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Requena (18/06/20) LA BITÁCORA//JCPG

Están las terrazas llenas. No hay quién nos pare, si nos lo proponemos. Un taladro de obra urbana resuena por algún lado. Estoy en la terraza de mi casa y me pregunto si no habremos perdido el miedo. Ha sido terrible seguir el rastro de tantos muertos. Estar pendiente de lo que toda la sociedad realiza.

Y, por todas partes, hemos encontrado una inmensa fragilidad. Personalmente, el confinamiento ha tenido ingredientes diversos para constituir, finalmente, una gran experiencia agridulce. Ha habido momentos de miedo, miedo a tocar a alguien mientras compraba en la tienda o el mercado, miedo a incomodar a cualquiera, miedo a llevar a casa el bicho. Esto último sobre todo por considerarme a mí mismo más fuerte que a los que estaban bajo mi techo. Sin duda, una sobrevaloración de mi yo.

Sabor agridulce. Los mayores que aún nos acompañan han salido airosos. Esto me produce alegría. Me produce enorme tristeza los miles de personas que han quedado en el camino. No obstante, teniendo en cuenta el factor global, social, hay algunos aspectos que retratan nuestro modelo de sociedad.

Estos aplausos, estas imágenes colocadas en cada cadena de televisión han hecho patente la realidad de una sociedad satisfecha con el contacto y la presencia de los mayores. Por contra a lo que algunos tertulianos sin alma proclamaron al comienzo de la pandemia, importan la vida, se valora la vida, nos negamos a aceptar la evidencia de la muerte ante la acción de un virus.

En primer lugar, tenemos que alegrarnos de que nos seamos un conjunto social darwinista. Algunos países del Norte han demostrado poseer abundantes ingredientes de darwinismo social. Hemos vivido trágicamente cómo toda una generación de padres y abuelos era golpeada trágicamente por la enfermedad. Los viejos que habían vivido la guerra; si no la guerra, la durísima y cruel post-guerra, con su trabajo duro, sus miserias y su hambre. Una generación desmochada. La sociedad ha renegado de los triajes, de la selección, se ha sentido escandalizada por los golpes recibidos por estas generaciones de mayores. Hemos rechazado una salida darwinista de esta crisis. Estamos acostumbrados a verlos pasear, andar por nuestras calles y hasta seguir trabajando aún con avanzada edad. No aceptamos su muerte en estas condiciones. Es como si nosotros, sus herederos, tuviéramos en nuestras venas algunas gotas de esa conciencia de la fragilidad de la existencia; esa fragilidad con la que ellos vieron el transcurrir de su vida durante tantos años.

Fue la primera generación en gozar de setenta años de paz y ver ante sus ojos desplegarse un profundísima transformación social. Hemos tenido miedo. Y no hay nada más subjetivo y personal que el miedo, que es vivido, sentido, de una manera muy especial por cada uno de nosotros. Aún así esta generación de mayores sigue dando lecciones. Su fuerza, su energía, su capacidad de trabajo y de sacrificio, son lecciones cotidianas para unas generaciones de ciudadanos crecidos en comodidades y con el pan asegurado.

Nuestra sociedad se ha retratado. Estamos ante otro tipo de civilización. No soy antropólogo ni filósofo, pero a mí me parece que tantas experiencias vividas durante estos tres meses, a lo largo y ancho de esta España nuestra, revelan que somos una sociedad bastante mejor de la que creemos. Puede que no tan rica como otros países, pero una sociedad que conoce sus debilidades, sus puntos flacos. No hemos sido un país de arrogancias. Nos satisface tener presente el ejemplo de nuestros padres y abuelos, aún vivos.

En honor a ellos, les debemos la verdad. Es necesario contribuir a construir la verdad. Porque la producción de mentiras no para, no tiene fin. Existen ya grupos dedicados exclusivamente a producir estas mentiras, a inundar de idioteces este mundo.

El problema es que, incluso ante la tragedia de los miles de muertos, las mentiras proliferan en torno al tema de la pandemia. Puede entenderse que quienes están en el poder se sientan abrumados por la magnitud de la tragedia y traten de minorar o posponer ciertos datos. Pero es muy contraproducente para una sociedad tan disciplinada como la nuestra, que ha sido capaz de un encierro prolongado; no tranquiliza ni da seguridades un poder que no da cifras fiables, que las pospone ante la perplejidad de todos. Y es también muy injusto, teniendo en cuenta de la magnitud del sacrificio, de la calidad de la disciplina social aplicada a lo largo de estos tres meses. Puede entenderse que los que no están en el poder deseen erosionar a los gobernantes. Pero siempre desde la verdad. Hay que construirla ya; no podemos enfangarnos en este combate en torno a la mentira.

 

Esta batalla en torno a la basura no dará frutos perdurables. No dará tampoco frutos positivos: sólo sembrará rencor y desconfianza. Es imprescindible generar verdad: investigar qué ha sucedido, qué errores se han cometido, qué necesitamos para defendernos de una pandemia que al parecer puede volver. No se trata de condenar, condenar no es satisfactorio. Hay que comprender e intentar explicar.

Corre peligro ante las bandas de la corrección política y la incultura. Poco más se puede decir de quienes niegan el papel protagónico de este navegante.vivimos tiempos extraños.

Le ha tocado el turno al propio Indro Montanelli, en Milán. Evidentemente, todos los seres humanos tienen sus pliegues, sus puntos oscuros, quizás eso es consustancial a la propia naturaleza humana.

Le ha tocado el turno a Juan de Oñate, uno de esos exploradores-conquistadores que se internaron en América del Norte. Su última expedición fue en 1601. Esta América mira más a lo anglosajón, a los del My Flower. ¿Acabar con todo lo que suena a blanco? ¿Acabar con lo hispano? La estatua estaba en Albuquerque.

Si llevo la cuestión a un terreno que me resulta algo conocido, tendré que hablar de la historia y de los historiadores. Para empezar este movimiento contra las estatuas, para resumir. Un intento de borrar las huellas del pasado, de un determinado pasado que no gusta. No vindicaré sino el conocimiento, pero hay que considerar que esta destrucción de la memoria histórica es un capítulo sustancial de la teoría y la práctica de los fascismos. No hay que ir muy lejos: tómese la célebre acción “de noche y con niebla”, en la que la orden hitleriana fue dada el 7 de diciembre de 1941. Eliminar físicamente a todo adversario, sin dejar rastro, de modo que no existiera información alguna sobre el desaparecido, ni siquiera sobre el lugar de su sepultura. Ni siquiera hoy conocemos con exactitud cuántas personas perdieron su vida en virtud de la aplicación de este decreto.

Conocer. Esto lo que necesitamos: conocer la verdad. Es la verdad la que finalmente se impone, porque tiene densidad. Después de la Primer Guerra Mundial, Francia estaba destrozada e inflamada de nacionalismo, porque había crecido la autoestima nacional frente al enemigo tradicional: Alemania. En el gremio de los historiadores, la política, como casi siempre, tenía mucha relevancia. En 1917 el comunismo había triunfado en Rusia. Hechos: una teoría política diseñada en los libros intentaba echar a andar en el Este. Los historiadores estaban siendo influidos por todo lo que sucedía a su alrededor, como es natural. Aulard y Mathiez desarrollaban un debate académico sobre la revolución, la francesa, claro.

Mientras Aulard había investigado en profundidad a G. Danton y exaltado sus posiciones, hasta el punto de sentirse la pulsión política de Aulard, miembro del partido radical-socialista, en la biografía de Danton; Mathiez se dedicó a desvelar la raíz corrupta de Danton, hasta el punto de explicar que la política de Danton y sus amigos estaba directamente regida por esas tendencias corruptas. Robespierristas frente a antirrobespierristas. A los primeros se adscribía Mathiez. ¿Verdad? ¿Ideología?

El tiempo hizo su trabajo. Hoy preferimos el gran trabajo de George Lefevbre sobre el Gran Miedo, donde aquella falacia de los grupos de bandidos al servicio de la aristocracia habían movido un gran proceso de destrucción de la dominación feudal en amplias regiones de la Francia del verano de 1789. Esto es la verdad. Equidistante de la ideología, de la política de intereses inmediatos, apenas leemos a Aulard o a Mathiez; quien lea a Lefevbre encontrará deleite en un acontecimiento de origen fantasmal, que a cada página se va explicando, sin juzgar, con la voluntad de quien desea conocer la verdad de lo sucedido.

Es imprescindible razonar y no dejarse llevar por las emociones, precisamente en una época donde imperan éstas. Pensar es ir cuesta arriba, lo cual es fatigoso.

En Los Ruices, a 17 de junio de 2020.

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