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LA HISTORIA EN PÍLDORAS.Ignacio Latorre Zacarés
Llegó el carnaval. El Rey de Cepas, los concursos de coplillas, los bailes de disfraces, la quema de la sardina y otros actos se celebran en casi todos los pueblos de la comarca. El carnaval está bien vivo después de pasar la travesía del desierto que fue la grisura del franquismo que prohibió el disfraz como les pasó a las requenenses Otilia y Elena en febrero de 1949 a las que se les impuso una multa a cada una de diez pesetas por pasearse por las calles de Requena con disfraz de máscaras con antifaz. Pero el carnaval ha poseído un fuerte arraigo en la comarca y con la venida de la democracia resucitó en casi todos los pueblos, aunque con nuevas formas.

El carnaval, antecedente y antítesis de la rigurosa y austera cuaresma, se celebraba en Utiel el domingo, lunes y martes precedentes al miércoles de ceniza. En Venta del Moro se alargaba algo más e iba del propio jueves lardero (o gordo en Caudete) al martes de carnaval. En esos días los venturreños se “enforguinaban” de harina, se disfrazaban con máscaras, bailaban y los mozos regalaban dulces a las destinatarias de sus amoríos.

Los “baile de máscaras”, no siempre asociados al carnaval, ya fueron muy del gusto de la época del XIX y en varias actas de plenos requenenses se concedían permisos para celebrarlos, a veces con afán recaudatorio para alguna causa, como por ejemplo para la Milicia Nacional en febrero de 1855, pero también para celebrar el carnaval como en 1866.

Las comparsas han estado presentes en diferentes puntos de la comarca. En Requena y Fuenterrobles recuerdan como era una fiesta bien organizada y estructurada, a pesar de su pretendida espontaneidad, con un preludio organizativo serio en el que se optaba por un tipo de disfraz uniforme y una buena música ensayada y compuesta por algunos de los mejores compositores comarcanos como Pérez Sánchez. Es decir, no se trataba de murgas meramente burlescas. Se escogían tres o cuatro canciones de moda (chotis, polka, valses, mazurcas, jotas, seguidillas, pasodobles) y se les acoplaban unas letras satíricas e ingeniosas relacionadas con sucesos de la población o letras pretendidamente románticas. Incluso, un baile de maestros tan elegante como el llamado “Baile de los Lanceros”, iniciaba el baile de gala del Carnaval hasta antes de la Guerra Civil en Requena. El cronista utielano Martínez Ortiz aún recordaba con nostalgia la elegancia de los trajes de época en los bailes de máscaras que contempló durante su iniciada adolescencia.

Nos han quedado varios textos de las comparsas requenenses del s. XIX como “Los cocineros” (1888), “Los sopistas” (1890), “Los clowns” (1892), “Marinos del Amor” (1892), “Los Parrandas” (1896), “Los Pierrots” (1898) o … “Arroz y ratas con vino de Requena” (1900). En algunos de ellos está bien presente la cruda crisis de finales del s. XIX como en la mascarada del Carnaval de 1894 denominada “¡Buena está Requena!” donde se describe la fuerte crisis vitícola: “!Adiós, majuelos, / adiós, tinajas, / adiós, bodegas / de esta ciudad! No hay en Requena / ni un perro chico…/ ¡Vaya un entierro / fenomenal!”. Los compradores de vino sufrían las acometidas literarias de las comparsas: “Corre, que corre, que corre, / vuela, que vuela, vuela, / y prueban todos los vinos / y ven todas las bodegas. / Luego se ajusta, se ajusta, se ajusta; / pero no paga, no paga, no paga, / y á salud del cosechero / fuma puros de baldraga”. Los mismos compradores de vino y alcoholeros son rematados con “A la virgen del Carmen / quiero y adoro / porque á los alcoholeros / los coja un toro”. Los de Caudete también arremetían en 1905 contra el estado de las cosas: “Hay muchos gandules / en esta nación, / todo es fanatismo /todo esa ambición, / que quieren llenar la panza / y a los cosecheros…/ que un rayo les parta”.

Esta tradición satírica y crítica continuó en su recuperación y si no fíjense en el palo que dieron al arquitecto municipal de 1993 la requenense “Murga del arquitecto”.

En Requena y Utiel se recuerda al “higuí”. Un tipo de altura con máscara, vestido con ropa vieja, que portaba un largo palo o caña con un rollete o un caramelo gordo de los que llamaban “adoquines” (anteriormente pudo ser un higo). Con otra vara menor hacía subir y bajar el caramelo ante los saltos de los niños que lo debían apresar con la boca. Si lo cogían con la mano, varazo se llevaban. “Al higuí, al higuí / con la mano no / con la boca sí”. Esta forma de piñata también era celebrada en Caudete el primer domingo de cuaresma, aunque a base de la olla tradicional de caramelos que había que romper con los ojos vendados a base de palos.

Muchas fueron las figuras estrafalarias surgidas con el carnaval. Por toda la comarca se paseó el caudeteño D. Ciriaco en 1935 que acopló a una bicicleta unas alas y la revistió de tela, se disfrazaba de aviador y aprovechaba las pendientes y el viento a favor para despegar del suelo y aterrizar a tortazo limpio allí donde las fuerzas eólicas le condujeran. No puedo reproducir, por puro pudor, las escatológicas “Vistas del tío Pedorro” en Venta del Moro, recordadas por el incombustible Yeves (búsquenlas en Internet que ahí están).

De las costumbres más curiosas destaca la de las “carazas” en Fuenterrobles, aunque no fuesen sólo realizadas en carnaval. En un ambiente familiar o de amigos disfrazados se ponía en un sartén al fuego sal en grano y cuando ya estaba caliente se le añadía aguardiente y azufre removiéndolo con esparto. El humo que se desprendía transformaba las caras en espantosas y los integrantes se iban pasando la sartén para contemplar su rostro deformado, mientras una pareja ejecutaba una danza en la que una mujer con chaqueta grande y con un pañuelo a modo de rabo intentaba que el otro danzante no le encendiera la cola: “No me lo quemarás, / el tío, tío, tío/ no me lo quemarás / el tío del gabán”.

En el mismo Fuenterrobles, en pleno carnaval dos espadachines de una comparsa se pusieron a representar una lucha con enorme realismo. Cada vez la lucha adquiría mayor coraje y fuerza, hasta que ante los ojos atónitos de los concurrentes sacaron las navajas y un contrincante fue herido manando sangre. Los espectadores gritaban alarmados, pero en realidad la sangre no era del disfrazado, sino de un estómago de cordero que había ocultado como truco escénico debajo del vestido.

Tras la prohibición, el Carnaval se recuperó en 1990 a propuesta de la CAT Arrabal instaurándose la figura del Botarga Ceporrón como sucesor de los antiguos graciosos. El Botarga fue reemplazado por el actual Rey de Cepas al año siguiente junto con inclusiones de parte de la estructura actual de la fiesta: pregón anunciador , entrega de llaves, entierro de la sardina… Se incluyó actos como la “carnavalada” del sábado por la mañana, la confección de “judas” para los niños a modo de cucañas o la banda de tambores del Rey de Cepas.

Cerraremos el carnaval, con el entierro de la sardina, aunque como nos recuerda Martínez Ortiz, éste en Utiel no se celebraba al final del carnaval, sino al anochecer del miércoles siguiente a los tres días de pascua para celebrar el descanso del mucho pescado ingerido durante la cuaresma. Ese día, los vecinos del barrio utielano del Castillo con estandartes alegóricos a la sardina acompañaban un pequeño féretro adornado a sus lados con sardinas y encima de la tapa una gran merluza.

Sea bienvenido D. Carnal que de cuaresmas anda España servida.

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