EL OBSERVATORIO DEL TEJO /
Sorprendentes pudieron resultar a pie enjuto, para quienes no sigan a diario la vida y milagros de nuestros próceres políticos, las sonoras declaraciones del antiguo JEMAD José Julio Rodríguez Fernández, al no ver culminadas sus expectativas puestas en salir elegido representante de la ciudadanía en el Congreso de los Diputados, en la última convocatoria electoral cuyo proceso final tuvo lugar el pasado 26 de junio. En esta ocasión vinieron a ser los electores de Almería, como anteriormente fueron los de Zaragoza, quienes no tuvieron fe en las supuestas bondades de este hombre y, en consecuencia, le dejaron fuera de toda posibilidad de ejercer la representatividad popular en el máximo órgano legislativo del estado.
Esta redundante actitud popular, no aparenta haber sido del agrado del exmilitar, quien se despachó, sin el menor sentido del recato, largando unas declaraciones tan intempestivas como autoritarias (de casta le viene al galgo): “Si hay algo deprimente es que la mitad de los electores no quieren ningún cambio. No creen en la ética, y eso…empieza a ser peligroso”.
Ante esta contundente y definitiva afirmación me atrevería a preguntar al ilustre castrense: ¿Qué significa para usted la ética Sr. Rodríguez? Para precisar habría que referir si su intención sería el describir a la ética en grafía común o subjetiva, que de todo puede haber, habida cuenta que si a ética nos referimos, alguien podría hacerle llegar a usted la posibilidad de que pueda existir alguna mente humana que medianamente piense, dispuesta a aceptar la idea de ser representada en nuestra superior cámara, por una persona quien ha estado hasta hace dos días ejerciendo la máxima autoridad en nuestros ejércitos, inclinando su cabeza ante quienes hoy aparenta denostar y, únicamente tras serle llevado a cabo su cese como General del Cuerpo General del Ejército del Aire y dejarle en situación de reserva, según consta en la orden de cese expedida con fecha 6 de noviembre de 2015 por el Consejo de Ministros a propuesta del Ministro de Defensa, “por pérdida de confianza y falta de idoneidad, como miembro de la Asamblea de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, a causa del incumplimiento que se aprecia de su deber de neutralidad política en su actual situación militar”. Tras esa decisión, es cuando parece ser que decide usted cambiar de bando y buscar en la otra acera lo que supuestamente en la que hasta entonces estaba se le negaba.
Y para continuar interpretando su peculiar sentido de la ética, elige usted un partido político que, según reflexión de un conocido dirigente socialista, formación con la cual aparentaba hace poco tiempo comulgar usted, deviene regido por personas quienes “se levantan comunistas, comen socialdemócratas y se acuestan dando su apoyo a Álvarez-Cascos«. Curiosa interpretación de la ética la que usted concibe señor Rodríguez.
Puedo entender la circunstancia de que, para una persona de cierta ambición, la cual alcanzó a llevarle al desempeño de puestos de la máxima responsabilidad y ostentación públicas en una profesión ciertamente singular, la idea de ser cesado por pérdida de confianza no haya sido la mejor forma de culminar una carrera. Y también que debido a ello, usted pueda estar ciertamente dolido, pero el tratar de arrojar sus particulares frustraciones a la cara del elector, quien libre y democráticamente acude a ejercer su derecho al sufragio, deviene de una mezquindad y osadía tan manifiesta que lleva a hacer efectiva una vez más, la por otra parte bien conocida máxima de que los electores en general, y el este caso los de Zaragoza y Almería, estaban en posesión estricta de la razón más contundente. A usted no le consideraron apto para representarles, y eso fue todo. Del mismo modo que Roma no paga a traidores, la ciudadanía no suele valorar positivamente los cambios de chaqueta, y el de usted, reconozca al menos, que fue espectacular. Claro que es evidente que su superior concepto de la ética no aparenta casar acorde con el del común de la ciudadanía, pero esto es algo que debe hacérselo mirar usted, no los propios ciudadanos.
Mucho más inteligente hubiese sido a mi juicio que, tras el doble fracaso cosechado por su postulado electivo, en lugar de lanzarle sus reproches a los electores que no le votaron, intentando culpabilizarles de su sonado fracaso, se hubiese puesto a meditar las circunstancias que pudieron darse para que no saliese elegido por una circunscripción en la que anteriormente si alcanzó a serlo otro compañero distinto. Es posible que con ello hubiese podido obtener alguna luz al respecto de cara al futuro. Pero seguramente su marcado sentido del ego le habrá impedido efectuar un acto tan escueto como pueda ser considerada la simple meditación, eso debe quedar en exclusiva para quienes precisen descubrir una verdad de la que usted se siente ostentador por naturaleza.
En el fondo de todo esto, supuestamente pueda estar la idea de que la ciudadanía comience a ser consciente de primerísima mano, del singular concepto de ética que se preconiza en el partido al que usted actualmente pertenece, donde se viene haciendo gala de una especie de despotismo a la moderna con la intención de convencer al ciudadano que sus bondades son las únicas a considerar y, quien no lo conciba así, seguramente es que no tendrán asumido el menor sentido de lo que ellos mismos alcanzan a concebir como una conducta ética (subjetividad elevada a su máximo potencial).
Para ser conscientes del particular sentido de la ética y de la gestión que usted y su actual partido alcanzan a elucubrar, los ciudadanos no han tenido más que hacer seguimiento a la magnífica gestión (según ustedes) llevada a cabo en los distintos ayuntamientos de cierto nivel donde han ostentado el poder desde las últimas elecciones locales y autonómicas. Será casualidad, pero si exceptuamos Barcelona por sus singulares características, el descenso del voto ha sido el mayor y más significativo de todo el contexto electoral en general; será por ética.
Podemos mirarnos al espejo cuantas veces nos apetezca y, del mismo modo tomar a consideración el aceptarnos en calidad de los más bonitos, sabios e inteligentes de todo el universo, y además con más razón que nadie, y despreciar a quienes no asuman nuestra personal visión e, inclusive, como manifiesta Pablo Echenique, extirpar al más viejo y rancio estilo estalinista las “malas hierbas”, que con su singular verdor pretendan matizar el color de nuestro exclusivo punto de vista democrático, pero nada de esto valdrá absolutamente ni un ápice, ni habrá de alcanzar el menor de los sentidos, si todas estas cualidades de las que nos creemos ostentadores en exclusividad, no son vistas de igual forma por quienes deben validarlas y aceptarlas en calidad de lo pretendido. El sentido de la ética es esencialmente objetivo y ecuánime, la particularidad está reñida con su estricta naturaleza, ya pueden dárseles las vueltas que se deseen buscando su distorsión
Si el JEMAD Rodríguez, se dignase a desprenderse del vendaje de ego que cubre sus ojos, alcanzaría a discernir que las personas de su generación, vamos ya teniendo una edad para tomarnos las controversias a pataleta de niño mimado. Esto ya no es el ejército con su estructura verticalista y corporativa donde las órdenes del superior no se discuten, se ejecutan y listo. Aquí el jefe ya no es él, y las órdenes ya no las profiere una persona, las manifiestan, al menos de momento, la confluencia de muchas sensibilidades individuales cuya suma converge en forma de expresión democrática en el interior de un sagrado habitáculo al que se le denomina urna.
En consecuencia, no deviene preocupante, tal y como se lamenta hoy el militar, que esta circunstancia suceda, lo verdaderamente alarmante vendría a ser que todas esas sensibilidades fuesen sustituidas a la fuerza por otra suprema sobrepuesta, tal y como ha venido sucediendo, y actualmente sucede, en otros países de estructura seguramente más propicia a las entendederas del antiguo JEMAD donde la democracia es interpretada según el criterio del jefe supremo indiscutible e indiscutido.
Disfrute usted de su pensión señor Rodríguez, al menos mientras que nuestras posibilidades le permitan hacerlo.
Julián Sánchez