LOS COMBATIVOS REQUENENSES // Víctor Manuel Galán Tendero.
La posesión de un caballo no ha sido cualquier cosa. Aquella persona que lo tuviera tenía la suerte de elevarse socialmente hasta formar parte del imaginario popular. Los caballeros ganaron, quizá, más batallas en el terreno de la fantasía de las gentes que en los mismos campos de batalla.
A comienzos del siglo XIX, las novelas de caballería se antojaban tan anacrónicas como los caballeros mismos. En la Requena coetánea, la caballería de la nómina ya era un venerable recuerdo histórico. Centelleaba en Europa una nueva era, la de los ejércitos nacionales de conscriptos, cada vez con medios artilleros más poderosos. Sin embargo, Napoleón había dejado bien sentado que con velocidad y resolución se podían ganar muchas batallas. La caballería era importantísima, no únicamente como elemento de choque, como el mismo Bonaparte comprobaría amargamente en Waterloo.
En la guerra de la Independencia, la de la úlcera española de Napoleón, el caballo distinguió al sufrido soldado regular, a veces un muchacho descalzo, del indómito guerrillero, capaz de campear con fuerza e imponer su ley a los propios terratenientes españoles. En aquella guerra de afirmación nacional, disponer de una montura no fue nada baladí y la milicia de los liberales acogió con gusto a estos nuevos caballeros, antes que el romanticismo descubriera una Edad Media de paladines.
En 1823, los franceses retornaron a España como invasores, aunque en esta ocasión muchos no los contemplaron así. Los absolutistas les franquearon el camino y no pocos campesinos aceptaron con gusto sus pagos, lejos ya del saqueo del vivir sobre el terreno napoleónico. Contra los Cien Mil Hijos de San Luis se movilizaron, con escasa fortuna, los liberales, desde los más moderados a los más radicales.
La Requena liberal no estuvo ausente del reto. El 15 de mayo de 1823 acudieron como milicianos con caballo propio Pío Sánchez, Marcelino María Herrero, Francisco Antonio Herrero, Juan Suárez y Nicolás Cervera. Sin embargo, otros sirvieron en nombre de los que poseían una montura.
Pedro Miramón cabalgó en el rocín de Pedro Antonio Zanón, Cecilio Feo en el de José López, Antonio Carretero en el de Mariano Peynado y Dionisio López en el de Joaquín Zanón. En aquella lucha por la libertad, ciertos ricos ya se agenciaban sus sustitutos en los deberes cívicos de defensa patria, un proceder del que ya se había sacado provecho anteriormente y del que tiempo después se abusaría, con funestas consecuencias sociales.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Milicias, 1819/7.