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POR AMOR AL CINE. DIEGO FORTEA

A todos nos gusta reír. De hecho, en todo momento nos desvivimos por buscar el lado delicioso de las cosas, aquel que nos incita a esbozar sonrisas desencajadas, risotadas auténticas y desternillantes, dolores de mandíbula sentenciosos que te llegan hasta el abdomen. ¿Pero qué hay detrás de todo eso? Lo acabo de insinuar. Resulta que un grupo de personas entre las cuales me incluyo, pensamos que toda comedia que se precie debe traer consigo una dosis de dramatismo irremediable, inferido a raíz de un acto puramente agresivo y grotesco. Me explico. Detrás de la risa, se esconde el dolor y la amargura que nos confiere algo tan humano como el terror, el miedo a lo desconocido. Esto ocurre en muchos casos, desde el momento en el que Stan Laurel le estampa un tartazo a Oliver Hardy, hasta cuando Jerry le mete el rabo a Tom en salfumán. Tales ejemplos son una muestra irrevocable de que, cuando visualizamos escenas de semejante calibre, estamos presenciando un acto de violencia desenfrenada. No nos asustemos. Por regla general, un chiste debe esconder una realidad tan fría y tan escabrosa como la crueldad que nos identifica. ¿Pero qué es el humor? Imposible de definir. Como intentar pinchar a una mariposa con un palo de telégrafos. Una tontería.

Recomiendo efusivamente la película ‘Muertos de risa’, una prueba más de que del humor al odio, no hay más que un paso. Comedia trágica y desaforada. La historia tiene como punto de partida un caso muy bien consabido por todos nosotros: dos personas se quieren y se necesitan de tal manera, que terminan odiándose entre ellos por encima de todas las cosas. ‘Muertos de risa’ es una comedia sobre el humor, por lo que necesariamente tiene que ser una historia basada en la amargura. Es una película que habla de dos personas que se ganan la vida intentando hacer reír a base de bofetadas, una pareja de cómicos que vive un duro ascenso al estrellato para terminar estrellándose mutuamente en una lucha de egos encarnizada. Con una gran capacidad para la acción, el humor cruel, y el sentido del espectáculo que en el cine es nuestro cine, esta mascarada reparte el odio y el éxito a partes iguales en un cóctel perverso fraguado por Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarria. El humor genera tensión. Pon a tres monstruos de la comedia en un mismo escenario y terminarán devorándose entre ellos por captar el mayor número de aplausos y risotadas, el chiste más fresco e hilarante, aquel que verdaderamente satisfaga el placer de niños y adultos, el más llamativo y escandaloso. Porque el caso, es llamar la atención, ni más ni menos. Todas las grandes comedias en el fondo son una gran desventura, insisto. ¿Acaso no os acordáis del Coyote y del diabólico Correcaminos? ¿Y los mamporros que se metían Mortadelo y Filemón?

Estos son claros ejemplos de cómo este vínculo que existe entre el drama y la comedia crece y perece al mismo tiempo. Siempre nos encontramos con dos pobres diablos que malviven en una especie de simbiosis tóxica que termina destruyéndoles por completo. La mayor parte de los cómicos tienen épocas en las que se llevan fatal, para qué citar nombres. Estúpidas obsesiones, neurosis, enfermedades que van arrojándose el uno al otro con total ensañamiento. Envidias, rencores que van entrando en ebullición y chamuscando en el mismo espectáculo. En vez de un número de humor, acaba siendo un número de resignación, y por eso nos resulta tan gracioso. Flip piensa que si no fuese por él, Flop estaría acabado, y que, por consecuencia, el dueto terminaría resquebrajándose por completo. Sin embargo, Flop piensa lo contrario que Flip. ¿Acaso no es como en las relaciones sentimentales? Siempre pensamos que nuestra pareja no nos ama con la misma intensidad con la que nosotros la deseamos. Al redactar esto pienso en la famosa canción de Víctor Manuel: ‘¿Quién puso más?’. Estamos en lo mismo. Todo humor viene generado a partir de una base de sufrimiento, de un amor perdido. Cuando un hombre se cae en la calle, hay más de uno que primero se parte de risa por dentro -o por fuera-, y que luego se lanza con cierto remordimiento a socorrerle. Nadie se ríe de un beso a no ser que éste resulte absurdo o patético.

La única manera de evadir todo este calvario es la risa. Y su límite debe estar donde tú te lo quieras poner, claro está. Todas las parejas cómicas terminan igual por una razón de peso muy fácil de entender, distinguidos lectores. Llega el momento en el que las dos personas crecen y evolucionan por separado, como seres humanos que son. Pero es que hay una cuestión de fondo, y es que el negocio termina siendo demasiado bueno para los dos. Es como pedirle a Coca Cola que, a partir de su éxito, empiece a hacer solamente calimocho y Fanta, olvidándose por completo de la Coca Cola. Cuando dos personas generan una industria de cualquier índole, y que al constituir tal dualidad, comparten casi un mismo peso dentro de la balanza, llega el momento en el que cada uno quiere hacer una cosa, pero es que los intereses son demasiado fuertes como para fulminarlos. Es hundir el Titanic por la cara. De tal modo, el papel dramático, debería de ser más sencillo hasta cierto punto, porque si yo tengo que fingir que me duele una muela, o que se me ha muerto un ser querido, yo interpreto bajo mi inherencia cómo me duelen a mí las cosas. Y esto ni es transferible ni es equiparable al terreno del humor. O haces reír, o no. En la risa estás arriesgando mucho más que en el drama. El tema es que cuando tú haces un chiste te saltas una serie de procesos mentales, te vas directamente a una zona del cerebro cuya reacción es inmediata. Sin embargo, el lloriqueo pasa por una reflexión, por un camino intelectual que no es directo ni automático, si no que es más lento, porque hay que pararse a pensar en lo que ha ocurrido. El humor es sincero e instantáneo.

Hasta el más pintado de los ilustrados termina denostando la comedia. El humor todavía no se toma en serio. Debajo del humor existen unos pensamientos, una cierta actitud ante la vida. El humor ablanda lo peor de ti mismo. El humor es resolutivo, la mejor medicina. Hay un momento en el que la gente tiene que reconocer que la risa puede llegar a ser algo frívolo, y que por lo tanto, carece de relevancia. Incluso podemos asegurar con total certeza que aquel que se intenta hacer el gracioso las 24 horas del día corre el peligro de terminar convirtiéndose en un idiota integral. Y eso que la risa es algo tan necesario como la alimentación. Cuando sueltas un chiste te conviertes en algo más cercano al público, en un ser afectivo que causa una impresión más agradable. Yo siempre he repudiado aquello de: ‘Hablemos en serio’ ¿Cómo? ¿Que por ponernos serios eso quiere decir que lo que vayamos a decir tendrá más valor? Nosotros insuflamos del guión de ‘Muertos de risa’. Yo le debo mi vida a los cómicos y a los humoristas. Ellos han construido mi cerebro. Gracias a ellos soy lo que soy y mantengo mis motivaciones a flote.

El hombre sufre tan terriblemente en el mundo, que se ha visto obligado a inventar la risa, decía Nietzsche.

Diego Fortea
Actor, productor, y guionista. Director y Presentador de ‘Por Amor al Arte’ en Radio Requena

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