LA BITÁCORA DE BRAUDEL. Por Juan Carlos Pérez García.
El otro día, en Requena, estuve en la conferencia de J.Piqueras. Llegué tarde, a eso de las 8; suponía que Piqueras habría empezado a hablar, y tenía cierto reparo a entrar en la sala, como interrumpiendo al personal. Pero aún estaban en las presentaciones; si los merecidos elogios hubieran sido escuetos, me habría perdido partes magras de la charla. El tema, los orígenes y la toponimia de las aldeas, ocupa muchos esfuerzos de nuestro geógrafo comarcal. El maestro estuvo seguro, con ímpetu, bien pertrechado de un inmejorable aparato cartográfico que mostró al personal para apoyar e ilustrar sus planteamientos. Conozco a Juan desde que hice la carrera en Valencia. Era entonces ya un reputado experto en el tema del mundo rural y en particular de la vid y el vino. No en vano su tesis estaba dedicada a este tema del vino, contemplado bajo el prisma de un agudo observador, minucioso analista y fino escrutador de cifras y balances.
La revista Oleana ha tenido la suerte de publicar algunos trabajos suyos sobre el sistema de propiedad y la configuración del mundo aldeano. A falta de un conocimiento largo en el tiempo de las aldeas, a todas luces la documentación de archivo que maneja el maestro Piqueras evidencia un mundo cuya genética parece estar en las complejas relaciones económicas del siglo XVIII. Por tanto, la emergencia de las aldeas es asunto de reciente cronología y ligado –como no podía ser de otra forma- al fenómeno, relativamente nuevo hacia 1700, de la explotación generalizada de las tierras. No conocemos el nexo que unía a las aldeas con un poblamiento pretérito, tal vez medieval o incluso más antiguo.
En su mayoría bosques y pastos, las tierras eran propiedad municipal –es decir, no privada; en esto hizo hincapié el conferenciante-. Siempre sorprende este aspecto, en contraste agudo con la realidad actual: los municipios apenas son titulares de una pequeña porción de tierra, en tanto el grueso de las mismas ha sido ya privatizado.
No hay que caer en la nostalgia, pero no sería mala plataforma municipal una propiedad pública más abultada, dadas las crecidas necesidades sociales. En cualquier caso, un poco todos nos hemos beneficiado de la privatización masiva de la tierra pública. Precisamente Piqueras resaltó el fenómeno de los usurpadores, auténticos francotiradores que se hacían con terrenos ilegalmente y al correr del tiempo los colocaban a su nombre. Y todo con el beneplácito de la ley. A este juego jugaron los grandes y poderosos, pero también los pequeños, a veces unidos a los primeros mediante contratos de arrendamiento. La democracia de una usurpación colectiva: todos participaron en los despojos.
Las aldeas crecieron con esta gente y la llegada de otros currante que no estaban dispuestos a morir de hambre. Esto es lo que Piqueras analizó para el caso de las aldeas de Requena. Pero falta la completa visión de la comarca entera. Utiel también poseía un patrimonio rústico considerable, pero no conocemos los pormenores de la privatización; en todo caso, el proceso lo aceleró la desamortización de Madoz. ¿En el resto de los municipios de la comarca? Esta perspectiva global es decisiva, porque permitiría percibir la complejidad de los mecanismos de acceso a la tierra y fijar un proceso histórico que nos resulta muy interesante para explicar fenómenos políticos y sociales de los siglos XIX y XX. No es lo mismo tener una perspectiva general de los cambios, que conocer detalles y pormenores de los mecanismos esenciales, así como protagonistas, beneficiarios y perjudicados. El alcance de los crudos acontecimientos de los años treinta tiene que tener su fuente en los fenómenos del cambio económico pretérito.
Las sillas del salón de plenos son mortales, especialmente si padeces de los huesos. A pesar de la incomodidad del lugar de la conferencia, el mensaje de Piqueras: el análisis del pasado acaba sintetizándose y penetrando en cada uno de nosotros, pudo percibirse con nitidez, y también la pasión que le acompaña en su discurso.
Necesitado de un confortable sofá, terminé la noche con mi padre y le conté algunos pormenores de la conferencia. Al día siguiente, en plena esporga seguimos hablando del tema y, como si la cuestión de los robos de la tierra comunal nos hubieran colocado en los márgenes de la vida decente, las palabras de mi padre se deslizaron a los terrenos abruptos del origen de ciertas fortunas que empezaron en la tierra y tal vez germinaron en la delincuencia por los lejanos años de 1900. Seguimos con la cuestión del maquis y el mercado negro desarrollado en torno a él; los rumores sobre ciertas personas que hicieron negocios abasteciendo a los resistentes a la dictadura de Franco. Pero esta es otra historia de la que por ahora es mejor guardar nombres. Nada, que fue un fin de semana corriente: conferencia y esporga, tareas diferentes, pero a veces complementarias, e incluso fructíferas.
En Los Ruices, a 19 de mayo de 2014.