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LA BITÁCORA DE BRAUDEL. JUAN CARLOS PÉREZ GARCÍA.
Vapuleada tantas veces desde el centralismo valenciano en esta España de las autonomías que se ha convertido en un dique para la España de los municipios, aquella que reflejaría mejor, hasta donde es posible, la realidad de los 47 millones de hechos diferenciales que pululan por la piel de toro, nuestra comarca, nuestra Meseta, ofrece pocas ocasiones de unidad. Es probable que una de las pocas veces que el espíritu de comunidad cultural e histórica, por encima de los evidentes hechos administrativos, se materializa sea en los congresos de historia que organiza el CER.

El CER, cuyas siglas son Centro de Estudios Requenenses, va constituyéndose en lo que verdaderamente es: un núcleo de estudios históricos, sociales y culturales de la Meseta. Dos fenómenos han contribuido a la revitalización de un organismo que atravesó épocas de evidente languidez casi mortecina. El primero, la apertura del Archivo Municipal de Requena, repleto de documentación para una tierra que necesitaba imperiosamente examinarse a sí misma en su pasado. El otro, aunque mi amigo venturreño se sonroje, es el papel organizador de primer orden que realiza Nacho Latorre. Él es el alma de estos congresos, un alma grande y poderosa que es capaz de coordinar y movilizar a un nutrido grupo de gente. No descubro nada, y es lo mínimo que puedo decir de esta persona. Los que está leyendo esto lo saben perfectamente.

El congreso del fin de semana giraba sobre el siglo XIX. Rico, complejo, enrevesado, conflictivo; tiene tantos apellidos que llenaríamos renglones reproduciéndolos. El franquismo abominó de un siglo que sintetizaba bajo el epígrafe de liberal. La historiografía post-franquista se volcó en el análisis de la revolución burguesa, esencialmente bajo el paradigma de Marx. La ponencia del viernes sobre el proceso de desamortización, una reforma agraria impulsada desde el Estado y marcada por las urgencias bélicas del mismo, dada lo guerra con el carlismo, tuvo ciertos aires marxianos. Era una investigación concienzuda, pormenorizada y profunda; una investigación imprescindible, sólo a la altura de un primer espada como Alfonso Rodríguez. La ponencia del sábado, debida a Juan Piqueras, tenía como tema el San Antonio antes de 1900. El catedrático de Campo Arcís demostró que lleva, literalmente, la comarca en la cabeza, centímetro a centímetro. Es asombroso el pormenor, el conocimiento del espacio, de las familias, de los procesos de transformación rural.

En el capítulo de comunicaciones, la de Fernando Arroyo brilló singularmente. El tema: la vida rural en una heredad de su pueblo, Fuenterrobles. Arroyo expuso con detalle y para deleite del público algunos elementos de su investigación. La aciaga vida de los campesinos, la corta vida de los mozos de mulas, los salarios, siempre escasos, el escaso excedente para comercializar en una hacienda al borde de la economía de subsistencia.

Podría seguir con las aportaciones. Pero lo llamativo es que el congreso también tuvo sus vacíos. A pesar de versar sobre una centuria cercana, accesible a la investigación, las aportaciones no fueron numerosas y faltaron temas por abordar. Nada de desarrollo político, de anticlericalismo. Me queda la gran duda: ¿cómo es que si la burguesía y los notables fueron los beneficiados casi únicos de la desamortización, los campesinos no abrazaron con mayor convencimiento el movimiento carlista, como ocurrió en otros lugares del país?

El peligro de investigar el siglo XIX es el de contemplarlo bajo las únicas cuestiones planteadas por el presente, prescindiendo de los factores desarrollados a lo largo de la centuria. Este presentismo es peligroso, porque hurta al conocimiento parcelas notables del período.

El congreso es bianual. El próximo, sobre patrimonio y su aprovechamiento turístico. El viraje del presentismo más acentuado todavía. Nada de malo hay en esto, salvo que es un riesgo importante recuperar nuestro patrimonio con vistas únicamente al ocio.

Juan Carlos Pérez García. En Los Ruices, a 12 de noviembre de 2013.

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