Rocío Cortés descabeza el departamento de Urbanismo una hora antes de la moción de censura
Leer más
LEADER está contigo: acompañamiento para autónomos y pymes rurales afectados por la DANA
Leer más
Llega la decisión final ¿será Requena la Ciudad Europea del Vino?
Leer más

La Bitácora //JCPG

Estamos en tiempos de reivindicación de los paisajes; también son tiempos de subrayado de los paisajes como mecanismos de identificación identitaria. Es estupendo que se desarrollen este tipo de sentimientos, a menos que sirvan a la exclusión, fenómeno tan frecuente en nuestra época.

Como herederos de esta tierra, tenemos la obligación de interrogarnos sobre su circunstancia actual y su posible futuro. Los seres humanos, con frecuencia, olvidamos reflexionar sobre el ser colectivo y nos dejamos mecer por el dulce arrumaco del día a día. No pensar; no es mal método en ocasiones, para qué negarlo, especialmente cuando el agua comienza a anegar tu espacio y amenaza con ahogarte. Hemos tratado de conjurar peligros y alejar demonios este fin de semana; el instrumento: el congreso comarcal, que, a estas alturas, ha superado las fronteras de lo puramente histórico, a fin de adentrarse en lo cultural y social. Este tipo de reuniones son como ese soplo de primavera que parece percibirse en el poema de Cansinos Asens; la realidad te asalta al finalizar, pues el soplo frío del invierno se hace presente en su contundente verdad.

“Otoño

Esta tarde de otoño parece primavera.

El aire es dulce y tibio

y hay un sordo rumor germinal en la tierra.

Dijérase que van a florecer las rosas

y a cantar en los nidos los pajarillos nuevos,

y a recobrar su antiguo color desvanecido

nuestros blancos cabellos…

Hay en el aire una promesa venturosa.

La sangre en nuestras venas palpita con ardor,

nos sentimos capaces de un gran amor inédito,

diríase que despierta de un sueño el corazón…

Mas, de pronto, cruel, un viento frío se alza

Y, cual pájaros muertos, caen al suelo las hojas,

y con ellas se entierra toda nuestra esperanza.”

Rafael Cansinos Asens.

Efectivamente, la realidad es que el proceso de despoblación está ahí delante. El Manifiesto de Jaraguas, nombre con el que se han dado a conocer las conclusiones del congreso del fin de semana, es un documento de gran hondura. Sus referencias a los perfiles económicos y sociales de la cuestión han sido concienzudamente elaborados, las exigencias de mejora de los servicios, de superación de la brecha digital, entre otros aspectos, son pilares esenciales no sólo de una dinámica de reflexión intelectual. En realidad, se trata de un programa de acción listo, cocinado, para que una fuerza política audaz y honesta pueda hacerlo suyo.

El Parque de las Hoces del Cabriel siempre sorprende. Aquí estamos ante el despliegue, indómito, imposible de controlar, del río como un brazo más de la naturaleza. El Cabriel es algo grandioso, duro, dramático y hermoso; algo que, en el fondo, nos ofrece algún tipo de coherencia en su desmesura y algún tipo de belleza en su salvajismo. Tuvo en otro tiempo unas determinadas poblaciones en sus márgenes, hoy reducidas considerablemente. Entonces era como si las gentes tuvieran (los que todavía viven a su vera aún deben de poseerla) una atracción por los límites, por la frontera, por lo salvaje.

Estoy leyendo el último trabajo del infatigable Juan Piqueras acerca de las aldeas de San Juan, Calderón y Barrio Arroyo, para comprobar cómo nuestros antepasados se hicieron con la propiedad de la tierra, proviniendo de la nada, porque eran simples colonos. De una tierra señalada por el campesino, a una tierra cultivada pero paulatinamente despoblada. No está sentando bien al poblamiento este mundo post-moderno. Este tiempo de la tecnología y los transportes, este mundo líquido está gestando y poniendo en marcha cambios tan profundos que pocos se reconocerán en la tierra que tendremos en unas pocas décadas.

Todos los argumentos sobre el problema son ajustados: postergación tradicional ante las ciudades, receptoras de una masiva emigración a la caza del bienestar; huida del trabajo rural, o de la ausencia del mismo, etc. Subrayaré un aspecto que me parece relevantísimo como contrapeso a tanto argumento economiscista: hay un verdadero problema cultural. La historia de la despoblación de nuestra tierra debe ser analizada bajo una perspectiva cultural.

El universo de la ciudad no entiende los argumentos de las culturas rurales. Es incapaz de escuchar la llamada de los pueblos y aldeas. Vive ensimismada en sus problemas y demandas, conectada e hiperconectada al universo urbano del mundo. Es como si no tuviera tiempo para detenerse en pequeños detalles.

Bodega Redonda, en Utiel.

En la práctica, es una realidad palpable que el interés por la cultura se ha impuesto como cuestión casi prioritaria en muchas disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades. Alguien muy cercano acostumbra a decirlo de otra forma, más o menos así: “Mira hijo, quítate de la cabeza que yo me vaya a quedar en casa (en referencia de Requena) para irme a pasear a la avenida, sobre todo porque ya sabes que paseando allí me duelen los pies, y en la viña, no me acuerdo de ellos”. Aquí está la cultura en el centro de todo. Hay una necesidad: vivir en el pueblo, cerca de los servicios esenciales; pero el alma reside, siempre, en la aldea. Pueblo, aldea, ¡qué palabras tan bellas y al mismo tiempo tan desacreditadas en estos tiempos de la post-modernidad líquida!

Pensar nuestra cultura. Defender lo que nuestra cultura tiene de riqueza. En unión con el vino, con los paisajes, con los cavas; desde luego. Nada de postular un regreso al mundo pretecnológico, que sería absurdo; sí revalorizar nuestro papel en esta España de la confrontación de las identidades; subrayar nuestro papel de mixtificación, de mestizaje, sin radicalismos, y con orgullo.

El mundo cultural en la comarca bascula en sus bibliotecas y en sus centros educativos. Me temo que muchos profesores y maestros desconocen el terruño, e incluso muchísimos viven y enseñan de espaldas a la tierra. No entiendo cómo se puede enseñar el mundo agrario desde la geografía sin pisar una viña, un campo de almendros o de oliveras en nuestra tierra. Pero sé que se hace. ¿No sería más adecuado poner fin a estas prácticas educativas inocuas y ligar el paisaje a la enseñanza de una manera directa? Cuando uno lee los libros de Juan Piqueras, no sólo se admira de la profunda erudición que hay en su interior; se desprende de inmediato que Juan ha pisado cada rincón que menciona, que conoce al dedillo cada uno de los parajes y paisajes que menciona. Y esto resulta muy valioso. Tan valioso y educativo que sería ideal trasladarlo a nuestros centros educativos. Muchos profesores visten con zapato cada día hablando de los progresos agrarios y los cambios del paisaje, pero son incapaces de colocarse unas botas y llevar a sus alumnos a la misma tierra, a la protagonista de los cambios que se contienen en los libros de texto. No es una pedagogía nueva, sino bien antigua.

Volver atrás, a los tiempos de la tierra poblada, es ya una fantasía imposible. Recuerda esto a aquella anécdota que se cuenta de Rousseau y Voltaire, dos de los grandes pensadores que protagonizaron aquel movimiento cultural y global que es la Ilustración dieciochesca. En 1755 el primero había publicado su “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”. El dichoso tratado ha sido muy influyente entre las concepciones educativas, llegando hasta las beaterías actuales de las inteligencias múltiples y los dogmas asentados por el venerado dios de la pedagogía que es Piaget. Pues bien, no se le ocurrió otra cosa que enviarle una copia al segundo, esto es, a Voltaire. Éste era hombre inteligentísimo y poco dado a callarse; así que le contestó: “Acabo de recibir u último libro contra la especie humana y se lo agradezco. Al leerlo, uno termina deseando andar a gatas. Pero como perdía esa costumbre hace más de sesenta años, me temo que será imposible que la recupere”.

¿Cómo defendernos ante la despoblación? ¿Acaso no hay un camino en lo cultural? Pero tales preguntas conducen a otras, y no las menos relevantes: ¿está la élite política de nuestra tierra preparada para asumir el reto? ¿Piensan nuestros políticos más allá del medro personal en sus respectivos partidos? ¿Podemos creerles cuando nos aseguran estar trabajando denodadamente por sus pueblos? En fin, creo que es mejor no seguir por este camino.

En Los Ruices, a 20 de noviembre de 2019.

Comparte: Es la cultura