Requena (01/08/19) LA BITÁCORA // JCPG
Resulta curioso lo que ocurre en nuestra sociedad con respecto al conflicto palestino-israelí. Como se sabe es uno de esos conflictos que siguen estando ahí, sin resolver. La izquierda española tiene un problema a la hora de entender y posicionarse sobre la cuestión. Pero la misma sociedad parece tenerlo muy claro. Lo cual resulta bastante sorprendente. Para muchos, son los palestinos los cargados de la verdad absoluta: sufren en sus carnes la exclusión, la expulsión del territorio y la ocupación. Los medios de izquierdas focalizan su quehacer en la situación de Gaza. Para otros, no sé si los menos, el lado israelí tiene su bendición: al fin y al cabo, dicen, han vuelto al solar de sus antepasados y han tenido que hacerse fuertes en un entorno sumamente hostil, el de los países árabes, que no soportan su presencia en Próximo Oriente. En España, relacionado con los gobiernos, autonómicos pero sobre todo municipales, de la izquierda, se ha montado en los últimos años un tinglado político de boicot económico a Israel, lo que implica a empresas de todo tipo. Así que, no es un asunto menor porque afecta a nuestra convivencia social. En España residen muchos judíos, evidentemente identificados con el Estado de Israel. Son españoles, y, como cualquier otro, toman posición.
El acercamiento que quiero hacer es diferente. Estoy tomando el camino literario. Todavía estoy leyendo la que creo es la primera obra del escritor israelí Amos Oz: “Tierra de chacales” (ed. Siruela). Son un conjunto de cuentos que profundizan en pasiones humanas, relaciones, ambientes y personalidades muy distintas. La vida de los pobladores de la novela transcurre básicamente en un kibutz, es decir, una granja colectiva, donde se comparte todo. El kibutz era una visión marxista de la vida judía en Israel. Recuerdo conocer uno de ellos, el Kibbutz Lojamei Haguetaot, en Galilea; ya apenas quedaba algo, hace cuatro años, del sueño israelita del kibutz. Estas opciones socialistas no partían del mundo del Bund, que siempre rechazó el regreso a Eretz Israel, pero están emparentadas ideológicamente con el bundismo.
Los relatos tienen como nervio el proceso que lleva a la reconstrucción de una patria, a través del proceso de identificación entre el espacio y las personas. El kibutz era un sueño: compartir todo; uniformizarlo todo, hasta los horario; el fin último era formar buenos seres humanos. La gran quimera, el hombre nuevo, bajo otra perspectiva, más humana que los experimentos que pudieron desarrollar el nazismo o el comunismo, pongamos por caso.
El mito del judío errante llegaba a su fin con la proclamación del Estado de Israel, en 1948, con Ben Gurión a la cabeza. Uno de los grandes fenómenos de la historia universal. Ben Gurión eran un sólido líder, con una poderosa personalidad, capaz de solidificar el mando de los israelitas.
Pero la instalación en el nuevo país no iba a ser fácil. Los chacales estaban ahí, los fanatismos estaban creciendo. Esto es, con muchos matices, con una profundidad impresionante lo que transmiten los escritos de Oz en esta obra. No había leído nada de él, pero me alegro de haber empezado.
Oz es, en principio, una cara diferente de Israel. Más que diferente, distinta. Elie Wiesel representa algo así como la conciencia de lo que el Holocausto, la Shoah, ha supuesto para los judíos. Wiesel es la personificación de que no hay que olvidar la persecución y el exterminio. Oz es la conciencia de la vida diaria en el Israel asediado por sus vecinos y enfrentado a los palestinos. Estas realidades se perciben en la novela, junto a algunos personajes judíos dotados también del germen del fanatismo. El fanatismo, en consecuencia, no es patrimonio del ISIS o de Al-Qaeda; hay mucho más, puesto que ese sionismo, que era hijo de Europa, también tuvo y tiene perfiles de fanatismo. Los escritos de Wiesel enfatizan la estrecha relación Holocausto-Israel y la trascendental necesidad del recuerdo. Era una línea cercana a la visión histórica de la “Escuela lacrimosa” de la historia hebrea en que el acontecimiento capital de la eterna persecución al judío era la Shoah, el Holocausto. El ejemplo paradigmático es la obra de Benzion Netanyahu, padre del actual primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Benzion, como Wiesel, es una conciencia labrada en el mundo de la Shoah, con su pasado de guerrillero anti-nazi.
He conocido mejor la trayectoria de Wiesel, por razones que ahora no vienen al caso. Este hombre tomó claramente la opción de una historia y de una tradición judías imperfectas pero viables, en la que el Holocausto era un principio de legitimidad para el estado de Israel. Aún recuerdo la pregunta, en Yad Vashem, a un periodista israelí sobre si se podía entender que el Holocausto fue una fuerza motriz de la proclamación de Ben Gurión en 1948; aunque su respuesta fue no, creo que, en cierta forma, quizás no como una política estatal, pero sí de algunos partidos o líderes israelitas, la Shoah es una gran excusa.
He seguido, al hilo de la lectura, la trayectoria de Oz, que se ha prodigado en la prensa española, sobre todo en “El País”. En cierta forma, podríamos decir que para Amos Oz, Israel es decididamente un Estado defectuoso, su ocupación de los territorios palestinos está mal dirigida políticamente, pero Israel, como esencial para los judíos, es fundamentalmente sólido. Piensa que la ocupación de los territorios acaba corrompiendo la vida social y política israelita como la de los palestinos. Sin embargo, está convencido de que lo que los judíos necesitan y merecen es un Estado propio.
La tierra de los chacales parece un fermento de situaciones y vivencias, un crisol de gentes de buena voluntad, de gentes que sueña, pero también la gestación de un mundo de depredadores, de fanáticos de un lado y otro. El propio Oz dijo hace unos años:
“…un carcelero que se esposa a un prisionero durante 36 largos años ya no es un hombre libre. La ocupación también nos ha robado a nosotros la libertad.” (Oz, “La espada y la pared”, El País, 24 de octubre de 2003).
Era una evidencia que Israel ha caído bajo el síndrome de Masada. El del asedio total y la resitencia ante un medio hostil. La visita a las ruinas de esta impresionante mole son muy esclarecedoras de lo que significan hoy. En la práctica, el Ejército de Israel tiene Masada como núcleo de su formación ideológica.
Sigo leyendo a Oz.
En Los Ruices, a 1 de agosto de 2019.