Tengo el gusto de hablarles de una de las aves menos conocidas para la mayoría de los habitantes de nuestra comarca, pero que sin embargo presenta un comportamiento reproductor de lo más extraordinario y que merece la pena ser divulgado. Y lo hago recién comenzado el mes de marzo, en las postrimerías del invierno, porque es precisamente ahora cuando los primeros individuos recién llegados del continente africano se instalan en nuestros montes y campos. El protagonista del Cuaderno de Campo de esta semana es el críalo.
Es un ave de carácter estival, pero de llegada muy temprana a sus lugares de cría. De hecho se podría afirmar que su arribada es la más madrugadora de todas las especies que vienen de África. Todos los años, la mayoría de primeras citas que se registran corresponden a los primeros días de marzo.Sin embargo, no sonnada raraslas observaciones en la última quincena del mes de febrero, cuando el frío es aún predominante y los paisajes agrarios y montanos no auguran todavía la llegada de la primavera a la comarca.
El críalo, de nombre científico Clamatorglandarius, junto al más conocido cuco Cuculuscanorus, son los únicos representantes en Europa de la familia Cuculidae. Este taxón incluye muchas especies parásitas de cría distribuidas por todos los continentes, a excepción de la Antártida. Los cucúlidos tienen una peculiar estrategia reproductora en la que los progenitores no proporcionan cuidados a sus descendientes, ya que ponen los huevos en nidos de otras especies, y son los hospedadores los que los incuban y cuidan de sus polluelos hasta que se independizan.
Ave de una longitud en torno a los 35-40 centímetros, incluyendo su larga cola, y de un peso aproximado de entre 140 y 170 gramos, el críalo es inconfundible por sus bellos colores y silueta característica. Presenta una bonita combinación de tonos grises, por el dorso, y claros por el vientre, pero con colores amarillentos en el cuello y la garganta. Los bordes externos de la cola son blancos y el dorso también está moteado de este color. Por último, la cabeza está rematada por una llamativa cresta gris. Todos estos rasgos hacen que su identificación sea inconfundible con respecto a otras aves de su entorno inmediato. Por si fuera poco, su característico reclamo, que consiste en un insistente cría-cría-cría-cría, y que le ha proporcionado ese nombre tan curioso y que, además, hace referencia a su costumbre parásita, hacen del críalo un ave de reconocimiento fácil, incluso para el profano a la ornitología.
Una vez establecidos en su territorio de cría, los críalos comienzan uno de los episodios naturales más interesantes de los que se dan en nuestro ámbito comarcal: su extraordinario comportamiento reproductor. El cortejo se inicia con la emisión de sus estridentes voces de reclamo desde
algún posadero prominente. Se continúa con vuelos de persecución de los machos a las hembras a la vez que chillan en el aire. Incluso si nos escondemos, una vez localicemos el territorio de exhibición y tenemos suerte, podremos contemplar como los machos ofrecen a las hembras un regalo de bodas para intentar que estas accedan a las cópulas, y que suele consistir en cebas, es decir, capturas de aquellos animalillos de los que se alimenta. Quizás con ello quiera demostrar a la hembra de que los genes que sus descendientes heredarán si la consigue convencer serán los más adecuados y que tendrán las características de un hábil depredador.
Una vez la hembra está fecundada comienza ahora otra fase del proceso igualmente fascinante. La pareja de críalos no para de vigilar las idas y venidas de aquellas urracas que estarán construyendo en esos días sus nidos en los que depositarán sus huevos. Hay que decir que los críalos son parásitos casi exclusivos de las urracas, aves muy comunes en la Meseta de Requena-Utiel y que nuestros lectores conocen perfectamente. No obstante, muchos ornitólogos españoles han podido certificar la parasitación sobre otras especies de córvidos, como cornejas, rabilargos o arrendajos, aunque en mucha menor proporción. Se podría decir, incluso, que la biología del críalo está tan ligada a la de la picaraza que incluso el tamaño relativo de uno y otro e incluso sus siluetas de aves colilargas parecen haberse imitados, por no hablar del tamaño, forma y color de sus huevos, sorprendentemente parecidos.
Los críalos estudian detenidamente a las distintas parejas de urracas que existen en el territorio elegido, y que han seleccionado precisamente por albergar una buena densidad de estos córvidos, así como por disponer de cierta abundancia de orugas de procesionaria que conforman su principal alimento. Una vez las urracas han terminado su voluminoso nido, normalmente en la copa de un árbol corpulento o en la cruceta de una torre de conducción eléctrica, y han empezado a poner huevos, la pareja de críalos trata de distraer la atención de los blanquinegros pájaros para depositar los huevos en su interior. El momento elegido es el adecuado; es decir, los críalos esperan a que las urracas hayan empezado la puesta pero no la hayan culminado, ya que entonces cuando la urraca se eche a incubar sobre sus huevos ya no habrá casi oportunidades de que deje el nido por unos instantes sin la vigilancia adecuada.
Se desarrolla una hábil compenetración entre ambos miembros de la pareja, en la que el macho trata de atraer hacia sí a la pareja de urracas, mientras que la hembra aprovecha ese
momento para dejar la puesta en el nido ajeno; lo normal entre uno y tres huevos. Y así van haciendo con otras urracas hasta depositar un total de 15 ó incluso más huevos, en varios nidos diferentes. La puesta es grande, desde luego, pero necesaria debido a que todos no serán aceptados por sus hospedadores y previsiblemente serán eliminados.Las urracas incubarán los huevos de críalo como si fueran propios al no darse cuenta del engaño.
Pero otra circunstancia más estará de parte del ave parásita. Los huevos de críalo apenas necesitan unos trece días para que su embrión complete su desarrollo por los 18 aproximadamente de las urracas. Ello hace que el nacimiento de los pollos de críalo sea anterior al de sus hermanastros, con el consiguiente mayor tamaño y por tanto mayor fortaleza e insistencia en solicitar el aporte de comida, con lo que la legítima descendencia de los córvidos se verá muy afectada y, en muchas ocasiones, no llegará a sobrevivir.
Comienza ahora otro mecanismo llamativo para el ornitólogo que, maravillado por la sucesión de acontecimientos que se vienen dando en la estrategia reproductora del críalo, lleva observando con detenimiento el devenir de la crianza. Me vengo a referir a un comportamiento único entre los parásitos de cría que consiste en la alimentación comunal de los pollos recién volados del nido por grupos de urracas durante varias semanas.
La crianza en el nido dura hasta que los pollos se valen por sí mismos y pueden realizar ya vuelos cortos por los alrededores. Esto ocurre aproximadamente a partir de los 18 ó 19 días del nacimiento. Entonces, los volantones se reúnen en grupitos de tres a seis ejemplares, correspondientes, incluso, a nidos distintos. Estos son alimentados por un cierto número de urracas, que incluye a sus propios padres adoptivospero también, y esto es lo extraño, a urracas ajenas al proceso reproductor. La dependencia de los jóvenes críalos por sus cuidadores puede durar un mes o más; en muchas ocasiones más de lo que dedican las urracas a sus verdaderos descendientes. ¡Extraordinario!
Una vez se han emancipado de las urracas, los jóvenes críalos se suelen agrupar en compañía de un ejemplar adulto y poco después dejan de verse en nuestra geografía comarcal. Cuesta verlos a principios de verano, pero poco después, cuando la canícula se instala por muchas semanas en estas latitudes, no se detectaya ni un solo ejemplar. Es como si se les hubiera tragado la tierra. Mientras es habitual ver decenas de ejemplares de otros pájaros estivales merodeando de un sitio a otro, ya no veremos más críalos hasta la próxima temporada. Silenciosamente enfilan hacia el sur, abandonando definitivamente el territorio que les vio nacer para emprender un largo periplo que les llevará a los confines del África subsahariana, donde pasarán los próximos meses. Llegan pronto y se van pronto. ¡Qué pájaro más curioso! Todo en él es tan poco habitual…
La población de críalos españoles se estimó a finales de la década de los 90 en torno a unas 55.000-64.500 parejas reproductoras apenas, lo que supuso algo más del 90% del contingente europeo. El cuco real, nombre por el que también se le conoce en muchas provincias, se distribuye principalmente por la mitad sur peninsular, aunque en realidad sólo se ausenta por completo de Galicia, cornisa cantábrica y Pirineos.
Su relativa escasez natural frente a otro tipo de aves se explica lógicamente por la biología tan exigente que le caracteriza. Es un animal protegido por la ley y aparece como De Interés Especial en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas. Hay que recordar, en este sentido, el papel beneficioso que cumple como controlador natural de plagas de insectos perjudiciales como las orugas de la procesionaria, lepidóptero que en ciertos años afecta notoriamente grandes extensiones de pinares. Por eso, y otra vez más, cuando el ser humano decide interferir en la naturaleza no sabe qué efectos secundarios trae consigo su acción. Me refiero al efectuado tantas veces control de la población de urracas por el sector cinegético, que ve en estos córvidos poco menos que al demonio entrometiéndose en los intereses de su coto de caza. Si la población de urracas mengua en un ecosistema, también lo hace la de los críalos, por lo que a su vez las larvas de procesionaria apenas van a tener un limitador numérico tan exclusivo, tan efectivo y tan necesario como el que ejercen nuestros protagonistas del Cuaderno de Campo de hoy. Son reglas básicas de la Ecología, la ciencia que estudia cómo se relacionan los seres vivos entre sí y con el medio que ocupan.
El críalo, bonito pájaro de la fauna europea y verdadero tesoro emplumado de nuestra biocenosis comarcal. Tan vistoso en sus formas y colores como espectacular en su etología. Acaba de llegar de tierras lejanas; ya se le ve, ya se le oye. Cría-cría-cría-cría. El críalo ya ha llegado. Vamos a verle.
JAVIER ARMER IRANZO