LOS COMBATIVOS REQUENENSES // Víctor Manuel Galán.
En la belicosa Historia de la Humanidad, la paz siempre ha sido muy reverenciada, pero en su celebración los valores de los vencedores se han impuesto frecuentemente al espíritu de reconciliación. El siglo XIX fue pródigo en guerras civiles en Europa y América. España no resultó diferente al respecto, sufriendo enfrentamientos tan dolorosos como las guerras carlistas.
La tercera de las mismas se desarrolló en un explosivo clima político en la Península y Ultramar. Carlistas y liberales se las vieron en tierras de Cuenca y Valencia, encajando nuestra comarca no pocos sufrimientos. El municipio y el vecindario de Requena tuvieron que acometer no pocos esfuerzos.
A aquella exhausta Requena llegó la noticia de la victoria en el frente del Norte del Ejército liberal. Alfonso XII había accedido al trono y el ayuntamiento acordó enviar “al Gobierno de S. M. una entusiasta felicitación” el 22 de febrero de 1876. Lo cierto es que los munícipes de la Requena liberal habían cargado con una enorme obligación en años de guerra, sumándose el sentimiento particular a la conveniencia de quedar bien ante el poder.
Se decía restablecer en toda la Península la paz, “deseada por todos los españoles”. Para demostrar este espíritu de pacificación, se nombró una comisión de fiestas, formada por el alcalde-presidente José García Leonardo, los concejales Juan Zanón, Antonio Francisco Ramos y Blas García Pedrón, el coronel comandante militar de la plaza José Faura, el comandante José Mendoza y los propietarios Francisco Masia y Eusebio Ramos. El grupo reunía a autoridades civiles y militares y propietarios, una combinación muy del gusto de la Restauración animada por Cánovas del Castillo.
Ellos confeccionarían el programa de las celebraciones del 17 al 19 de marzo. A las siete de la mañana del primer día, echarían a volar las campanas, con salvas de veintiún cañonazos desde las baterías del Cerrito y puerta de la Garrota, a cargo de la compañía de artillería de voluntarios de la milicia. Lucirían banderas españolas en los edificios públicos y los balcones y ventanas de las viviendas particulares serían engalanadas con colgaduras. De las siete a los ocho la música municipal recorrería las calles aquellos tres días.
En este ambiente de júbilo de la ciudad liberal, se oficiaría a las diez un Tedeum en El Salvador, a cargo de Juan Antonio Navarro. En las siguientes horas se pasaría de lo sacro a lo más profano. En la plaza del Arrabal, calle del Peso y portal de Madrid se celebraría una corrida de novillos, que se repetiría el día 18. Al día siguiente, festividad de San José (de hondo significado en el constitucionalismo español), se haría a la misma hora en la Glorieta un baile de máscaras con los músicos municipales y piezas escogidas. En el centro del paseo se pondría un popular árbol de cucaña, de resonancias liberales desde los tiempos de la Revolución francesa.
Estas muestras de obsequiosidad fueron compatibles con la negativa a enviar una representación municipal a la entrada triunfal de Alfonso XII en Madrid, a instancias del gobernador civil, pues Requena se encontraba entonces a doce leguas de la estación ferroviaria más inmediata. Las alharacas de la paz no exoneraban de las realidades mundanas.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1875-76, nº. 2771.