Requena (02/11/17). LA BITÁCORA – JCPG
Canta Hesíodo en su Teogonía que el principio de todo fue el Caos. Pero en un momento dado surgió todo un universo divino y humano, plagado de creencias, de certezas y de incertidumbres. La incertidumbre más majestuosa, más poderosa y más enloquecida, la que contiene el mismo ser humano: en pleno siglo XXI, no deja de ser consciente de su carácter efímero, pasajero, frágil y a expensas de tantos factores que toda su ciencia y su técnica no puede evitar. A pesar de algunos que barruntan que no sé para qué año alcanzaremos algo parecido a la inmortalidad. ¿Cuándo te dijeron que finalmente ibas a morir? ¿Alguien lo recuerda? Quizás nunca nos lo dijeron, lo adivinamos nosotros. No lo he pensado nunca pero la obra de La Subterránea, Maldito Otoño, me ha llevado a plantearme esta cuestión. Creo haberlo descubierto a fines del otoño, precisamente, de 1977. Estaba en las obras del agua potable en Los Ruices. Zanjas abiertas. Chavales corriendo por dentro de las zanjas, cuando los trabajadores se iban…
Siendo monaguillo, asistí al entierro de muchos vecinos de Los Ruices. Ancianos que morían. Los visitaba junto al cura, un recalcitrante don Joaquín, que venía de San Antonio. Allí estaban, en la caja, impasibles, sin mover ni una pestaña, y luego a la Cañá, a descansar para siempre. Dale Señor… Un niño no comprende ciertas cosas. Hasta que le tocó a mis abuelos. Ahí estuvo el momento decisivo. La literatura, el cine, el arte nos han recordado desde siempre todo esto. Lo efímero de la vida, lo frágil que es nuestra realidad. Aquellos de nosotros dedicados al mundo de la política lo saben bien. Puigdemont y los suyos son los últimos: de estar en lo más alto a saborear el polvo. Maldito otoño, para algunos.
El sábado estuve en el teatro y rememoré algunas de estas cosas. Las tres actrices de La Subterránea, una de ellas de estirpe ruicense, nos subrayaron precisamente esto. Entre música espléndida de verbena, pasodobles extraordinarios que reposan en nuestro patrimonio musical, pasodobles que sonaban en aquellos bailes que cada mayo sonaban en el almacén de la Cope, en la cochera de los Alcaldes, en la calle, mientras los más pequeños del lugar tirábamos minetas y nos dedicábamos a correr de aquí para allá. Eran aquellos mayos, aquellos días en torno al 23, en que raramente podías estrenar el hato que tu madre te había comprado en Utiel, porque hacía frío. Era el frío con el que se despedía la primavera. Es el frío que con frecuencia viene siempre por esos días. Es el frío que destroza las cepas si es intenso. El que fulmina parte de la cosecha. La obra era Maldito otoño, pero los frío de mayo no son en otoño. Se había esporgado, o se estaba en ello. Se había ido a las fiestas de Los Marcos, por San Isidro, y ahora se estaba en las de Los Ruices.
Como las Moiras griegas de Hesíodo y como las Parcas romanas, las tres actrices de La Subterránea desarrollaron una obra volcada en el problema de la existencia. Las Parcas eran seres que marcaban la existencia de todos, el nacimiento, los acontecimientos decisivos de una vida, la muerte. Estuvieron en los nacimientos de dioses y también en los nacimientos de seres humanos. Sobre el escenario del Principal, con amplio alarde de mímica, con una escena marcada por la presencia de la evocadora cepa seca, las Parcas de La Subterránea ejercieron de diosas del destino. Unas diosas agitadas, en tensión por conocer su destino, el de todo ser humano. Las señoras de los nacimientos, de los matrimonios y las muertes, de los acontecimientos vitales, estaban corroídas por el poder del futuro humano. Las Hijas de la Noche, las actrices, oficiaron su oficio con maestría y lanzaron el barrunto de lo efímero a un auditorio atento.
Eneas, el médico Lapige, Ascanio y Venus. En la peripecia de Eneas, el héroe de la guerra de Troya, también estuvieron las Moiras-Parcas, hasta que finalmente llegó a las proximidades de lo que sería Roma. ¿Estuvieron también en las locas noches que el héroe se corrió con la reina Dido de Cartago? Pinturas al fresco de Pompeya, siglo I a. de C.
El vino. Una copa de vino. Un desahogo. El único elemento de alegría. El poder del elemento dionisíaco, el que alegró desde la infancia rehecha por su padre Zeus los días de Dionisos, el dios griego. El vino como llave de la alegría, de lo festivo, de la capacidad humana para aprovechar los instantes agradables. Unas copas de vino ofrecían a los tres personajes de la obra encontrar algo positivo en la existencia. Una existencia acelerada por la conciencia del paso del tiempo, de lo pasajero de la fertilidad, de lo rápido que se esfuma la belleza física. Ay, Dios mío, como dijo alguien a mi espalda.
El destino está gobernado por las Parcas. La cepas secas ejercían precisamente de emblema de la muerte. Pero todo era teatro. El teatro de la vida. Y la calle siempre será nuestra. A la calle nos fuimos y a cenar. Porque pensar en estas cosas, no sé por qué será, pero siempre me ha dado mucha gana. ¿Alguien puede resistirse al pulpo, las bravas, la oreja del gorrino y el buen vino? El vino, otra vez. El vino siempre. Que no nos falte.
En Los Ruices, a 1 de noviembre de 2017.