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LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

No comprendo a muchos de los seres humanos que me rodean. Me pasa con mucha frecuencia. No es más que un defecto personal. Me cuesta pensar cómo un piloto con tendencias depresivas puede querer pasar a la posteridad estrellando un avión en el que viajan otros 149 seres como él. Se me escapa que conexión existe entre un piloto jodido y el crimen cometido en los Alpes franceses. Suicidarse con 149 convidados a la fuerza no parece un suicidio; es un crimen en masa.

Tampoco comprendo cómo una madre, a la que desde el principio se le suponen tantos valores positivos, puede moldear la mente de sus propios hijos para que sirvan en las filas del Estado Islámico. Qué es lo que pasa por l mente de una madre así, es algo que ignoro. Mandar a sus gemelos a luchar por Alá y, si sale, a morir por él no me entra, por mucho paraíso que exista como premio. Porque conseguir en paraíso a fuer de liquidar infieles, es decir, de asesinar, es demasiado para mi entendimiento.

Así que, con tantas cosas que comprender llego a la convicción de mis propias limitaciones. Sí que comprendo que los independentistas catalanes pidan lo que piden; comprendo que falseen la historia y la diseñen de nuevo para tener razones: es lo único que pueden hacer para moldear la mente de las masas adictas. Lo que no comprendo es cómo pude creerse la milonga de que la independencia instaurará el bienestar universal entre el paisanaje del Principat.

Me resulta incomprensible que el partido que gobierna este país piense que el problema que tiene es que no comunica bien las cosas que está realizando. Cuando lo que realiza es negativo, son recortes sociales y sanitarios, es deterioro del sistema de contratación laboral, etc. Comprendo que saben perfectamente lo que ocurre, pero prefieren ponerse la venda en los ojos para salvar el culo y tirar para delante.

Vistas así las cosas tal vez tengo mayor capacidad de la que creía para comprender ciertos asuntos. Por ejemplo, la historia de este chaval extremeño que las vio y deseó para que la Junta de su tierra reconociera que era un chico superdotado, con altas capacidades intelectuales. Está claro que no querían que alcanzase ciertos reconocimientos que la ley le otorga. Pero después de todo, el tema queda en un quítame aquí estas pajas, porque su nuevo estatuto no le da absolutamente nada más que un pequeño certificado, si lo sabré yo.

También es comprensible que los políticos, incluso los que llevan mucho tiempo ejerciendo el poder, vomiten más y más promesas electorales. Es por nuestro bien; prometen y prometen para después pasar a otra cosa. Es como la cuestión de los baches de la calzada: se prometen una cosa tras otra, casi sin repara que quizás es imposible realizar lo prometido; así, los baches están por todas partes, si nos descuidamos nos destrozan el coche, pero lo que es seguro es que nos daremos cuenta de que un día existieron y cuando empezó la cuenta atrás para las elecciones los repararon oportunamente.

No comprendo la capacidad de tantos tertulianos para opinar acerca de casi todo. Me tiene intrigado la figura de Elisa Beni, omnipresente en casi todas las tertulias semanales de radio y televisión. Es capaz de debatir sobre todo. Esta capacidad intelectual se me escapa por completo. Este tipo de tertuliano omnisciente es frecuente en los medios de comunicación españoles. Lo que no sé es si mis conciudadanos no están un poco hartos de este vomitivo deporte nacional de la tertulia. Mejor lo de antes: en los pollos del pueblo, sentado y con la compañía de los vecinos.

En Los Ruices, a 2 de abril de 2015.

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