LA BITÁCORA DE BRAUDEL. JCPG
El invierno es duro y hay que ponerse a cubierto. El frío es lo que tiene. Pero la primavera y especialmente el verano nos permiten salir y disfrutar del espacio abierto. Evitamos las horas más duras de calor y podemos gozar de buenas temperaturas. Salir a la terraza es una delicia. Si uno tiene una casa, es extraordinario; si posees un piso, con un balcón decente te sirve para obtener el placer cotidiano de salir algún rato al fresco. Y todos sabemos que es un gozo bien suculento apoderarse de un refresco y largarse a la terraza; si es posible complementar el fresco brebaje con un libro, mejor. Y, por supuesto, tiempo por delante. Esto sólo puedes hacerlo en vacaciones o a determinadas horas del día. Envidio a aquellos que tienen una casa con su terracita y pueden disfrutar de una buena sombra para leer, escribir o simplemente pensar.
Lo que traigo hoy aquí son las terrazas veraniegas. Hay una eclosión de las terrazas colectivas de los bares. Todo bar que se precie debe tener una, porque si no puede arriesgar la clientela. Las zonas de terrazas invaden las calles, disputando a los coches su territorio natural. El peatón por sí solo no puede con los coches, pero bien pertrechado de una mesa y una silla es capaz de expulsar al coche y hacerse un hueco. Hacemos a las mesas y sillas de las terrazas dueñas del espacio. Lo curioso es que cuando uno echa un vistazo al interior de los locales, va y resulta que están completamente vacíos: no están más que los camareros. La paradoja es comprensible en ciertos casos en los que el local apesta a fritanga, quizás por falta de una buena evacuación de humos; habría que pensar aquí que las autoridades han dejado de cumplir adecuadamente sus funciones. No puedo pensar otra cosa, cuando entro en algún local pestilente al aceite de las bravas y los calamares y pienso que puedo salir oliendo a estos aceites. Munícipes solícitos a las licencias de terrazas que han descuidado ciertos detalles. No quiero pensar en los vecinos de arriba: mejor no abrir las ventanas. Ruidos, olores. Deben estar contentos con los “terraceros”, esos que las frecuentamos, voceamos, y con los dueños de los bares, generalmente poco educados con los vecinos que tienen que soportar sus negocios. Pero en esto, mejor no entro en más detalles.
Supongo que los vecinos no deben estar precisamente contentos con esta apoteosis de terrazas. Hay un sector de la avenida de Requena que se ha convertido en una zona especial de terrazas. Las mesas han invadido la calzada como ningún otro año. Sólo les falta saltar a la zona peatonal del paseo; más de uno estará soñando con hacerlo y puede que hasta lo haya intentado. No creo haber visto tanta mesa dispuesta en esta zona. Es como si la crisis incrementara el deseo de los hosteleros por aumentar el tamaño de sus terrazas; una especie de salto hacia adelante. Los vecinos tienen ruido, olores y ambiente. No es para alegrarse, desde luego. Las autoridades tienen, supongo, más ingresos, dado que imagino que los locales tributarán en función de las mesas instaladas. Y no corren los tiempos como para despreciar los ingresos que pueden venir muy bien a las arcas municipales.
Hay aquí unas tensiones que son difícilmente resolubles. Los vecinos lógicamente desean determinados niveles de tranquilidad, especialmente en momentos del día concretos. Los locales quieren salir adelante y la opción de la terraza es un recurso atractivo a los posibles clientes. Huelga definir los intereses municipales: están clarísimos.
Parece que tiene mejor gusto la copa de vino en la terraza. Nos hemos acostumbrado a ellas. La prohibición del cigarro interior las ha propulsado al éxito más resonante. ¿Para qué entrar dentro del local si podemos disfrutar del aire libre? Además podemos tener a nuestros retoños jugando mientras nos trajinamos unas bravas y unas cuantas cañas. Pero incluso hay algunos detalles que son llamativos; por ejemplo que en algunos locales no podemos entrar porque apenas cabe su propio dueño. Las terrazas lo son todo. Y el verano no se entiende sin ellas. Además, existe el terracero, el que va de terraza en terraza, como queriendo posesionarse del placer posible que produzca cada una de ellas. Se toma aquí un café, en la otra una caña y en la de más allá otra caña bien fría. De terraza en terraza.
Ahora, la crisis está haciendo mella sobre ellas. Hubo un tiempo en que estaban llenas; pero ya pasó; a veces da pena verlas tan vacías; e estos días esperan la eclosión de las fiestas, en Requena para finales de agosto, luego en septiembre en Utiel. Para los hosteleros es una etapa que sirve para cerrar el ciclo veraniego, a poder ser, como es natural, con suculentos beneficios.
Te sientas cómodamente, una hora, dos o tres; pero sólo te tomas un vino, o una caña; medidas de ahorro. Están los tiempos como para ir tirando las perras. Pero algunos mejor harían en pensar en los vecinos que les aguantan.
En Los Ruices a 25 de agosto de 2014.