LA HISTORIA EN PÍLDORAS /Ignacio Latorre Zacarés
A Inma y Julia, compañeras de trabajo y cofrades requenenses.
Se acerca ya la Semana Santa y las cofradías de Requena, Utiel, Mira o Venta del Moro preparan sus pasos para realizar su tradicional camino procesional por los viejos callejeros comarcanos. No hay sociedad sin rituales. Esto no ha sucedido en la historia. El rito tiene un carácter sagrado de trascendencia, religioso, en este caso (Pasión, muerte y resurrección de Cristo); pero también un carácter de inmanencia, de sociabilidad, de afirmación de la colectividad local. El rito proporciona identidad. En un mundo globalizado, el recurso a la tradición, reproducida ritualmente, es un ejercicio de memoria que nos permite expresar nuestra especificidad, quiénes somos y también vindicar nuestra cultura local. Cuando nuestros pueblos procesionan sus imágenes, a la vez de realizar un ejercicio de fe y devoción, están afirmando su identidad de colectividad local y recreando parte de su historia.
Creyentes, agnósticos o directamente ateos, es difícil no impresionarse ante los viejos rituales pasionales de la piel de toro. Desde hace muchos años, aprovecho este periodo para acercarme y vivir todo el ritual pasional de la vieja Castilla con sus imágenes poderosísimas: los imponentes pasos y cofradías salmantinas entrando en su bellísima Plaza Mayor bajo una seriedad y silencio sólo quebrados por el tañer de cornetines y tambores; los cofrades cacereños avanzando con sus pasos y teas encendidas en la quietud de esa joya arquitectónica que es su ciudad antigua, patrimonio de la humanidad, bajo un silencio absolutamente sepulcral; la impactante imagen nocturna de la entrada del Cristo de los Gascones de Segovia bajo el soberbio mural románico policromado de la Iglesia de San Justo (eso no se olvida) o la austeridad de las procesiones palentinas con los pasos entrando bajo magníficas portadas románicas. Pero, señores, donde siempre vuelvo es a Cuenca a ver la cautivante y enigmática Procesión del Camino del Calvario o de las Turbas de Cuenca que sale al alba del Viernes Santo. Un ritual prácticamente inconcebible y que a pesar de los años que la he visto no acierto a comprender en su totalidad (ni creo que nadie por los libros que he leído al respecto). Este año me toca la Semana Santa de Málaga con mi hermanita y cuñado.
Como todos los años, las cadenas de televisión reproducirán los bellos pasos de Salzillo en Murcia, la “madrugá” sevillana, esa saeta que desgarra el silencio de los cofrades y cómo no, las impactantes y dolorosas imágenes de empalados y su ritual de autotortura junto con flagelantes o disciplinantes de espaldas ensangrentadas en un ejercicio sumo de penitencia. Una demostración de sangre, virilidad, entablillamientos, etc. que el pensador y escritor sevillano Blanco White definió en la Semana Santa de Sevilla de 1806 como “repugnante exhibición de gente bañada en su propia sangre” recogiendo la herencia ilustrada que no fue partidaria de tales costumbres.
Son unas imágenes que nos parecen lejanas, muy contrapuestas con nuestros rituales. Sin embargo, una vuelta por la historia nos lleva a reconocer que también en nuestra tierra estas exhibiciones de sangre y dolor se realizaron.
Recordemos que el rito es permanencia, pero, a la vez, evolución. Las semanas santas que se leen o intuyen en los documentos del XVI al XVIII nos remiten a imágenes diferentes a las actuales. Fue el Concilio de Trento (1545-1563) el que apostó por las procesiones cómo instrumento de evangelización y persuasión, jugando con su poderoso impacto visual, mucho más efectivo que la lectura de relatos bíblicos desde el púlpito ante una sociedad esencialmente analfabeta.
Pues bien, estas mismas imágenes y representaciones de penitencia que vemos en otros lugares, desfilaban en la noche del Jueves Santo en Requena. Elementos mortificantes como pesadas cadenas de hierro, sogas en la garganta, cilicios, cruces de madera, azotes, pies descalzos, sembrando la compasión y las lágrimas entre el público asistente eran propias de la semana santa requenense. El sacerdote Díaz de Martínez a mediados del siglo XIX nos relató cómo era la procesión penitencial del Jueves Santo anteriormente a 1777: “Dadas las once de la noche salía del Carmen la mencionada procesión… marchaban los penitentes disciplinándose, otros empalados, y en varias maneras de mortificación, como cadenas de hierro, sogas, cilicios, etc… Hacíase á esa hora por exigirlo así la decencia de los disciplinados, que presentaban en el tiempo, á que nos vamos refiriendo, un espectáculo el más fervoroso é imponente. Desórdenes debidos á la relajación de las costumbres arrancaron providencias prohibitorias…». También el cronista Rafael Bernabeu nos lo relató de esta forma: «La procesión del Jueves Santo era penitencial… en medio de un silencio impresionante, salía del templo el Alférez con el negro Pendón al hombro, siguiéndole en doble fila los cofrades, encapuchados y con hachones encendidos. Los oficiales, con la cara descubierta y empuñando báculos, regían la procesión, mientras que entre las imágenes, sembrando compasión y arrancando lágrimas, marchaban los penitentes arrastrando pesadas cadenas o cruces de madera, empalados o azotándose, descalzo o con sogas a las gargantas…».
Finalmente, el monarca ilustrado Carlos III prohibió en sus reinos este tipo de procesión de dolor, sangre y exhibicionismo por una Real Cédula de 20 de febrero de 1777. Tenemos constancia por el Archivo de Requena que la Real Cédula citada fue hecha pública en Requena el 17 de marzo de 1777. El texto decía lo siguiente: “al abuso introducido en todo el Reyno…de haber Penitentes de Sangre o Disciplinantes, y Empalados en las Procesiones de Semana Santa, en las de la Cruz de Mayo, y en algunas otras de Rogativas, sirviendo sólo en lugar de edificación y de compunción, de desprecio para los prudentes, de diversión y gritería para los muchachos, y de asombro, confusión y miedo para los Niños y Mujeres; á lo qual, y otros fines más perjudiciales suelen dirigirse los que la hacen, y no al buen egemplo, y a la expiación de sus pecados…os mando a todos…no permitáis Disciplinantes, Empalados, ni otros espectáculos semejantes, que no sirven de edificación y pueden servir a la indecencia y el desorden de las procesiones de Semana Santa… «. Se dejaron de realizar este tipo de exhibiciones en nuestra tierra, pero no en toda España donde en algunos sitios continuó este tipo de rituales de forma clandestina (y aún siguen con ellas).
Muchas más cosas se pueden hablar de nuestros antiguos rituales de Semana Santa (desenclavamientos, noche de tinieblas, procesiones nocturnas, la injerencia de lo político en lo religioso y viceversa, judas…), pero deben ser objeto de otra píldora (quizás). Un consejo: no se pierdan la Semana Santa de Mira.