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Los Combativos Requenenses / Víctor Manuel Galán Tendero.

Los desertores siempre han tenido mala fama. Tuvieron la virtud de enfurecer todavía más si cabe al mismísimo Atila ante los romanos, que tampoco llevaron nada bien las deserciones.

Las razones de los desertores resultan bien lógicas e incluso sensatas, por mucho que diga el mando de turno, pero sirven de poco, pues los que han sido finalmente atrapados se han enfrentado a penas severísimas, de las que se castigan con la vida.

Sin embargo, los desertores a veces tuvieron un trato más comprensivo, particularmente cuando trataban de pasarse a un ejército contrario, ya que entonces eran tipos bravos para los que los recibían. Así sucedió durante nuestra guerra de la Independencia.

El levantamiento contra las tropas napoleónicas no contó al principio con el apoyo de timbrados nobles, encumbrados eclesiásticos o circunspectos generales, y en Madrid fue ahogado con prontitud, aunque con los días se extendería a otros lugares. En Requena se formó una Junta a favor de la causa patriota.

Tuvo que encargarse antes de la batalla del Pajazo, entre otros asuntos, de acoger a los soldados del ejército real que no querían seguir las órdenes de la superioridad. Entre aquéllos no solamente había españoles, sino también suizos procedentes de los regimientos al servicio del rey de España. Por aquel entonces, los cantones de Suiza estaban sometidos a Napoleón.

La Junta quiso observar, según propia declaración, el socorro humano y patriótico debido con personas carentes de medios de subsistencia y experiencia militar, pero también sin los pasaportes o documentos adecuados.

Al estar indocumentados, por circunstancias varias, quizá fueran espías, se sospechaba. Es decir, eran verdaderos traidores a la causa de la resistencia. Fuera como fuera, el desertar no granjeaba confianza.

ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

Estado; 81, J.

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