LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG
9/III/2016. En Los Ruices.
El paréntesis político que vive España parece querer alargarse hasta el verano. Entonces, habremos de ir a elecciones. Al menos esto es lo que yo, hoy, en este instante, barrunto. Mientras tanto, muchas cosas se están ventilando y nuestros dirigentes son incapaces de tomar iniciativas. Y existen campos en la política europea que están protagonizando vectores muy importantes que sin duda influirán en el futuro. Se trata, para entendernos, de unos miedos políticos, si es que podemos adjudicarles tal adjetivo. Bajo mi perspectiva estos miedos son dos: el giro ultra-conservador de las sociedades este-europeas y el ariete de los movimientos migratorios.
Jaroslaw Kaczynski, en el centro, líder de Ley y Justicia (foto de Reuters Kacper Pempel).
Quizás estos miedos están marcados con una fuerte dosis de crisis de la identidad europea. También quizás es una consecuencia de la catástrofe que se desarrolla a nivel mundial: asistimos con impotencia a la devastación del mundo real en nombre de una dominación virtual. Estamos ante una liquidación económica, pero igualmente ecológica e intelectual: no volvamos sobre el mundo bancario, ahí está el fenómeno del deterioro del medio ambiente, pero también el proceso destructor de un sector social metidos en las redes que hace peligrar el pensamiento juicioso y ponderado, por ejemplo con toda esa porquería de teorías de la conspiración. El caso de Polonia es particularmente significativo. La tendencia a la ultraderecha se ha afirmado en los últimos años hasta en la revisión y reescritura de la historia del siglo XX, y literalmente con la persecución de historiadores y escritores que investigaron los desmanes del nacionalismo conservador polaco en los tiempos bárbaros de los años 30 y 40.
Refugiados macedonios de la Gran Guerra.
En estas circunstancias no es fácil definir cómo se puede obrar. Para un historiador, para un profesor, hay que trabajar en defensa de las formas deseables de vida, recordar la realidad, buscar su mejora. Pero esto significa enfrentarse cotidianamente al vértigo de la frontera: de la frontera del odio, de las identidades rígidas e incompatibles, enfrentarse a la incultura, al desconocimiento, a la incomprensión. Es enfrentarse a las construcciones imaginarias de la identidad clara y definida, impoluta, limpia.
Las migraciones producen miedo en muchas poblaciones europeas. Se han organizado hasta grupos paramilitares, por supuesto de ideas ultraderechistas, para golpear, atemorizar a los migrantes. Que sean estos grupos algo propio de la próspera Europa nórdica ya no parece extrañar. Pensemos sin embargo en Alemania, que, con todas las cautelas que ha puesto en las últimas semanas, ha mostrado su apertura al paso de la oleada de personas. La influencia de la historia, del pasado es aquí clave: el nazismo y su estela de crímenes, pero también el movimiento de población en aquella Europa del caos que sucedió a 1945 y la reunificación del país desde 1989. Por cierto, vuelve el bodrio literario de Hitler, rodeado de polémica, pero para que los nazis de hoy no tengan que ocultarlo.
Dar miedo, a falta de hacer creer, sin jamás dar explicaciones: ese es sin duda la forma más segura de que se obedezca. Hoy se percibe que las emociones colectivas, sobre todo las que sentimos intensamente y de manera sincera, reflejan una historia muy antigua, profundamente agustiosa.
Ejemplar de Mi lucha, de Adolf Hitler (foto de Deutsche Welle). El regreso del fantasma nazi: ¿alguién leerá el gigantesco tocho crítico de la obra de Hitler preparada en Alemania. Hay quien piensa, como Götz Aly: es imposible de leer.
Desde la perspectiva historiador, no es posible rechazar el presente que golpea a la puerta. Tiene que aprehenderlo para saber cómo mantenerlo a distancia, pero siempre frente a él, bajo su mirada. Sí, el susto es la mayor de las emociones políticas: no se puede entender, por ejemplo, la historia europea si no se narra que desde el siglo XV, el miedo a los turcos motivó y determinó su historia. El miedo está tras la deriva ultra de los países del Este, pero su mejor producto es también el miedo.
Nuestro paréntesis político, con la espiral de negociaciones, con la extenuante procesión de casos de corrupción, nos sume en cierto sopor y desgana; mas sobre todo nos mantiene algo alejados de los que sucede en el horizonte europeo. En el fondo, las tensiones españolas: financieras, sociales, territoriales, políticas, no son sino una respuesta a la reacomodación europea que está teniendo lugar.