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Requena ( 22/11/18) . La Bitácora //JCPG
A pocos les sorprenderá: hay ciertas cosas, facetas de esta vida nuestra, que acaban por crear adicción. Hay aspectos, digo, que realmente me tienen abducido. La naturaleza, unos campos bien cuidados, el arte y la historia. Pero también el cine. Me encanta el western, ese clásico fordiano, con actores emblemáticos, capaces de abducirte en los personajes que interpretan. Wayne como el Ethan inmortal que anda cabalgando eternamente estepas y desiertos. El doblaje de la España de la época no pronunció jamás el sonido “Izan”. Hoy sí se haría. Mas tampoco pronunciábamos John Deere con “Yon Dir”. Tengo un alumno llamado Izan, como lo he escrito. Durante algún tiempo pensé que sus padres, o alguno de los dos, era un enamorado del Ethan de Centauros; ni mucho menos: el muchacho, cuando le pregunté, apenas pudo sino farfullar un “qué es eso”; entonces caí en la cuenta: el dichoso nombre era una prolongación de un asilvestramiento colectivo, el producido por la visión prolongada de anodinas series televisivas made in USA.

Hay en el cine norteamericano una enorme seducción, una atracción casi irresistible por lo fronterizo. Reconozco que este es uno de los perfiles que aumenta su atractivo. Una permanente atracción por la frontera, por los límites. Es como si, en el mejor cine norteamericano, anidase una gran frustración: la de los que no se sienten conformes con la ciudad. Es como si los modos de vida urbanos no resultaran plenamente satisfactorios.

Se añora lo salvaje, la naturaleza. En los centauros que cabalgan el desierto, en verano o en invierno, hay un deseo de domeñar la naturaleza, de cogerla por los cuernos. Hay que aniquilar la carne que alimenta al indio, tanto como frustrar para la eternidad la salvación de su alma. Hay ocasiones donde lo que se hace es soñar la naturaleza, mantenerla en la mente, como si fuera un ideal platónico.

Muchos amantes de la naturaleza son seres urbanizados en su alma. Quieren una naturaleza indómita, que no se toque, que no se transforme. Supongo que tienen en su mente una naturaleza salvaje, desmesurada, desprovista incluso de seres humanos. Quieren alejar a los hombres del medio natural. La despoblación de muchos lugares les enternece y les produce alegría. En cambio, no es sino una increíble tragedia, que se manifiesta en el desierto humano y la pérdida de terrenos de cultivo.

El pionero de la frontera soñó con la transformación de la naturaleza. Ethan fue un pionero. Se integró en la naturaleza indómita del oeste norteamericano. Pensar, sin embargo, que el destino de la tierra es convertirse en un desierto humano es una quimera trágica que es casi una realidad en nuestro país.

Algo de religioso hay en todo esto. La fe del que cree firmemente que es la naturaleza, con su faceta salvaje, la que debe imperar, intocada. La fe del que quiere y cree que es necesario remediar la situación de riesgo de despoblación de la tierra. La fe en un futuro desconocido. O quizás temido. Una parte de lo que el sábado intentaremos reflexionar en San Antonio, pasa por cuestiones de este cariz.

Ya veremos. Hasta el sábado.

En Los Ruices, a 20 de noviembre de 2018.

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