La Historia en Píldoras. Ignacio Latorre Zacarés
Enfrascado en la lectura de las aportaciones al VI Congreso de Historia Comarcal, me llama poderosamente la atención el artículo que mi compañero de columna (y de tantas otras cosas) Juan Carlos Pérez García (alias el converso ruiceño), escribe sobre la apropiación de los bienes municipales que en Cardenete (Cuenca) realizó un grupo de la élite del pueblo tras la Guerra de la Independencia. En su investigación emerge la figura del párroco de Cardenete, Manuel Núñez de Arenas, quien decidió denunciar en 1811 nada menos que ante el gobierno patriótico de Cádiz los fraudes y el expolio que la oligarquía de Cardenete realizaba sobre los bienes que eran propiedad del pueblo. Núñez de Arenas se convirtió en el adalid del pueblo contra el abuso de unos pocos. El cura era un verdadero personaje proveniente de la ilustración que ya en su ciudad de origen (Ciudad Real) impulsó la creación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País. Es decir, un sacerdote como motor de la modernización.
Quizá, la postura del sacerdote pueda sorprender a algunos, pues siempre se suele ver a los representantes de la Iglesia bajo el prisma de una ideología reaccionaria y conservadora, pero ni siempre fue así y, además, en cada época ha habido también curas de carácter progresista. Juan Carlos Pérez describe al sacerdote de Cardenete como un ejemplo de algunos de los clérigos parroquiales españoles que encabezaron la desesperación de un pueblo contra el abuso de poder, la corrupción y el latrocinio. En el XIX hay bastantes buenos ejemplos de curas liberales y modernizadores y también de otros de carácter más exaltado. Veamos.
Baste decir que entre los diputados que parieron una Constitución tan avanzada en su tiempo y aperturista como la de Cádiz (1812), había nada menos que casi un centenar de eclesiásticos. Obviamente, la mayoría eran tradicionalistas, pero unos 27 eran considerados como innovadores, hijos de la Ilustración y del reformismo filojansenista. Destaca la figura del sacerdote Diego Muñoz Torrero quien pronunció el discurso inaugural de las Cortes de Cádiz con un espíritu netamente liberal, proponiendo una declaración solemne de la soberanía nacional. Además, fue el máximo defensor en las Cortes de la libertad de imprenta y de la abolición de la Inquisición. Su liberalismo lo pagó con la cárcel cuando vino la reacción absolutista del felón Fernando VII. Contra la Santa Inquisición también se reveló el fraile franciscano canario Antonio José Ruiz de Padrón que había sido él mismo agente inquisitorial, pero que se había decantado ya por la tolerancia religiosa. Otro diputado liberal fue el sacerdote y escritor Joaquín Lorenzo Villanueva que tuvo que exiliarse tras la reacción absolutista y que fue rechazado por Roma cuando el gobierno del trienio liberal (1820-1823) le nombró embajador ante la Santa Sede. Otros sacerdotes liberales, finalmente, optaron por abandonar el estado clerical e incluso la propia Iglesia Católica como Blanco White o Juan Antonio Llorente.
En Requena, es conocida la figura del cura Toribio Mislata (1807-1869), liberal exaltado y un verdadero personaje novelesco del XIX, pero tan real como la vida misma. La figura de este personaje que parece salido de la pluma de Valle Inclán, Baroja o Galdós fue glosada por el cronista Bernabeu y ha sido rescatada también en el VI Congreso por el investigador Marcial García en su historia de la imprenta requenense del s. XIX. Porque Toribio Mislata fue un sacerdote de verbo incendiario, pero también fue impresor, vendedor de libros y prensa, boticario y quincallero. Y no sólo fue “padre de almas”, sino que además fue padre de varios hijos, pues el referido Marcial García paró de contar cuando en el registro civil ya llevaba localizados unos cuatro retoños del sacerdote.
Por lo visto, la oratoria y las prédicas de Mislata eran exaltadas y enardecían a las masas. A él se le llamaba cuando se quería un sermón fervoroso que conmoviera al pueblo y fue designado para realizar el sermón de la misa de Tedeum que dio por finalizado el cólera de 1855. En Chiva también fue llamado a sermonear las fiestas del patrón y le alumbraron un trabucazo bajo la acusación de que había delatado a contrabandistas de seda. El singular Mislata salvó la vida y volvió a su imprenta.
Reclamó el cargo de alférez de la Cofradía de la Vera Cruz a la vez de querer recomponerla. Como capellán del Batallón de la Milicia Nacional de Requena exaltaba los ánimos a los gritos de “Liberales de la liberal Requena ¡abajo el absolutismo! ¡Viva la Constitución!”. Incluso los arengaba contra la propia Iglesia: “Ojo, liberales, con las sacristías, pues muchas de ellas son guaridas de carlistas y de gente retrógradas!”. Como se ve, Mislata sospechaba de sus compañeros de profesión.
Conspirador empedernido, se le acusó de participar en la fracasada sublevación contra el gobierno del moderado Narváez y parece que se tuvo que exiliar a Francia. El 17 de julio de 1854, nuestro cura Mislata, adepto al pronunciamiento liberal contra el gobierno del Conde de San Luis, enardeció a las masas desde un balcón del Ayuntamiento de Requena de tal manera que arremetió contra la oficina de cobro del odiado impuesto de los consumos quemando toda la oficina hasta no quedar un papel (¡más pan y menos consumos!). En época de gobiernos conservadores y moderados, lograba desaparecer sin que el pueblo supiera dónde se hallaba. Al propio Toribio Mislata, Bernabeu le atribuye el impulso de la devoción a la Virgen de los Dolores y la organización de su novenario anual y de la Feria de Septiembre.
Mislata, verdadero personaje del XIX como el también cura Martín Merino y Gómez, llamado el apóstata, activista liberal exaltado, conocido porque en 1852 recién salido de misa penetró en el Palacio Real sin ser detenido por la Guardia Real por sus ropas talares. Allí sacó de su sotana un estilete y le asestó una cuchillada a la reina Isabel II. Detenido el cura Merino confesó que tenía intenciones de matar al general Narváez o a la regente María Cristina de Borbón. Merino pagó su fallido intento de regicidio con la muerte a garrote y Pérez Galdós lo incluyó en uno de sus episodios nacionales. Lo dicho, personajes del XIX.