LA BITÁCORA DE BRAUDEL/JCPG
Hay cosas que se han ido acumulando. Hasta que llegamos a hoy; todo el mundo habla del resultado de las europeas; desafección, hartazgo del bipartidismo, hastío de la desolación sembrada por la crisis, transformación de la miseria y la inseguridad en votos; tantas explicaciones posibles. Todo se acumula en esta vida. Cansancio, frustraciones, odios, amores. Pero también todo es extraordinariamente efímero. Las elecciones; ¿nos acordaremos de ellas dentro de un par de meses? ¿Nos acordaremos cuando el sistema democrático reconstruya sus vigas de legitimidad popular y siga prevaleciendo un bipartidismo o a lo sumo un tripartidismo? Apariencias de cambio; en realidad, todo es más que nada lampedusiano. El bipartidismo sigue intacto, con casi un 49% del voto; extrapolar este voto a las nacionales es tan arriesgado…
Hagamos algo de historia. Europa es una creación de la Edad Media. Como tantas unidades históricas, es el resultado de pegar trozos de aquí y de allá; es el resultado de pedazos que han ido pegándose unos a otros con el paso del tiempo. La Europa de 2014 es el fruto de unas complejísimas corrientes políticas, económicas, culturales y filosóficas. El resultado es el que ahora contemplamos en buena parte por los catastróficos avatares del siglo XX, con esa guerra civil europea que lo protagoniza de cabo a rabo.
Una constitución se elaboró para Europa hace ya algunos años. En algunos países, los ciudadanos rechazaron el texto en referéndums. El texto carecía de la más mínima legitimidad, salido de unos políticos y juristas despegados de las realidades cotidianas de los países. Recuerdo que durante los debates de la elaboración constitucional, los grupos más conservadores pugnaban por incluir el principio del reconocimiento del cristianismo como una fuerza histórico-ideológica capital en la conformación de Europa. No les faltaba razón, por lo menos en parte. Por encima de las fronteras que la separan, el cristianismo confirió a Europa una conciencia comunitaria; el tiempo y la evolución cultural han convertido esta conciencia en laica, y el principio del laicismo se ha convertido en la actualidad en una conciencia europea.
¿No ha definido el judaísmo la conciencia europea? El pensamiento europeo de toda naturaleza está atravesado por principios y elementos puestos en juego por los intelectuales judíos de todos los tiempos. La vocación mercantil holandesa está impulsada por el judaísmo allí instalado, un judaísmo que es en una proporción nada desdeñable de estirpe sefaradí. La conciencia europea también acrisola en sus estratos niveles de destrucción en masa. La visita del papa el otro día a Jerusalén tuvo cita ineludible en Yav Vashem, el Museo de la Shoa. El Holocausto, el asesinato de al menos 6 millones de judíos (los archivos de la destrucción siguen escrutándose y ya se está incrementando el número de los asesinados), forma también un cimiento sombrío en el edificio que es Europa.
¿Y el Islam? Hoy es europeo en forma de inmigrante; más aún, de hijo de inmigrante norteafricano. Por tanto, ha sido y es una pieza significativa del motor económico europeo. Hablar del humus cultural islámico de la España de hoy, aunque lo niegue tan a fondo y se empeñe en separarse tan esforzadamente de sus raíces islámicas, o el de la Italia sureña, quizás pudiera ser innecesario, pero es ineludible. No es sino el palpable rostro de un Mediterráneo cajón de sastre cultural que pugna por renacer y reinventarse constantemente.
Pero todo esto nos lleva muy lejos del presente. ¿Es necesario ir tan atrás? Claro que sí. Con un poco de suerte, estos fenómenos originarios arrojan algo de luz sobre ciertos procesos que vivimos con intensidad.
Tres muertos en el atentado del Museo Hebreo de Bruselas. Ironías de la historia: hoy, en una Europa donde las comunidades judías son prácticamente residuales, el antisemitismo sigue más vivo que nunca. ¿Será preciso recordar los twits pletóricos de odio antihebreo de los resentidos con la derrota del Real Madrid de baloncesto en Tel-Aviv? También esto es Europa: la Europa reaccionaria, la del odio religioso y cultural.
Europa también es rural. Es urbana, quizás industrial todavía. Pero también rural. Aquí estamos nosotros. A comienzos del siglo XI (vamos a dar la matraca con más historia), con el feudalismo de los nobles y guerreros en marcha, un fraile, Alperto, se afanaba por denunciar las costumbres escandalosas y abominables que anidaban en las ciudades. Entonces estaban renaciendo las ciudades, con sus artesanos, sus mercaderes, frailes, prostitutas y un hampa de todo color.
El acabóse. Aquellas ciudades que escandalizaban a Alperto han devenido en las inmensas urbes de hoy en día. Aquí ha germinado el nuevo concepto europeo resultante de las grandes hecatombes humanas de la Primera Guerra Mundial y la Segunda. Es la Europa de los mercaderes, de las multinacionales, del capitalismo; pero también de las libertades, los derechos humanos y el progreso.
Si es que todavía tiene aliento, el mundo rural por un pedazo de pan en esta Europa que parece vivir a sus espaldas. ¡Qué miopes! Más que de un continente, se trata del planeta entero. Ensimismados en torno a nuestra chimenea, que nos da calor y seguridad, no acabamos de ver la realidad. Colón abrió las puertas a una auténtica mundialización; Internet ha rizado el rizo y la ha convertido en globalización. Somos un pequeño trozo del mapa. Producimos vino, pero también lo hacen en Australia y Chile. ¿Derrotismo? No. Realismo. No puedo predecir el futuro, sintiéndome tan inseguro con el pasado. Pero el rebrote del nacionalismo con los crímenes de Bruselas o el racismo de estirpe aranista (por Sabino Arana, el fundador un tanto chiflado del nacionalismo vasco) del alcalde de Sestao, no pintan bien. Los siglos han sembrado tanto odio… y el odio es como el aire para los chiflados.
En Los Ruices, a 27 de mayo de 2014.