Requena (20/03/18) La Historia en Píldoras /Ignacio Latorre Zacarés.
Yo no soy como aquel santo
que dio media capa a un pobre,
ten de mí amor todo el manto
y si te sobra, que te sobre.
.
Por esta esquina traspongo
y por la otra doy la vuelta
si alguna dama me quiere
que deje la puerta abierta.
Llegó el equinoccio de primavera, hoy mismo cuando esto se escribe, y con la nueva estación damos carpetazo al invierno (mi estación preferida) y todo parece que crece: el cereal, las flores de los ribazos y del sotobosque y también las pulsiones amorosas.
No sé cómo no florecen
las tejas de tu tejado.
Estando tú bajo de ellas
primaverita de mayo
El verde se intensifica, nos liberamos de la ropa pesada, algunos nos cortamos el pelo (si la luna no está en menguante), los “nazarenos” de mi patio –siempre puntuales- ya han florecido como pregoneros de la nueva estación y las pulsiones más internas se desperezan. La primavera es la época antigua del emparejamiento de los mozos y mozas y cuando en la noche del 30 abril se “pinta” a la dama con los “mayos”.
Tus pechos madama
son dos fuentes claras
donde yo bebiera
si vos me dejaras.
En su día, pildoricé las coplas del humor absurdo comarcanas que son abundantes y jugosísimas. Pero, aunque somos del interior, no piensen que no tenemos nuestro corazoncito y que no nos ponemos “melosetes” en ocasiones. Y si no vean:
Todas las muchachas son
dulces como el caramelo
y yo, como soy goloso,
por una muchacha muero.
No hay duda de que tu padre
fue confitero,
y te hizo los labios
de caramelo.
En las coplas galantes comarcanas, uno de los temas recurrentes es el de los limones que parecen, no sé por qué arte de magia, vinculados con el arte del querer. Miren qué bonito:
Yo tiré un limón rulando
y en tu puerta se paró
hasta los limones saben
que nos queremos tú y yo.
O estas otras que también mentan a los agrios cítricos y que recordaban en Hortunas Fermín Pardo (padre), la abuela Anastasia Pardo y la tía Encarnación Guaita (todos ancestros del inquieto Fermín Pardo gran compilador del coplero comarcano junto con Feliciano Antonio Yeves).
Yo soy el que te robé
los limones de tu huerto.
Y ahora que te robo a ti
ya soy ladrón descubierto.
De tu ventana a la mía
me tiraste un limón.
El limón me dio en el pecho
y el agrio en el corazón.
Y para acabar con los limones:
Qué llevas en ese pecho,
que tan buena olor me viene.
Alfábega de la fina,
cardo santo y limón verde.
Como a Las Cuevas o Los Duques las nórdicas de Ibiza o Benidorm no llegaban, nuestros desvelos los dirigíamos a las morenas, olvidándonos de las apreciadas y singulares rubias:
Morenica ha de ser
la tierra para ser buena
y la mujer para el hombre
también ha de ser morena.
Mi morena me ayudó
a subir los escalones
¡Cuánto vale una morena
en algunas ocasiones!.
Si me muero que me muera.
Las campanas que me toquen.
Los ojos de mi morena
si tiene pena que lloren.
Y, cómo no, la singular copla que se escuchaba en la comarca y que también cantaba Manuel de los Santos “Agujetas” a palo de fandango:
El médico me ha mandao
dormir con una morena
qué médico tan amable
qué “medecina” más buena
“deste” mal no muere nadie.
Y lo de Salvacañete y las morenas ya es exagerado, pues mueven a toda Cuenca (D. Mariano dixit).
Toda la provincia de Cuenca
llegando a Salvacañete
ha venido paso a paso
morena y sólo por verte.
Y al final la morena…:
Salió a tomar el sereno,
cierta noche una morena
y como era ya muy tarde,
la tomó el sereno a ella.
Pero a mí me gusta cuando la cosa se complica y el requiebro amoroso se convierte en un verdadero trabalenguas como éstos de Venta del Moro:
Te han dicho que he dicho un dicho.
Dicho que no he dicho yo.
Que si yo lo hubiera dicho.
No hubiera dicho que no.
Me siguió una moza, huí.
Seguí yo a la moza, huyó.
¡Oh, si mi no fuera sí!
¡Oh, si mi sí fuera no!
Muchas de estas coplas se cantaban por los jóvenes en noches de galanteo. Algunas de ellas están dedicadas a calles específicas, como éstas que seguimos cantando en Venta del Moro en la jota de quintos:
Ésta es la calle del aire,
la calle del remolino,
donde se remolinean,
tus amores con los míos.
En esta calle galanes
todos debéis cantar bien
que a la entrada hay una rosa
y a la salida un clavel.
Por esta calle que vamos
echan agua y salen rosas
y por eso le llamamos
la calle de las hermosas.
Y si la pasión llega a sus límites, se convocan hasta los astros tal como hacían en Hortunas:
Es tanta la claridad,
que de tu ventana sale,
que dice la vecindad,
ya está la luna en la calle.
Como quieres que el sol salga,
si lo tienes en prisiones,
Hasta que no te levantes
y a la ventana te asomes.
El día que tú naciste,
¡Qué triste saldría el sol!
Al ver que otro sol salía
con mucho más resplandor.
En Salvacañete, hasta detienen al mismo astro rey:
Tienes unos ojos niña
que te lloran aguardiente,
y una cara tan bonita,
que dicen al sol, detente.
Hay los que van por lo derecho:
Me han dicho que tienes, tienes,
que tienes un olivar.
El olivar que tú tienes
es que te quieres casar.
La época de la siega era aprovechada para este tipo de coplas, como ésta de Fuenterrobles:
Cuando vengo de segar
asómate a la ventana
que al segador no le importa
que el sol abrase su cara.
Pero el amor, frecuentemente, implica su antagonismo, que es el desamor y que también posee su repertorio coplero comarcano. Miren qué zasca:
Me han dicho que no me quieres,
porque no tengo que dar.
Cásate con el reloj
que todas las horas da.
No te tengo que pagar,
ni me quedas a deber:
sí yo te enseñé a querer,
tú me enseñaste a olvidar.
También eso le pasaba al pobre Juan, según se escuchaba en Hortunas:
Por la calle van diciendo
¿Cómo no te casas Juan?
Las que quiero no me quieren,
las que no quiero me dan.
Y lo malo es cuando los padres se interponen entre los deseos de los enamorados, como en esta copla de Fuenterrobles transmitida por el guardián del arcano, Paco Arroyo.
Tus padres a mí no me quieren
y los míos a ti tampoco,
enturbiaremos el agua
y la beberán poco a poco.
O ésta otra de Venta del Moro que no brilla por su academicismo:
Una vez que te “quisí”
y tu madre lo “supió”,
de tanto que te “dijí”
por pocas me “escuartizó”.
¡Si al final la culpa la tiene la madre!:
La culpa fue de la madre,
por dejar la puerta abierta,
mía por entrar adentro,
tuya, por estarte quieta.
Pues, al fin y al cabo, nuestros progenitores hicieron lo “mesmo”:
Mi padre y mi madre son
un hombre y una mujer.
Ellos hicieron su gusto,
yo también lo quiero hacer.
Lo importante es ser tenaz e insistente:
Descoloridita mía,
no te pongas coloretes,
cuánto más descolorida,
más firme estoy en quererte.
Fernando Moya dice que los de la Venta somos “desageraos”, pero esta copla la compartimos con los de Fuenterrobles:
Cuando paso por tu puerta
cojo pan y voy comiendo,
para que no diga tu madre
que con verte me mantengo.
Antiguamente, la ida y venida al lavadero o la fuente, con las mujeres y sus cántaros a la cabeza, era el momento propicio para el galanteo y requiebro:
Una moza va a por agua
porque le vean el pelo.
Déjala que vaya y vuelva
que ella caerá en el anzuelo.
Son muchísimas las coplas del querer que demuestran que los pocos que quedamos por el interior también “movemos” en primavera y darían para un libro, pero como no es cuestión de impacientarles más:
Me despido de una rosa,
Me despido de un clavel,
y de toda tu familia.
¡Adiós que te vaya bien!