Requena (15/11/18) Los Combativos Requenenses //Víctor Manuel Galán Tendero.
A día de hoy muchos recuerdan las cartas pueblas de nuestro pasado medieval: no para estudiarlas con ojos eruditos que deslindan influencias y agrupan unas cuantas en familias, sino como ejemplo inspirador para combatir otro enemigo a la sazón muy temible, el despoblado que engulle aldeas y se cierne sobre lugares con gentes envejecidas, casi a punto de darle los buenos días a San Pedro. Exenciones fiscales y disposición de recursos tan valiosos como un domicilio particular tientan a los sucesores de los repobladores de antaño.
Es digno de tenerse en cuenta este retorno del interés por la Edad Media de principios de nuestro siglo, sea en nuestras apreciaciones sobre la ocupación del territorio o en nuestras relaciones con otras culturas. A día de hoy la España vacía campa extensa de Oeste a Este, irguiéndose Madrid como la torre rodeada por un amplio foso. Muchos lugares pueden captar a los neorrurales con ánimos de orientar su vida por otros caminos, una situación que salvando las distancias también se dio allá por el siglo XIII, el del hundimiento de Al-Ándalus y el de la expansión de los reinos de la Hispania cristiana. Entonces extensos dominios tentaron a los conquistadores de entonces, como Requena y sus extensos términos. Poblar no fue nada fácil. Muchos musulmanes andalusíes terminaron abandonando sus tierras y muchos cristianos no acabaron asentándose en sus nuevos destinos, fuera porque no les satisficieran o porque buscaran más altos destinos.
Alfonso X heredó una Castilla engrandecida, la ancha Castilla del dicho popular, tras las conquistas de su padre Fernando III, que autorizó incursiones de sus gentes hacia tierras levantinas, las del Sharq Al-Andalus. El arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada no rindió Requena, pero desde la sede toledana se disputó a la tarraconense la superioridad sobre el obispado de Valencia. Requena cayó del lado castellano, finalmente.
A Alfonso se le conoce por el sabio, más por sus cualidades intelectuales que por su astucia política. Toda su vida se sintió orgulloso de su empresa juvenil de la dominación del reino de Murcia, a la que posteriormente le dedicaría su tiempo y sus preocupaciones. Su obra repobladora fue intensa en su territorio y en el de toda Castilla, lo que le valió la inquina de los nobles que no deseaban el fortalecimiento de los núcleos regios, de las villas reales.
Es bien sabido que Requena no escapó a su interés, aplicándole fórmulas también adoptadas en otros puntos. La vecindad de los dominios de Jaime I, tan conquistador como repoblador, y de importantes bolsas de población islámica (la mudéjar) aconsejaron disponer de una activa fuerza militar en nuestra villa, a las puertas de la nueva Castilla.
En 1257 Alfonso X buscó el asentamiento de treinta caballeros o escuderos hidalgos, otros treinta caballeros ciudadanos y de todos los peones posibles. No se distinguió como en Lorca entre las categorías de caballeros, adalides, almogávares a caballo, almocadenes, ballesteros y peones, muy relacionadas con las formas de combate de la frontera con la Granada nazarí.
Tales grupos gozaron de la posibilidad de comprar bienes a los musulmanes, a añadir a los que ya tenían: los caballeros hidalgos por valor máximo de 150 maravedíes, los caballeros ciudadanos por 100 y los peones por 50. En conjunto, todos los repobladores pudieron adquirir tierras al menos por 6.300 maravedíes, cantidad superior a la concedida al obispo de Cartagena en los términos de Lorca. Alfonso X no concebía una sociedad igualitaria, ni de lejos. Evidentemente, los caballeros de toda laya no cultivarían sus haciendas, sino que dispondrían o les hubiera gustado disponer de sus campesinos. Los musulmanes no formaron una comunidad organizada o aljama en Requena, y no se consolidó un estrato de aparceros mudéjares al modo de la huerta de Alicante. Los peones dispondrían al principio de medios para subsistir como medianos y pequeños agricultores y artesanos. Es probable que con el tiempo sus bienes se fueran parcelando familiarmente, viéndose obligados a trabajar temporalmente para otros para alcanzar a subsistir. Sobre el reparto exacto de las tierras entre los primeros colonizadores cristianos apenas sabemos gran cosa, al no disponer del valioso libro como en otras localidades. Lo que sí que es cierto es que los caballeros necesitaron de la asistencia económica de la monarquía, la célebre nómina, muestra clara que su situación no era tan boyante como la esperada, quizá por la falta de cultivadores que aceptaran sus condiciones.
Las ideas medievales acerca de un lugar bien poblado no coinciden necesariamente con las nuestras. En la entrevista de Tarazona de las Navidades de 1269, Jaime I recomendó a su yerno Alfonso X no distribuir el grueso de las tierras de la ciudad de Murcia entre pequeños y medianos cultivadores, sino entre cien hombres de valor especialmente, dejando el resto a menestrales. A primera vista, el comportamiento del monarca castellano en Requena no difiere mucho del recomendado por el aragonés, el del establecimiento de una comunidad jerarquizada encabezada por un grupo minoritario. Quizá el fracaso de los pequeños agricultores cristianos nos habla de las dificultades de adaptación a una agricultura de regadío como la andalusí, de verdadera jardinería según algunos autores, con un auténtico mosaico de reducidas parcelas. Los estudiosos de la repoblación del reino de Valencia a partir de 1609 han constatado el aumento medio de la extensión de los terrazgos de los cristianos viejos en relación a los moriscos expulsados.
Nuestra repoblación (reordenación y colonización del territorio) medieval nos ofrece algunas lecciones. Adaptarse a una nueva realidad geográfica, por mucho que se ostente la autoridad, no es nada sencillo, especialmente cuando entraña variar aspectos sustanciales de la vida. Captar unos profesionales cualificados es tan deseable como difícil, en particular cuando pueden escoger entre distintas ofertas. El empobrecimiento entraña procesos de éxodo de parte de la comunidad, que busca mejorar su vida en otros puntos. Los prejuicios religiosos y culturales se compadecen mal con el fomento de la población. Por el contrario, la identificación con un territorio dotado de instituciones propias, con la asistencia de una autoridad superior, ayuda a remontar realidades muy adversas, forjando una asociación virtuosa de participación vecinal, política propia y fomento económico.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Carta puebla de Requena.