LA BITÁCORA DE BRAUDEL. JUAN CARLOS PÉREZ
Una huelga para parar la fuente de todos los males. O sea, Wert y su ley. En esta España en trance histórico, un hecho conflictivo más, como si no tuviéramos bastante con los tajos abiertos hasta el momento. De la famosa ley, todo parece conocerse. Si uno repasa la prensa, parece estar claro; evidentemente según el cuadro ideológico que inspire a cada medio de comunicación.
Sea como sea, hay el compromiso de la oposición de derogar la reforma educativa en cuanto lleguen al poder. En un tema tan nuclear en nuestro país como la educación, nuestros políticos no han querido pactar nada, absolutamente nada. Al menos esto es lo que yo entiendo ocurre cuando las partes se sientan en una mesa, unos frente a otros y llevan carpetas llenas de temas que se dicen a sí mismos que no se negocian; entonces, si una cosa no se puede negociar, ¿para qué sentarse? Nada de voluntad de consenso, ni en el gobierno ni en la oposición. Resultado: en unos pocos años el sistema estará de nuevo patas arriba. Huelga decir que el desánimo es el resultado más lógico que puede sobrevenir sobre el colectivo de los profesores.
Inconcebible. El sistema actual hace aguas por todos lados. Multitud de parches se han colocado a lo largo de los años, con el objeto de introducir pequeñas mejoras allí donde se veía que el viejo sistema no funcionaba. Hay tanto remiendo que el tejido ha perdido su aspecto inicial y es preciso tirarlo al cubo de la basura. El nuevo tejido a adquirir, aun cuando sea de peor calidad, permitirá recuperar claridad y, con suerte, estar más caliente en este invierno que se aproxima.
Metáforas aparte. El oficiante de la reforma tiene una mayoría tan absoluta que ha impuesto su reforma absolutamente, sin atender más consideraciones. Está convencido que servirá para mejorar el sistema educativo y desterrar el fracaso. Espero que así sea. Sin embargo, hay dos factores que pueden echar por tierra cualquier éxito.
El primero se refiere a la actitud del propio gobierno, que se comporta como un órgano autoritario basándose únicamente en su mayoría. Es cierto que posee un indudable caudal de legitimidad. Pero el autoritarismo exhibido al diseñar una norma y al ponerla en práctica revisten elementos de mesianismo poco recomendables. Además, jamás se ha consultado, a pesar de lo que se diga, a los propios profesores. No se ha consultado ahora y tampoco se consultó en el pasado.
El otro factor concierne al propio profesorado. Un personal dominado en nuestra Comunidad por principios ideológicos catalanistas o pseudo catalanistas, al menos desde los sectores más movilizados del profesorado, nunca llevará bien una reforma educativa con empeño nacional. Su convicción de que por el valenciano pasa la cohesión social es tan falso como que el estudio hace buenos a los seres humanos. El valenciano no conduce por sí mismo a la cohesión de una sociedad. Ésta tiene que abrirse más al inglés, es evidente. Pero el pancatalanismo de muchos sindicatos y asociaciones docentes se empeña en la lengua, para esconder exclusivamente un objetivo político demasiado pestilente como para permanecer bien custodiado bajo la pancarta que pide la retirada de la ley.
Se podría decir mucho más de esta cuestión capital de nuestro tiempo. La prensa lleva meses enfrascada en el tema. Sólo he pretendido plantear el juego de dos factores llamativos y muchas veces poco evidentes, especialmente por el interés de muchos en ocultarlos.
En Los Ruices, a 23 de octubre de 2013. Juan Carlos Pérez García.