, porque formaban parte de un todo y ofrecían un mensaje dentro de ese todo.

Las críticas pueden comenzar. Profanación de los grandes autores. Insulta al gran arte. Todo es posible. Pero, desde mi punto de vista, cabe interrogarse sobre el sentido de algunas de las líneas del arte contemporáneo. ¿No está derivando el arte moderno cada vez con mayor rapidez hacia el parasitismo? ¿No es posible inventar cosas nuevas? ¿Debe echarse mano del pasado para sobrevivir en el presente? Por momentos parecería que las vanguardias están agotando sus energías y necesitan del pasado no como inspiración, sino como fuente total de su sabia creativa.

Un Van Gogh sería incomprensible sin su batalla por desligarse de las normas y alcanzar la libertad de expresión emocional en la pintura. El color se convirtió en su gran medio expresivo. Aquí tenemos su autorretrato, con pinceles en mano, de 1889, cuando ya la enfermedad mental empezaba a afectarle.

No hay duda que Ballester también realiza su particular batalla contra lo establecido. Pero quizás utiliza demasiado el arte existente. No bebe de él tanto, como lo instrumentaliza. ¿Qué tiene que ofrecer como nuevo e interesante? Tal vez, en el fondo estas experiencias, apoyadas en medios técnicos actuales como la fotografía digital, sean realmente místicas de la melancolía, relatos cabalgando sobre una novedad que rápidamente se convierte en obsolescencia del arte. Hay en este bastante de significado antropológico: una sociedad que quema naves constantemente, casi como un automatismo sin mucho sentido, precisamente por ese desmedido culto a lo nuevo que la anima.

No puedo desligar esta exposición de otras experiencias de estos días. Al final, todo lo interrelacionamos en nuestra mente, aunque sean asuntos diferentes y dispares. Por ejemplo, la Noche de San Juan. Estuve en Massalfassar, una población al Norte de Valencia, que celebra esta fiesta, al filo de la medianoche con fuego y demonios. Una reinvención constante de una tradición milenaria. El pueblo manteniendo una tradición e incorporando novedades a un conjunto de tradiciones muy arraigadas. Las fotos son elocuentes del culto al fuego. Pero pienso que también de la simbiosis entre tradición y novedad. Se mantiene lo esencial, seguramente desprovisto de las connotaciones religiosas y mágicas que contenía en el pasado, pero incorporando las novedades de los monstruos encendidos como grandes piras. El pueblo reinventa la tradición. No estoy seguro de que las vanguardias del arte contemporáneo utilicen el pasado como un reservorio de energías tanto como un gran cuerpo sobre el que ejercer su parasitismo.

En Los Ruices, a 26 de junio de 2018.

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