En el Cuaderno de Campo de hace dos semanas se proponía una visita a distintos lugares de la sierra de Malacara y se describían de manera sucinta algunos de sus valores paisajísticos y biológicos. En concreto se daba cuenta de la riqueza natural de distintos parajes como el vallejo del Campillo, el pico de la Nevera, la umbría del Retamar y su fuente, o la partida de Las Moratillas.
Todos estos parajes, pertenecientes a la comarca vecina de la Hoya de Buñol-Chiva, distan muy poco del límite oriental de la Meseta de Requena-Utiel y bien merecía la pena conocerlos. Sitios llenos de biodiversidad que seguramente sorprendieron a más de un lector y que, probablemente, hayan servido de motivación para programar una próxima excursión.
Sin embargo, y con toda la intención, se dejó para más adelante la referencia a uno de sus espacios naturales más interesantes desde muchos puntos de vista: el río Mijares. Este pequeño curso fluvial apenas cuenta con 12,5 km de longitud desde su nacimiento hasta su desembocadura en el río Magro. No obstante, cada uno de sus rincones y tramos por donde discurre están cargados de una belleza y de unos valores biológicos realmente dignos de mencionar. Dedicaremos el capítulo de hoy para exponer los principales elementos de su cabecera; ya que, incluso antes de que el cauce lleve agua, presenta un elevado interés paisajístico y natural. Desde luego, bien merece la pena una presentación; allá va.
El río Mijares tiene su origen en la confluencia de varios barrancos a la altura del camino que une las localidades de El
Rebollar y Siete Aguas. En concreto se unen la rambla del Rebollar y el barranco de Villingordo a escasos 500 metros del límite de los términos de Requena con el de Siete Aguas. Poco después, en el paraje de la Cueva de Villingordo, el cauce resultante confluye ahora con la rambla de los Manzanos, que viene precisamente del vallejo del Campillo.
Allí el lecho toma el nombre de barranco del Fresnal. Pero no hay que confundir este paraje, perteneciente al término municipal de Siete Aguas, con el barranco del mismo nombre que recae en la juridiscción de Buñol y que se localiza unos tres kilómetros más al sur. De hecho a partir de su confluencia del uno con el otro, el cauce principal toma el nombre entonces de rambla del Quisal.
El barranco del Fresnal de Siete Aguas, cuyo cauce solo lleva agua en períodos de lluvias, tiene una orografía realmente espectacular. Rodeado de cintos rocosos y de laderas cubiertas de un intrincado pinar de Pinus halepensis supone un lugar de primer orden para la naturaleza mediterránea. No en balde fue declarado en 2006 por el Consell de la Generalitat Valenciana, y a iniciativa del Ayuntamiento de Siete Aguas, como Paraje Natural Municipal de Villingordo.
Hay un bonito mirador con unos paneles de interpretación en un punto alto al que se accede desde la vertiente este del paraje, en concreto desde la finca de la Carrasca. Desde allí se permite apreciar toda la grandeza del paisaje y con suerte, también se puede detectar el vuelo de algunas de sus rapaces diurnas principales, que como en el caso del águila culebrera Circaetus gallicus gustan de recorrer el pintoresco espacio aéreo. En apenas unos días ya podremos disfrutar de su inconfundible silueta, pues los primeros ejemplares no tardarán en llegar desde la lejana África subsahariana donde han pasado el invierno.
El área protegida, situada en el Monte de Utilidad Pública de Malacara, cuenta con 360 hectáreas de extensión en las que se distinguen cuatro ambientes principales: el pinar, el matorral, el roquedo y las formaciones de frondosas asociadas al lecho del cauce o a zonas de umbría. Esta última unidad paisajística toma especial relevancia por presentar cierta abundancia de arbolado escaso a nivel provincial como son el caso de acirones Acer granatense, madroños Arbutus unedo, guillomos Amelanchier ovalis, y por supuesto fresnos de flor Fraxinus ornus, de donde toma el nombre el propio barranco.
Igualmente interesante también es la estructura del propio fondo del cauce, donde abundan grandes bloques de piedra y cantos rodados y entre los que crece un adelfar (formación de Nerium oleander) laxo pero bien formado.
El objetivo fundamental que se buscó con la declaración como Paraje Natural Municipal fue, precisamente, el de la protección de estos delicados ecosistemas naturales en razón de su interés paisajístico, geomorfológico, botánico y ecológico. Por ello no se admiten usos o actividades que puedan poner en peligro esos valores que motivaron su declaración.
Para poder llevar a cabo estrategias de gestión encaminadas a la conservación efectiva del Paraje Natural Municipal se aprobó el correspondiente Plan de Especial de Protección. En este tipo de espacios naturales protegidos la gestión y la administración recae en los propios ayuntamientos; en este caso el de Siete Aguas, aunque con el asesoramiento y asistencia técnica de la propia Conselleria de Medi Ambient.
Un tipo de protección efectiva del territorio que implica a los consistorios locales que, al fin y al cabo, son los más interesados en conservar lo mejor de sus términos de cara al futuro. Lamentablemente queda mucho por avanzar en el conjunto de los municipios valencianos, ya que apenas hay ayuntamientos que hayan hecho propuestas efectivas en este sentido.
El barranco se abre originando un pequeño vallecillo donde confluyen el citado camino que viene de las casas de la Carrasca y Calabuig desde el noreste y el camino que une el Cerro Simón y la Herrada, en Requena, con el collado Umán y la fuente Umbría, en Buñol. Allí mismo, desde lugares tan encantadores como la casa Codos o la Fuente Roses, se puede contemplar en toda su grandeza el barranco del Fresnal de Buñol. Una verdadera maravilla desde el punto de vista de su riqueza florística.
Afortunadamente el paraje se pudo salvar de la mayoría de los incendios que asolaron la sierra de Malacara a lo largo del siglo XX, y especialmente del que ocurrió en 1991 y que llegó a arrasar nada menos que 16.000 hectáreas. El bosque actual crece en una fresca ladera de umbría y contiene una importante representación de la vegetación potencial de la sierras del interior valenciano.
La buena conservación del paraje y su ubicación, en el sector florístico setabense pero con fuertes influencias de unidades cercanas como la del sector manchego (característico de la Meseta de Requena-Utiel), hacen de este sitio uno de los mayores tesoros florísticos de la provincia de Valencia.
Así y según el trabajo sobre su vegetación y flora que elaboró y publicó en 1997 el insigne botánico Emilio Laguna Lumbreras habitan el lugar nada menos que 583 táxones, de los que 544 son autóctonos. En concreto, 537 son especies o subespecies y 7 son híbridos interespecíficos.
Si consideramos que la umbría del Fresnal apenas tiene unas 204 hectáreas de extensión y que la flora provincial se estima en torno a 2.525 táxones, podemos hacernos una idea de la enorme riqueza sistemática que alberga este lugar. Nada menos que un 23% de la flora provincial se da cita en este reducido enclave.
Pero además, 61 de ellas tienen la consideración de endemismos ibéricos (generalmente iberolevantinos) o iberobaleáricos; un número ciertamente alto. Incluso algunas de ellas son exclusivas o casi exclusivas del territorio valenciano. Entre ellas destacan la campanilla Campanula viciosoi, la centaurea Centaurea spachii, la lechuga lanosa Crepis albida ssp. scorzoneroides, el jaramago de roca Erucastrum virgatum ssp. brachycarpum, la cuajaleches Galium valentinum, la iniesta Genista vulgaris ssp. valentina, la globularia de roca Globularia repens ssp. borjae, la jarilla cenicienta Helianthemum asperum ssp. wilkommii, el carraspique Iberis carnosa ssp. hegelmaieri, la guisantera silvestre Lathyrus tremolsianus, la margarita fina Leucanthemum gracilicaule, la boca de dragón blanca Linaria repens ssp. blanca, el rabo de gato Sideritis tragoriganum ssp. tragoriganum, el poleo macho Teucrium angustissimum, la pimentera Thymus piperella, el tomillo borde Thymus vulgaris ssp. aestivus y la gramínea Trisetum cavanillesianum.
Otras especies no endémicas y que también merecen la pena destacar de este enclave por ser propias de ambientes más fríos y no demasiado habituales en el área central de la provincia de Valencia son el adonis de primavera Adonis vernalis, Alyssum serpyllifolium, Elymus hispidus, Erigeron acer, el té de prado Inula salicina, los conejillos Linaria aeruginea, la
matafaluga Pimpinella tragium ssp. litophila, la poa de los bosques Poa nemoralis, el sello de Salomón Polygonatum odoratum, la serrátula nudicaule Serratula nudicaulis o la séseli de montaña Seseli montanum. Pero seguramente es la presencia abundante del boj Buxus sempervirens, y sobre todo de algunos ejemplares de enebro común Juniperus communis ssp. hemisphaerica, lo que llama más la atención al naturalista que observa este tipo de plantas, al aparecer aquí a altitudes que a duras penas superan los 600 metros sobre el nivel del mar.
Pero si la diversidad florística es importante en el paraje considerado no lo es menos la estructura de su vegetación. Así, se han encontrado hasta 34 unidades de vegetación (asociaciones vegetales o unidades equivalentes) entre las que destaca por su notable extensión y por su calidad de formación la fresneda de flor valenciana o fresnal. En realidad y tras los notables bosques de este tipo que aparecen en el Parque Natural de La Font Roja (Alcoy-Ibi) en la provincia de Alicante, la segunda mejor representación de fresnales en la Comunitat Valenciana se encuentra aquí, en este magnífico paraje de la Hoya de Buñol-Chiva. Un motivo más para conocerlo, admirarlo y protegerlo.
A partir de la confluencia del barranco del Fresnal de Buñol el cauce principal se encajona bruscamente entre grandes paredones de roca caliza; es el barranco del Quisal. Todavía sin agua permanente el lecho de la rambla se ve flanqueado por enormes moles de época cretácica y que sirven de morada ideal para un conjunto de especies de aves del mayor interés tanto por su ecología como por su conservación. Son las aves rupícolas.
Entre desfiladeros y cantiles prosperan especies tan variadas como los aviones roqueros Ptyonoprogne rupestris, los colirrojos tizones Phoenicurus ochuros, los roqueros solitarios Monticola solitarius, los gorriones chillones Petronia petronia o incluso los cuervos Corvus corax. Aves que llegan a nidificar en orificios y repisas de los riscos y que animan enormemente el paisaje con sus movimientos, voces y comportamientos. También rapaces nocturnas como el búho real Bubo bubo o el cárabo Strix aluco son habituales aquí y no es nada raro escuchar sus potentes reclamos durante la noche. Incluso se han llegado a citar aquí los buitres leonados Gyps fulvus, que aunque no crían en el paraje sí que lo utilizan eventualmente como dormidero en algunas épocas del año en el que a algún grupo dispersivo se le ha echado encima la noche.
Y de los mamíferos, es la cabra montés Capra pyrenaica su representante más destacado. Desde hace ya algunas décadas que la rambla del Quisal acoge un pequeño contingente de cabras a partir de la expansión natural que sufrió hacia finales de los años 80 del siglo pasado la población nativa de la Muela de Cortes. En estas soledades del Quisal las cabras encuentran un medio muy idóneo para refugiarse, alimentarse e incluso reproducirse.
Es muy fácil verlas en lugares realmente inaccesibles para las personas, pero que no lo son tanto para ellas. En esta época en que nos encontramos las hembras andan ya preñadas y lucen una panza muy visible. Los machos, en cambio, están prácticamente desaparecidos ya que no frecuentan los grupos sociales de hembras y juveniles. En lugares mucho más apartados y cubiertos de vegetación suelen guarecerse, llevando ahora una existencia más discreta.
Tampoco es raro ver algún muflón Ovis musimon cerca ya del nacimiento del Mijares, pastando en los calveros del bosque especialmente en la vertiente occidental de la rambla. Proceden de escapes de la cercana finca cinegética de La Castellana, ya en el término municipal de Requena. Una especie introducida para el fomento de la caza mayor en cercados y que ya se encuentra en libertad por este monte y por otros muchos del Comunitat Valenciana. Un animal foráneo que, desde luego, no debería presentarse en el medio natural por su incidencia negativa en las especies autóctonas pero que el capricho de algunos lo ha hecho posible.
El agua ya empieza a discurrir por el lecho del cauce a unos 500 metros al norte de la finca de Mijares, en la misma divisoria de los términos de Buñol y de Yátova. De hecho es este el nombre que toma el recién nacido caudal: el río Mijares.
El río Mijares; bonito curso fluvial de montaña. De modestas dimensiones pero cargado de vida. Interesante; muy interesante.
De él se hablará en exclusiva en el tercer y último capítulo que nuestro querido Cuaderno de Campo dedica a la sierra de Malacara. Y además con la primavera llamando a la puerta…
JAVIER ARMERO IRANZO