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Requena (16/11/18) LA BITÁCORA // JCPG

Los días de lluvia invitan a la reflexión. Quizás porque te obligan a recogerte en casa. En los añejos inviernos significaban brasero en la mesa camilla y estufa de leña a tope. Ahora, cuando había que salir a por tarugos, eso ya era otra historia. Ahora llueve, hasta parece que por unas semanas nos hemos convertido en un país lluvioso. Ese urbanita sin remedio ve estos días como terribles jornadas que le impiden desarrollar normalmente su vida , rodeada de multitudes que, al compás de la moda y la publicidad, callejean de aquí para allá buscando tal o cual ropa, tal o cual artilugio.

Bendita lluvia, aunque a algunos les pese. Prefiero mojarme. Ya llegará la sequía. Como si no supiéramos aquí lo que es la no lluvia. A los estudiantes les interesa esos días de clase que son de no clase; los días en que la intensidad de las lluvias, paralela al miedo de las autoridades, obliga a suspender las clases. Es entonces cuando en el instituto se generaliza la pregunta “¿Habrá clase mañana?”, se responde que evidentemente habrá, porque es viernes y nos es fiesta; pero da igual, ellos están a la suya, imploran al cielo una lluvia tan torrencial que obligue a lo que desean.
Y, sin embargo, la lluvia es intensa. Nuestra sociedad sigue viendo disolverse el suelo sobre el que se apoya. La crisis económica y social se ha transmitido como un disolvente químico a las instituciones. Quién sabe si aguantarán el choque. Y quién sabe a qué nos tendremos que enfrentar en un futuro no lejano.

Hay que ver cuánta razón tiene El Roto. Andamos como sonámbulos repitiendo las consignas políticas de la radio, el tertulianos o la tele que vemos. Hoy el trono lo ostenta el tertuliano, que sabe de todo. Así, en un debate sobre la historia de Bizancio, un Carlos Dielh resucitado sería fácilmente destrozado en el mismo por una Belén Esteban, incapaz de asociar Bizancio a una región del mundo y a un período histórico, pero que, a grito pelado, se hace acreedora del aplauso de los espectadores u oyentes.
De alguna manera, aquellos comentarios, avisos, apuntes que Ricardo García Cárcel viene efectuando en diferentes libros y también en conferencias, como algunas que ha ofrecido en Requena, parecen manifestarse en carnalidad física. La ancianidad de la leyenda negra no la ha debilitado en lo biológico, pues parecemos empeñados en un sangrante proceso de autoflagelación constante, continuado en el tiempo. Seguimos mirando al pasado más que al futuro. Y antes de proseguir, que nadie entienda esto como una especie de defensa del franquismo. Lo digo porque últimamente aquí el que no es de un sitio es inmediatamente catalogado del otro.

En el sistema educativo, la lluvia es incesante. Por ejemplo, con el sistema de inclusividad, algo que no hace más que ocultar los problemas de un sector de nuestros zagales mediante el bosque educativo. ¿Algún día pediremos responsabilidades a los que han tomado decisiones de esta naturaleza, sin aportar al mismo tiempo los recursos adecuados?
Estoy convencido de las bondades de la democracia como sistema de organización de la sociedad. Creo que lo del famoso Valle y la momia que lo habita hay que concluirlo de una vez por todas. Pero… ¿realmente no había otra forma menos onerosa para la sociedad española? Seguimos dando pávulo a la leyenda de marras, en lugar de solucionar problemas derivados del pasado con agilidad y poco ruido.

Y dejo la política, porque me va a llevar a perder los nervios. Porque si entro en las ocurrencias de nuestros políticos con el sistema educativo, no acabo. Al final, es lo de siempre: nada de llegar a acuerdos, salvo que sean con los que piensan como yo. A este paso, suprimiremos el boli rojo en las correcciones de los profesores porque crea seres traumatizados.
Dejemos que llueva. Ya llegará el invierno, con sus durezas.

En Los Ruices, a 15 de noviembre de 2018.

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