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EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIAN SANCHEZ

Que tendrá la ideología socialdemócrata que todo bicho viviente aparenta ejercer el pertinaz deseo de enmascararse bajo su nomenclatura. Podemos reivindica esta idiosincrasia de fundamento a la hora de definirse ante el electorado en general. El mismo Partido Popular se vanagloria de asumir en sus parámetros de confluencia ideológica un sector afín a dicha ideología, y Ciudadanos, también acaricia una tendencia similar que justificaría sin cuestión la rapidez de su acuerdo programático con el PSOE tras el proceso electoral del pasado 20/D. Pero, ¿puede considerarse en carácter de verosimilitud estas pretensiones, o únicamente consisten en un simple lavado de cara a la hora de establecer la estrategia presufragial?

La confluencia en la socialdemocracia, requiere de unas convicciones muy específicas en cuyos fundamentos se hace preciso creer, asumiéndolos en todas sus vertientes y exclusividades. Caso contrario, podríamos estar hablando de algo diferente elucubrado sobre la idea de pretender utilizar a beneficio propio un sistema de emancipación social, el cual ha proporcionado el mayor despliegue de bienestar a las comunidades más necesitadas de toda Europa tras un largo periodo de destrucción ideológica y material.

La pretensión de entendimiento entre la socialdemocracia y el comunismo deviene imposible por muchos razonamientos, pero especialmente sobre la base del concepto de libertad que ambas ideologías asumen. Ya en 1911 Karl Johann Kautsky habría proclamado la idea de que «un verdadero régimen parlamentario puede ser igualmente un instrumento de la dictadura del proletariado como de la dictadura de la burguesía», y tras el triunfo de la «Revolución de Octubre» denunció que en Rusia se había sustituido la «dictadura del proletariado» por la “dictadura del partido”: (“La dictadura conduce a que el partido que sustenta las riendas del poder tenga que procurar mantenerse por todos los medios, sean éstos limpios o sucios, porque su derrocamiento equivale a su derrumbamiento total”). Manifestación la cual originó, como puede suponerse, la respuesta más colérica del propio Lenin.

La estrategia esgrimida a este respecto por Pablo Iglesias reúne todas las características estratégicas y de discurso que llevan a la conclusión de que su formación pretende utilizar el disfraz socialdemócrata con el objetivo de introducir en nuestro sistema parlamentario la “dictadura del partido” que Lenin ya llevó a cabo en su día, circunstancia denunciada por el propio Kautsky, tal y como hemos apuntado y, para ello, la acción previa a asumir habría de ser la superación de sus rivales más potenciales dentro de la propia izquierda. Ya fagocitada potencialmente Izquierda Unida, únicamente quedaba pendiente el propiciar el consabido “sorpaso” al PSOE, en consecuencia, para comenzar a conseguirlo, nada mejor que ocupar su espacio usurpando sus propias señas de identidad ideológica. El travestismo ideológico cobra aquí su máxima expresión y sentido.

El pretender dotar de una ideología socialdemócrata, a un conglomerado político compuesto como condimento de un “arroz y bajocas” de una base social estructurada sobre sustratos de clase media alta, okupas, antisistemas, anarquistas, separatistas y demás clase variopinta, incluida  cierta parte de la burguesía más radical, y además incorporando a última hora el conglomerado de la Izquierda unida de Garzón, formación ideologizada de marcado carácter obrerista, austral, de grafía directa y plenamente reactiva a sofisticaciones de politólogos de gabinete preestablecido, deviene tan imposible e inútil a la aquiescencia ciudadana como  el pretender secar el mar utilizando cubo de playa.

Resulta evidente que la estrategia de Iglesias pretendiendo engañar al electorado presentándose en primer lugar como izquierdista, luego como socialdemócrata, después como patriótico, al tiempo que afecto a la plurinacionalidad, evidencia toda una burda maniobra de camuflaje tramada bajo la intención de no asustar, simplemente porque sus dirigentes eran plenamente conscientes de que la simple posibilidad de mostrar su auténtica faz, haría entrar en pánico a cientos de miles de sus potenciales votantes. En consecuencia, tras el frecuente soniquete de un discurso mesiánico y paternalista ajustado a las características de un predicador americano, se deja ver la intención manipuladora y falaz propia de alguien que es capaz de vender a un tratante de ganado gitano, mediante un catálogo de IKEA, una burra coja, ciega, sorda y sin dientes, haciéndosela ver en calidad de un corcel de carreras. Y es que entre su intervención parlamentaria sobre el tema de la “cal viva” y su interpelación a Sánchez “no te equivoques, Pedro, no soy tu rival”, hay un trecho insalvable de credibilidad.

No favoreció tampoco a la estrategia podemita el referéndum prometido a las fuerzas nacionalistas de los distintos puntos de España, es decir, la autodeterminación incluida en un proceso constituyente. Dicha circunstancia puso en guardia a la ciudadanía no nacionalista del país y solo prendió en Cataluña -con pérdida de votos-, en el País Vasco, y mucho menos de lo previsto en Galicia, donde el Partido Popular vapuleó a la confluencia, superada incluso por el propio PSOE, lo que deja en clara evidencia la circunstancia de que el compilatorio entre el populismo extremista, más izquierdismo postcomunista no da de sí en orden a la pretensión de ostentar el ansiado poder, todo esto aparenta quedar muy claro.

Evidentemente que en todo este “arroz y bajocas” podemita no todos los condimentos combinan, debido a lo cual, alguno de ellos se ha mostrado poco proclive a la cocción tras los resultados obtenidos, ha sido entonces cuando el ranchero Pablo Echenique, haciendo gala de un espíritu connivente y muy “socialdemócrata” se ha apresurado a saturar la cuestión basado en mensajes de amor, respeto y sentido común pero, por si la cosa no fuese suficiente, la saturación se efectuaría utilizando el correspondiente herbicida con el objeto de extirpar de raíz las “malas hierbas” de las violencias enquistadas. Una muy curiosa manera de fomentar la democracia y el diálogo en el seno de los partidos políticos. Experiencia ya tienen al respecto, que pregunten por ello al antecesor de Echenique en su cargo actual, víctima del herbicida en cuestión, claro que parece ser que la estrategia le fue personalmente bien el propio Echenique.

Deviene claro que la aparición del fenómeno Podemos, a caballo de una crisis socioeconómica galopante sazonada con un índice de corrupción execrable, tuvo su substanciación entre los sustratos propios de ideología marxista acaecidos sobre la contradicción entre los conceptos de irrealizabilidad e irrenunciabilidad, cuya armonización exige una renovación permanente del sujeto al que se le encarga la función de mantener la ilusión a efectos de que el engaño sea creíble. Y que no se incinere el engaño, lo más recomendable durante el tiempo de transacción requerido habría de ser resucitar y mantener la ilusión y, en ilusiones estamos.

Pero paralelamente a este proceso, se ha abierto tozudamente en las urnas un diáfano mandato popular que debe hacer reaccionar a quienes tienen en su mano el propiciar una salida a este impasse político que estamos atravesando y que supone una enorme pérdida de tiempo para las expectativas ciudadanas. En consecuencia, volvemos a asistir nuevamente a los retorcimientos para encontrar la fórmula adecuada de Gobierno, y en el centro del dilema el PSOE, si tenemos en cuenta la evidencia de que cualquier determinación de pactar con otras fuerzas a derecha e izquierda del espectro implica serios riesgos para este partido.

Si deja gobernar al PP, la decisión será contestada por una parte de su base más recalcitrante. La idea de ponerse de acuerdo con Unidos Podemos para intentar otra opción, seguramente habría de llevarle hacia el suicidio político más inapelable en toda su historia, vistos los resultados del 26-J y los antecedentes anteriormente apuntados. Y salirse por la tangente y no apoyar a nadie para rehacerse como partido desde la oposición, acarrearía otro bloqueo que llevaría inapelablemente hacia un tercer proceso electoral que no entendería nadie y cuya responsabilidad directa sería seguramente atribuida al propio PSOE. Verdaderamente un panorama muy poco envidiable.

Probablemente los responsables de nuestra socialdemocracia, deberían acudir al pensamiento preconizado en su día por Nicolás Maquiavelo, consistente en asumir la teoría del mal menor: “Es aconsejable tomar por bueno el camino menos malo, siendo conscientes de que hay circunstancias en que solo se puede optar entre lo peor y el mal menor”.

Enlazando con el anterior razonamiento, habremos de considerar la evidencia consistente en que, para que pueda iniciarse la legislatura con plenas garantías y con visos de continuidad institucional, no queda otra solución que decidir cuál es el mal menor entre las fórmulas posibles de Gobierno, bien compartido, o minoritario con convenios puntuales. Como ninguno de los competidores en la confluencia electoral del 26-J ha alcanzado la mayoría suficiente, ni siquiera llega a acercarse a ella, la situación no admite la menor contestación, el PSOE se encuentra en medio de un tumulto democrático de consecuencias actualmente impredecibles.

Queda meridianamente claro que tras las votaciones del pasado 26J, quedó plenamente confirmada la sacudida que ya se había operado en la vida política de España. Existe un cambio silencioso en marcha, que se aprecia mal a causa de la espantosa e interesada futilidad de las formas internas, así como de las que les llegan de los propios estamentos mediáticos que les apoyan, mediante las que pretenden influir, un tanto disimuladamente, en las intenciones de militantes y votantes. En todo caso, ninguna minoría está en condiciones de gobernar por sus propios medios, hace falta tender puentes, ajustar compromisos y alumbrar perspectivas a medio y largo plazo.

Ni gran coalición, ni populismo ejerciente. La socialdemocracia española tiene ante sí una perspectiva de confluencia que va a requerirle una altura de miras hasta el momento inusitada en nuestra actual democracia. El PSOE debe facilitar la gobernabilidad estable del país, exigiendo al tiempo el acometimiento de las reformas pertinentes de carácter democrático, funcional, educativo, jurídico y económico, que demanda el conjunto de la ciudadanía y que el actual panorama internacional exige para la integración definitiva y con plenas garantías en sus estructuras de funcionamiento. Sobre la base de dicha responsabilidad, la capacidad y altura de miras de sus dirigentes va a ser puesta a prueba de fuego. De su respuesta va a depender el futuro inmediato de nuestro país. Confiemos en dicha confluencia y en la responsabilidad de quienes deban llevarla a cabo, tal y como siempre y en todo momento supieron demostrar en circunstancias precedentes.

Julián Sánchez

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