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Requena (23/02/17)/ La Bitácora /JCPG
Ni siquiera salen en la radio, apenas en la prensa. No están presentes, son el gran ausente. Se vuelve a ellos para exaltar las mieles de una vida en trance de desaparición. Programas enteros de la tele basculan, sin embargo, hacia ese mundo, un mundo aparentemente de fábula, un mundo en el que se come contundente, se mantienen las tradiciones y, ¡hay que ver!, vive de lujo sin ruidos ni contaminación. Pero vive excluido del gran discurso. Es el mundo rural. Nadie lo recuerda.
Sí, los que procedemos de él, los que nos resistimos a perder esa parte sustancial de nuestra identidad, los que nos agarramos a ese mundo y temblamos cada vez que nos pasa por la cabez la posibilidad de que los asideros que nos unen a él, nuestros padres, nuestros bienes, puedan desaparecer un día u otro. Somos todo eso.
Está de moda hablar del problema de la despoblación. No seré yo quien me adentre por estas cuestiones, cuando Nacho Latorre acaba de hacerlo con autoridad sólida, cuando Sergio del Molino nos regaló un espléndido ensayo sobre la gran cuestión española. No es la posible independencia catalana. Es el vacío demográfico que crece constantemente en la España interior.

Precisamente es del Molino el que afirma que la batalla está perdida, que el problema de la despoblación es irresoluble. La concentración de la población acarrea más problemas que plantea soluciones de habitabilidad. si nos largamos a las costa del país y nos asomamos al mar como ranas, la contaminación, la carestía de la vida y otras problemáticas asociadas crecerán y nos agobiarán. ¿Es esto lo que realmente queremos? ¿No hay posibilidad humana de para esta marea?
Una vez más la política tiene la palabra. Se han preocupado durante años de vendernos la quimera del pleno empleo, a sabiendas de que la tecnología avanzaría a tal velocidad que expulsaría a los trabajadores de sus puestos. No se puede liberalizar a diestro y siniestro, no se pueden firmar acuerdos comerciales que finalmente sólo convienen a poderosísimas multinacionales, y al final darse golpes en el pecho por la despoblación del mundo rural.
Cuando pases unos años, esa España rural, en los huesos tendrá su oportunidad de revancha. Será entonces cuando comience el proceso de destrucción de suelo y, consecuentemente, se incrementará la desertificación. ¿Estamos dispuestos a afrontar económicamente el precio de poner parches a inundaciones, roturas de diques y hormas, lluvias que provocarán efectos catastróficos, etc.?
Hay una tradición expulsionista en nuestra historia que ha provocado efectos nada previsibles cuando se tomó la decisión de expulsar. La expulsión de los judíos (1492), la de los moriscos (1609-15), los exilios contemporáneos, provocaron desgarros diversos. La segunda de estas expulsiones produjo en muchas zonas rurales, asiento principal de la masa de población española morisca, un problema agrario y de despoblación que nunca se ha solventado. La de los judíos amputó de golpe un sector de la naciente burguesía española. Estas decisiones fueron tomadas desde la consciencia, mediante la acción de factores diversos y en tiempo diferentes. La despoblación actual no nace de una decisión expulsionista gubernamental, pero sus efectos ni siquiera podemos preverlos desde nuestra perspectiva. Este será el legado para nuestros nietos.

En Los Ruices, a 22 de febrero de 2017.

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