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EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ

La agresión padecida por la Presidenta de Vox en Cuenca Inmaculada Sequí, atacada a la salida del domicilio de sus padres, según se constata, por tres personas; dos hombres y una mujer, al grito de  «¡A ver si eres tan valiente ahora, fascista de los cojones!», vuelve a dejar muy a las claras la situación en que venimos desenvolviéndonos en nuestra sociedad, donde, actualmente, la defensa pacífica de las ideas va quedando sumida a una forma de entelequia, batiéndose en retirada ante comportamientos agresivos y poco reflexivos.

En este mismo orden de consideración, será conveniente recordar la denuncia efectuada por la portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid, Begoña Villacís, poniendo de manifiesto   las «amenazas e insultos» que recibió tanto ella como el resto de los concejales de su grupo a la salida del Pleno de investidura de Manuela Carmena como alcaldesa de la ciudad, llevadas a cabo por parte de un cierto número de las personas, afines a la coalición de gobierno, que se habían congregado en la puerta del Palacio de Cibeles.

También el pasado día 25 de agosto, en un popular barrio de Granada, un indigente natural de Sevilla, ha denunciado públicamente que ha estado a punto de perder el ojo derecho y que tiene heridas en la zona de la nariz y la frente, como consecuencia de la agresión proferida por un grupo de siete jóvenes hacia su persona. Suceso éste que ha sido confirmado por el Centro Coordinador de Emergencias 112, al que alertó un vecino de la zona, y el Cuerpo Nacional de Policía, que está investigado lo sucedido.

Y también para concluir esta detestable muestra de intolerancia y liberticidio, constatar la salvaje agresión proferida a dos jóvenes militantes de izquierda de Toledo y Talavera de la Reina, quienes fueron sañudamente agredidas a finales de julio y principios de agosto respectivamente, por representantes de la extrema derecha castellano-manchega, dándose la circunstancia de que no es la primera vez que le parten la cara a jóvenes no concordes con sus postulados neonazis.

El caso de la joven antifascista toledana guarda significativa similitud con el de la conquense Inma Sequí, al ser golpeada el pasado 31 de julio por un grupo de irracionales y arrojada sin miramiento por las escaleras mecánicas que acceden al casco histórico de Toledo. El daño pudo ser de consecuencias irreparables para su persona.

¿Son estos los comportamientos que deseamos realmente para una convivencia democrática y respetuosa con las ideas y el progreso que todos pregonan, pero que pocos respetan? O, ¿la idea de progreso consiste básicamente en anular violentamente la idiosincrasia de los demás, bajo la pretensión de imponer el pensamiento único y el sometimiento sistemático a la voluntad e imposición del pendenciero?

En primer lugar haríamos bien en considerar la idea de que la agresión, por sí misma, es destructiva para las relaciones humanas, y el que utiliza la violencia instrumental asume el hecho de que las personas y las ideas se enfrentan unas a otras, pensando que para sobrevivir, tienen que destruir la posición contraria, aunque para ello haya que llegar al grado máximo que provoque la desaparición física del oponente. Este es el punto al que estamos llegando actualmente en nuestro concepto de sociedad.

El ataque a las ideas, la condición sexual, económica, política o religiosa, se ha venido convirtiendo últimamente en una actitud demasiado habitual en los adentros de un sistema del cual nos congratulamos en considerar como libre y democrático, pero que poco a poco vamos reduciéndolo a un escueto espejismo. Demasiadas contradicciones para ello y el uso de la violencia política o social nos aparta indefectiblemente de la consideración del nuestro bajo las características que requiere la composición de un estado democrático, moderno y de futuro.

El proceso cognitivo más directamente ligado a la agresividad instrumental, según el psicólogo Fernández Abascal, tal y como hemos señalado anteriormente, viene a ser la hostilidad, que alcanza a definirla como “una disposición cognitiva adversa, frecuentemente de resentimiento contra alguien, en la que no son ajenas reacciones emocionales de rencor o ira. La hostilidad favorece la ejecución de conductas violentas, o simplemente dificulta el componente cognitivo de la empatía, mediante el cual pudieran mitigarse aquellos actos que perjudican a otras personas. Si bien la aversión que produce una persona a otra puede tener múltiples causas y razones, cuando analizamos este fenómeno socialmente, la hostilidad que aparece ante determinados colectivos suele relacionarse con el prejuicio”.

Cuando no existen argumentos en las ideas con la suficiente contundencia para transmitirlas democráticamente, surge la necesidad de imponerlas por la fuerza. Pero esa fuerza se utiliza de forma significativamente cobarde. Nunca se acude a una situación agresiva desde la igualdad, sino con evidente ventaja por parte del impositor.

El hecho de que para atacar a una chica de 18 años, casi una niña, tengan que concurrir un total de tres personas, (entre ellas una mujer). O la del indigente de Granada, siete jóvenes. La de Toledo, otro grupo de individuos que atacaban al aullido de su ideología. O, también que a Begoña Villacís y a sus compañeros se les increpaba desde el anonimato de la masa de asistencia, da una idea de la cobardía de la agresión. Siempre en ventaja numérica, pretendiendo con ello la impunidad y la salvaguarda de la integridad física, así como del anonimato de los agresores.

Pero lo más lamentable de estas actitudes, siendo ya de extrema gravedad por su propia naturaleza, viene a ser el hecho de la propia exaltación del concepto de hostilidad, favorezca el que se dirijan los actos de agresión hacia las personas o símbolos objeto de dicho resentimiento y, en consecuencia, tampoco asegura que una vez consumadas las acciones violentas, vaya a reducirse por ello el rencor que se tenía hacia ellas, sino más bien todo lo contrario, la ideología de la violencia se retroalimenta, incrementando todavía más la hostilidad que se asumía hacia personas o símbolos agredidos, reforzando los actos de agresión, simplemente por la fruición de producir daño a una persona o distintivo a quienes se tributaba una fuerte animadversión. Únicamente si aparecieran sentimientos de culpa por las acciones realizadas es cuando la hostilidad podría reducirse tras las agresiones hacia la víctima, pero normalmente ello no suele ser el caso.

La imposición del pensamiento único, de eliminación del diferente, del que nos estorba o simplemente no es de nuestra cuerda, se está convirtiendo actualmente en una actitud de demasiada redundancia en nuestra sociedad, cada vez más análoga a la intolerancia yihadista, tan desgraciadamente de moda en estos momentos. Lo mismo se golpea a un adversario político, que se apalea a un indigente, se asalta una capilla o se proclaman insultos racistas o xenófobos a etnias o devociones determinadas. Los que ya hemos vivido una situación similar a la que pretenden llevarnos estos extremismos, abominamos de estos métodos y de quienes los producen.

Lo más lamentable de todo ello es que venimos a echar de menos una actitud de réplica y condena con la debida contundencia, no únicamente institucional, si no de la totalidad de los partidos que se autoproclaman democráticos pero, lo que suele ser una constante, viene a ser que, independientemente de quien profiera el acometimiento reaccionan de una u otra manera. Esta no es forma de defender ni la democracia, ni los derechos humanos.

Las ideas se rebaten con ideas y la miseria con políticas solidarias y de igualdad. Con la agresión únicamente solemos profundizar en el enfrentamiento, el desprecio, el allanamiento y la injusticia. En consecuencia, nuestra sociedad, si de algo está actualmente sobrada es de estas actitudes canallescas que impiden la convivencia y el desarrollo democrático y libre de una ciudadanía, la cual soporta por historia una rémora constreñidora sobre sí misma que le ha venido impidiendo sistemáticamente el alcance de su genuina dimensión.

Contra la agresión; tolerancia cero. Contra la injusticia; equidad y solidaridad y contra la intolerancia; más democracia. No existe otro camino si verdaderamente deseamos un futuro mejor para todos.

Julián Sánchez

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