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LOS COMBATIVOS REQUENENSES // Víctor Manuel Galán Tendero.

Ganarse la vida nunca ha sido fácil. En la Castilla del siglo XIV las cosas no fueron más sencillas y sus gentes se tuvieron que enfrentar a la falta de medios e incluso de oportunidades. Las grandes conquistas de décadas atrás quedaban lejanas y no todos, ni de lejos, habían vistos satisfechos sus anhelos.

Adaptarse a la vida de los nuevos concejos fue complicado. No todos los campesinos lograron arraigar, ni todos los caballeros alcanzaron fama y fortuna en la medida deseada. Distante de la frontera granadina y vecina de la aragonesa, Requena también padeció tales problemas de adaptación. Ni los repartimientos de bienes, que no conocemos con detalle, ni la retribución de la nómina de los caballeros saciaron del todo a sus gentes.

En vísperas de la gran crisis destapada por la gran peste de 1348, los requenenses ya acusaban síntomas de dificultades. Buscaron medios para ganarse la vida y la honra y las disputas políticas aragonesas se las brindaron.

En 1336 subió al trono de Aragón Pedro IV, cuyas relaciones con su madrastra (la castellana doña Leonor) eran tormentosas a la sazón. El poderoso noble don Pedro de Jérica acogió la causa de aquélla y primero la condujo a Albarracín. En las Cortes valencianas de septiembre de aquel año, don Pedro no acudió. Su rebelión contra el rey de Aragón era clara.

Entrado el otoño, el conflicto subió de tono y don Pedro logró la ayuda de Alfonso XI de Castilla, el hermano de doña Leonor. Los problemas con granadinos y benimerines, allá en el Sur, no disuadieron al castellano de crearle dificultades al aragonés.

Los requenenses, súbditos de Alfonso XI, no desaprovecharon la ocasión y en número indeterminado se sumaron a las fuerzas de don Pedro. Tomaron ganados en la vecina Sot de Chera y en su villa se negoció el rescate de más de un cautivo. La búsqueda de dinero era clara.

Tal modo de vivir era muy lícito entonces, pero cuando los reyes hacían las paces se tildaba de escándalos. Los buenos tiempos de la guerra se dieron por pasados en marzo de 1337, ya serenados los ánimos.

Movilizar ánimos puede ser fácil en determinadas circunstancias. Sosegarlos, no tanto. Alfonso XI tuvo que ordenar al juez, a los alcaldes y al concejo requenense, además de a otros oficiales reales, a que en adelante no favorecieran, aconsejaran, ayudaran o defendieran a don Pedro de Jérica, en términos inequívocamente del servicio feudal, el que buscaba afanosamente una gratificación.

Ganársela así comportaba otros riesgos. Sin embargo, mayores eran los de la falta de oportunidades para gentes tan batalladoras como emprendedoras, prestas a conquistar nuevos mundos, fuera cual fuera su localización.

ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

Real Cancillería, Registro 084 (41r).

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