LA BITÁCORA //JCPG
Requena (17/01/20)
Desde aquí puedo ver los farallones de la rambla. Son de tierra; por esto se deshacen como azucarillos cuando la rambla los golpea con el agua, cosa que sucede de tarde en tarde, pero sucede. Los seres humanos quizás podamos resistir algo más, pero finalmente, ante envites prolongados, acabamos dando muestras de flaqueza. El giro imbécil de nuestras autoridades educativas está derribando los últimos farallones de la dignidad de la enseñanza. El empecinamiento en la burocracia, en el papel, crea una pantalla que cubre el inmenso problema de unos niveles reducidos a la ridiculez, mientras con la llamada escuela inclusiva se anestesía a una sociedad ávida de igualdad. Puro engaño. Habremos de verlo en los próximos años.
No tenemos murallas que nos protejan; el sino borreguil persigue a muchos docentes, y, me temo, que mi caso, también es de esa ganadería. Sentado aquí, sobre la horma que hace años, quizás décadas atrás, ayudé a construir, pienso en todas estas cosas. Por allí abajo está la rambla, plagada de chopos y pinos. Es un tajo en la tierra, construido a base de avenidas más o menos frecuentes. Apenas percibe lo humano, salvo en la forma en que se lo enseñan los agricultores.
El instinto defensivo nos acompaña. Quizás sea cierto que prácticamente no estamos preparados para la vida; ahora bien, estamos pertrechados para la supervivencia; basta con acercarse a los telediarios. Para algunos es un instinto puramente capitalista: lo llevamos dentro y nos induce a defender nuestros bienes, nuestras tierras. Sí, algunos agricultores han construido auténticos diques defensivos, que vienen a comportarse como murallas en los momentos de avenida; lo han conseguido con piedras y cañares; mediante este instrumento tan primitivo como la agricultura, consiguen defender su parcela del ataque inmisericorde del agua alborotada.
He aquí la conexión del mundo natural con la obra humana más respetuosa de la naturaleza. No hay aquí cementos y muros de bloques; sólo parapetos a base de hierba, piedra y cañas. Tal vez capitalismo; seguro que es autodefensa; uno más, entre tantos, de los mecanismos que la sociedad campesina ha dispuesto para defenderse.
Ahora que estoy aquí sentado, no hago más que recordar. Hay que reconocer que el invierno ha sido bondadoso inicialmente; sea por el cambio climático, sea por los azares del tiempo, el caso es que durante estas Navidades ha hecho un tiempo magnífico para caminar e ir al campo. Ha sido posible podar durante horas y estar de manga corta. Aunque cuando sobre nosotros se cernía la niebla cegadora, el frío comenzaba a hacerse dueño de la situación.
Todo lo concerniente al tiempo se ve ahora a través del cambio climático. Quienes en otro tiempo no hicieron caso ni de la naturaleza, e incluso ni siquiera se ensuciaron las zapatillas con el barro del campo, han realizado un proceso de profunda conversión y son hoy acérrimos creyentes del cambio climático. Yo, que siempre he sido tibio, no voy a cambiar a estas alturas. ¿Todo, todo es responsabilidad del dichoso cambio?
La Serranía baja de Cuenca, una tierra cercana espacialmente y hermana desde el punto de vista humano, permite desarrollar algunos contrastes con nuestra comarca. Pero existen más conexiones de las que se advierten a simple vista. Cuando pienso en estas proximidades, me viene siempre a la memoria el caso de aquella niña cardenetera de mediados del siglo XVIII que fue colocada en Requena por sus padres. Eran pobres y tuvieron que buscar acomodo a su chica. Lo encontró en casa de unos tejedores de seda. Vivía a una misma casa y mantel, y, como complemento, recibía unos pañuelos.
Estos días hay en marcha en Santa María una exposición sobre la indumentaria femenina. Se trata de “Tápate, María, tápate”. Además de extraordinariamente curiosa está bien estructurada. Merece la pena ser visitada con atención. Uno encontrará aquí muchos elementos para la reflexión sobre nuestra evolución como sociedad. Pero también un buen número de pañuelos, quizás como los de la niña cardenetera de la casa de los sederos. Los niveles de desarrollo económico marcaron este flujo de personas hacia la receptora, Requena. Eran otros tiempos, y la industria textil marcaba una línea de ascenso económico.
Del pasado al presente. Antes que caiga el sol debemos volver. El frío empezará pronto a extenderse. Pienso ahora en un buen vino rosado, una copa de ese caldo claro que resulta exquisito. Entrará bien y maridará –tal como se dice ahora, sin duda mientras no se produzca divorcio-, digo que maridará bien con buena comida y mejor gana. Los rosados de esta tierra siempre han expresado cierta delicadeza, aunque no pueden negar cierta rudeza. Es esta combinación la que les proporciona el atractivo.
Aunque nuestro sistema educativo esté en fase de desguace, aunque la niebla nos hiele los huesos, el abrazo del rosado siempre es capaz de hacer olvidar ciertas cosas. No entiendo a quienes se aferran al tinto como si fuese su única tabla de salvación en aguas turbulentas y amenazantes. Dejar de lado una copa de nuestros rosados resultaría imperdonable.
En Los Ruices, a 16 de enero de 2020.