EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ
Lo dijo Alfonso Guerra, un veterano socialista curtido en mil batallas a quien nadie puede poner en duda su ideología: “en el futuro habrá gente que sentirá nostalgia del diabólico elemento contra el que ha estado disparando durante los últimos cuatro años como es el bipartidismo”. Y apostilló: “En los últimos tiempos los medios se han volcado hacia la promoción de productos nuevos, y dicha actitud llegó hasta tal límite que algún medio de comunicación citó a un debate a cuatro partidos, y a dos que tienen grupo parlamentario no se les invita, pero a otros dos que tienen cero diputados sí», algo que, a mi juicio, supuso una violación absoluta de la Democracia, y aun así se vio con toda naturalidad”.
Nadie podrá negar falta de fundamento a los razonamientos del experimentado ex vicepresidente del Gobierno español, pero, aun considerando estas obviedades, lo cierto y verdad es que los sufragistas españoles dejaron el pasado día 20 un panorama, en referencia a la futura gobernabilidad del estado, que no tiene precedente en los últimos cuarenta años de vivencia de nuestra actual democracia.
Lo que más podemos temer, a la hora de alcanzar acuerdos, puede ser, que no sea el principal obstáculo las diferencias ideológicas, sino dos actuaciones bastante marcadas en el actual panorama político español. La primera de ellas viene a ser la mutua animadversión o malquerencia personal exteriorizada por los dos principales líderes políticos, precisamente los máximos representantes del bipartidismo todavía no finiquitado, aunque a algunos les pese, y que vino a quedar en evidencia en el último debate a dos de campaña. La segunda no es otra si no el personalismo y la altanería de anteponer las ambiciones propias o personales a la conveniencia del interés común de todos los españoles. Estas, y no otras, vienen a ser las principales barreras a salvar para hacer efectivo con éxito el mandato de la ciudadanía ante las urnas: “Pónganse de acuerdo, pero gobiernen sin demora”.
“Gobiernen sin demora”, no viene a ser un mandato de capricho, simplemente porque con un índice de desempleo del 21’6%, un indicativo sencillamente insostenible en comparación con el 4’5 de Alemania, el 5’2 del Reino Unido, el 4’7 de la República Checa, el 6’8 de Holanda, y más del doble del 10’8 experimentado en Francia, el 10’7 de Italia y el 12’4 de Portugal, si algo urge en nuestro país ello viene a ser el acometimiento con urgencia de unas políticas de empleo efectuadas bajo un consenso que deje a un lado sectarismos y demagogias para reconducir la situación del empleo a estándares de racionabilidad y sostenibilidad que hagan efectiva sin la menor demora la primera demanda de nuestra sociedad.
Si todo esto no fuese suficiente razonamiento, el Banco de España mediante el boletín económico publicado el pasado martes, viene a denunciar, en referencia a las futuras actuaciones económicas, que “un posible agotamiento en el proceso de aplicación de reformas estructurales podría afectar gravemente las expectativas de crecimiento e incidir negativamente en las decisiones corrientes de consumo e inversión». El eventual riesgo que implicaría una «reversión de las reformas» – PSOE y Podemos han asegurado que derogarán la reforma laboral, por ejemplo -, ha sido también un argumento otorgado por estos partidos a las proclamas electorales de dirigentes del Gobierno del PP en los últimos meses.
Y es que lo que aparenta a este respecto viene a ser que las reformas estructurales, y muy especialmente la laboral, no son escenificaciones específicas creadas al albur del último gobierno español, sino condiciones irrenunciables impuestas desde la Unión Europea, sin cuya aplicación, la permanencia en el grupo devendría imposible.
Bajo estas inapelables premisas, y el ejemplo de Grecia planeando por Moncloa, saber cómo negociar y con quién se negocia deviene prioritario para resolver la partida. Queda meridianamente claro que resultaría peligroso, por ineficaz, negociar con aquel que es el más directo competidor, con el fin de diferenciarse de él. En consecuencia, si se quiere llegar a acuerdos efectivos y duraderos, lo más sensato sería la puesta en escena de nuevos jugadores, habida cuenta que los actuales sobrevienen viciados. Según Ortega, “Aquellos que gestionan mayorías no pueden negociar pactos, por ello hay que tener capacidad para mezclar lo diferente”. Queda meridianamente claro que lo que ahora toca, es abandonar viejos modelos, a consecuencia de que lo extremadamente importante es favorecer la creatividad.
Ni Pedro Sánchez, ni César Luena, han declarado en un principio mostrarse favorables a acuerdos de gobierno con el PP, y creo que en principio de forma un tanto precipitada, al haberse pronunciado sin haber tenido en cuenta el pronunciamiento preceptivo de su Comité Federal. En consecuencia, los números indican que si el PSOE vota en contra, Mariano Rajoy no podrá resultar elegido presidente del Gobierno porque con la abstención de Ciudadanos no será suficiente.
No le sería fácil, por tanto, a Pedro Sánchez tratar de formar una mayoría alternativa toda vez que requeriría el apoyo de todo un abanico de fuerzas políticas con reivindicaciones contrarias a la naturaleza ideológica del PSOE: Podemos, Izquierda Unida, ERC, Bildu y PNV. El problema no estaría seguramente en IU ni en el PNV, aunque sí en todos aquellos partidos que defienden el derecho a decidir, inclusive Podemos que llega plenamente contaminado al proceso por su dependencia de las reivindicaciones independentistas. Los barones socialistas que ya se han pronunciado, especialmente personajes de la enjundia de Susana Díaz, Guillermo Fernández Vara, o Emiliano García-Page, quienes alertan sobre el rechazo dentro del PSOE a hacer acuerdos “que sean un remedo”.
Otro sabio de la política socialista, el expresidente del gobierno Felipe González, también se ha referido a estas cuestiones bajo la manifestación textual: “El 99% de los votantes de Podemos no tiene ni idea de lo que pasa en Venezuela”, señalando con ello la existencia de unas perspectivas antidemocráticas en las que nuestro país puede caer si no advertimos que existe un peligro real de atomización del estado y de pérdida de las libertades tan costosamente adquiridas.
Los pactos de gobierno efectuados con Podemos en las principales ciudades españolas, han llevado al PSOE a ser fagotizado por el partido de Pablo Iglesias. De esta guisa en Madrid los socialistas han recibido el mayor varapalo de la democracia al quedar situados en cuarto lugar tras los comicios y no han podido evitar que el PP siga siendo el más votado en trece comunidades, así como en ciudades de la importancia de Madrid, Valencia, Sevilla, Málaga o Zaragoza. Las negativas experiencias de gobierno de Podemos sostenido por el PSOE en estas ciudades, ha resultado de una negatividad más que manifiesta.
La realidad de arrastre de la voluntad social de las dos formaciones emergentes, pese a lo que se pretenda demostrar por parte de alguna de ellas, viene a ser que ambas formaciones, sin ser poco, no han conseguido más del 16% de apoyo del censo electoral cada una de ellas, habida cuenta que Podemos administra prestados y con condiciones los votos independentistas de formaciones como ICV-EUiA, Podem, Procés Constituient e independientes, arrastrando consigo todo el separatismo de las CUP, país vasco y mareas gallegas, quienes acuden a sus propios intereses, sin que les importe un comino la situación en que vaya a quedar el resto del Estado Español.
El sometimiento de Podemos a las exigencias separatistas vino a quedar meridianamente claro ya en la primera comparecencia de Pablo Iglesias la misma noche electoral, al sentenciar: «Estas elecciones han dejado claro que el nuestro es un país plurinacional». Y sentenció: «Cataluña es una nación y tiene que tener un encaje constitucional diferente. Somos favorables a que en Cataluña se produzca un referéndum”. Claro que, siendo conscientes de su habitual actitud, no sería nada extraño que dentro de nada manifestase lo contrario. Todo dependerá de sus espurios intereses y como vaya evolucionando la situación.
Y mientras tanto Europa a la expectativa. La necesidad de corregir eventuales desviaciones en la ejecución de los planes presupuestarios de las Administraciones Públicas, cuyo cumplimiento es considerado esencial para preservar la confianza de los agentes, podría comportar algún efecto negativo sobre la actividad a corto plazo, así lo expone Bruselas y lo apostilla el Banco de España sobre la más posible necesidad de más ajustes ante la marcha de las cuentas públicas en 2015 y todo lo que signifique atraso en la aplicación devendrá en agravante.
La cosa no está para especulaciones, ni mucho menos para ocurrencias, los intereses partidistas (y todavía más los personales), deben quedar subsumidos a los intereses generales del estado. Hay que mirar hacia el modelo Danés y olvidarse del Venezolano, tal y como propugnan algunos. Desde 1909, ningún partido político ha obtenido en Dinamarca mayoría absoluta, y sin embargo el estado nórdico se ha venido destacando como un modelo de carácter negociador preconizador de un progreso social de consideraciones extraordinarias. La eficacia propiciada por esta cultura de pactos está asentada en la clase gobernante de uno de los países europeos con uno de los estados del bienestar más desarrollados. La sociedad danesa ha adquirido esta cultura de pacto tan evolucionada, con ocho partidos en juego, en consecuencia, una imagen similar a la que concurre actualmente en el panorama político español, por lo que, si se alcanza un talante similar, el llegar a acuerdos de gobierno no debe ser un hito imposible.
Ya hemos experimentado anteriormente ensayos similares con resultados interesantes. Recordemos a este respecto que en el País Vasco, el PSOE ha gobernado apoyado por el PP, el PNV con los socialistas, pero eso sí, demostrando siempre altura de miras, a consecuencia de que la cultura de pactos es incompatible con el sectarismo y con ver al oponente como a un enemigo. Si para alcanzar un acuerdo de facto se constituyen como obstáculos insalvables las personalidades de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, ambos deben ser apartados ipso facto del proceso negociador y de sus consecuencias, si de algo está sobrada nuestra democracia es de personalismos y, como ya expusimos, ni personas, ni partidos deben prevalecer en sus intereses al interés general.
Ahora es el momento de ganar un futuro que nos lleve a la modernidad europea, De su exitosa culminación devendrá el poder acercarnos a los postulados continentales, o quedar recluidos a regímenes a la venezolana, cuyas consecuencias podrían llevarnos a situaciones propias a las vividas hace más de cuarenta años. No nos dejemos engañar por personalismos, populismos, ni demagogia y estemos a la altura que los tiempos demandan.
Feliz Año Nuevo para todos/as.
Julián Sánchez