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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel

Javier Armero Iranzo   /   9 de abril de 2019

El azor, una magnífica ave de presa. Foto de José Ventura

Herrada del Gallego, Requena. Hace ya una hora que el sol hizo acto de aparición por el este. Ha salido una mañana fría pero aun así da gusto estar en el monte ahora. La luminosidad es perfecta para observar aves dentro del pinar. Y la verdad es que hoy hay un movimiento de pájaros realmente espectacular. No paran de cantar a la vez varias especies en un rodal de apenas 50 metros. En lo más alto de un pino cercano hay un magnífico ejemplar adulto de piquituerto macho, que exhibe elegantemente sus encarnados colores y su melodioso trino. Una gozada poder verlo y escucharlo. A poca distancia, en la copa de otro árbol se adivina un cuerpecillo que nerviosamente va cambiando de rama a la vez que emite un característico reclamo. Desde luego que cuesta de identificar a uno de los pájaros más pequeños de Europa, sino el que más: el reyezuelo listado. Pero su observación, aunque sea breve, bien merece la pena. Cuanta belleza y discreción en tan poca envergadura.

Más conspicuas son otras criaturas del pinar; por aquí y por allá no dejan de oírse unos reiterativos silbidos y de evidente mayor intensidad. Se detectan fácilmente algunos carboneros garrapinos y herrerillos capuchinos, concentrados en la búsqueda de pequeños insectos para alimentarse. Aparecen y desaparecen continuamente del espeso ramaje entreteniendo al curioso ornitólogo que los trata de enfocar con sus prismáticos. La totovía, colgada en el cielo, se apunta a la serenata. Se nota que la primavera se ha terminado de asentar en el predio y que conviene hacer constar a la comunidad que sus vecinos están presentes. Bonita mañana.

Un pito real relincha desde la lejanía, y más cerca uno de los petirrojos que ha decidido quedarse en el territorio en vez de emprender el viaje hacia las manchas caducifolias centroeuropeas como lo acaban de hacer la mayoría de sus congéneres, anuncia a las hembras su disponibilidad para la crianza. ¡Qué bien canta el petirrojo! Y la curruca rabilarga, y el zorzal charlo; y hasta el mirlo, bien conocido por todo el mundo por su ubiquidad y negro plumaje. Pasear por el monte a estas horas es un verdadero lujo.

Pasan los minutos, e incluso las horas, y el espectáculo no decae. Y de repente un acto con el que hoy no se contaba. Desde la oscuridad que produce el espeso ramaje una silueta fugaz se lanza hacia un arrendajo que merodeaba junto a un cortafuegos. Un misil que no se le ha visto llegar pero que ha hecho presa en el desgraciado córvido. Repentinamente se hace un silencio sepulcral en el bosque. La algarabía se torna quietud. Un ave soberbia absorbe toda la atención. Bajo su robusto cuerpo, un montón de plumas y la comida para pasar el día. Brutal, poderoso; el azor. El pirata de la espesura, como decía el amigo Félix.

Azor joven. Foto de José Ventura

Y tal como ha venido se va. Pero eso sí, dejando marcado para siempre al naturalista que ha tenido la suerte de ser espectador privilegiado de tan certero lance. El azor, y su pariente cercano el pequeño gavilán serán hoy los referentes alados del presente ensayo. Y con ellos se cerrará una trilogía dedicada a las aves rapaces forestales de nuestra querida comarca. De azores y gavilanes pues, va hoy la cosa.

La naturaleza ha dotado a estos animales de un cuerpo perfectamente adaptado a moverse con extraordinaria soltura y habilidad entre los obstáculos y parapetos que constituyen el entramado de árboles y arbustos de un bosque cerrado. Sus cuerpos son realmente macizos y provistos de una potente musculatura en el pecho que hace que estas aves aceleren vertiginosamente entre el laberinto de ramas. Las alas cortas y redondeadas son ideales para escurrirse entre las mínimas oquedades que deja la espesura. Y las colas, ciertamente largas, actúan a modo de eficaces timones que les permiten realizar unos increíbles quiebros de última hora para abalanzarse hacia sus víctimas, por más hábiles que éstas nos pudieran parecer.

Sus picos, cortos, ganchudos y, especialmente en el caso del azor, robustos, son potentes herramientas al servicio de una alimentación carnicera. Y por último, las garras, perfectamente diseñadas para la captura de animales. Garras que en el caso del gavilán llaman la atención por aparecen dispuestas al final de unas larguísimas patas concebidas para la aprehensión de pájaros en pleno vuelo.

Son muy parecidos el azor y el gavilán, tanto en lo que se refiere a su morfología como a su plumaje. La principal diferencia reside en el tamaño; mucho mayor en el caso del azor. Se podía decir que el gavilán es una réplica perfecta del azor pero en miniatura. Así, mientras que el azor, dependiendo si es macho o hembra oscila entre 650-750 y 815-1300 gramos respectivamente y 48-60 cm de cuerpo, el gavilán apenas llega a unos discretos 110-170 ó 210-300 gramos y 28-37 cm de tamaño corporal.

A la luz de estos datos biométricos conviene resaltar la enorme diferencia entre machos y hembras; lo que los científicos vienen a denominar dimorfismo sexual, y que en estas especies es el más acusado del conjunto de rapaces ibéricas.  Quizás el hecho de que sean los machos los principales cazadores durante la época de reproducción, mientras las hembras permanecen en el nido, trae como consecuencia la necesidad de tener cuerpos más pequeños. Cuerpos que pueden maniobrar mejor en el bosque y que facilitan la captura de las presas. En fin, una hipótesis más que trata de explicar este curioso fenómeno.

Gavilán fotografiado en la rambla Albosa (Venta del Moro). Iván Moya.

Ambas especies se distribuyen muy bien a lo largo de la geografía nacional, ocupando la práctica totalidad de provincias donde exista una buena cobertura forestal. En este sentido se las puede detectar en diferentes tipos de bosques, desde pinares o encinares de la España mediterránea hasta las formaciones caducifolias del tercio más septentrional, pero siempre y cuando dispongan de una buena densidad de presas de las que puedan alimentarse.

En España, en 2004, se estimó una población de 3.500 y 6.500 parejas reproductoras de azor y de otras 6.000-10.000 de gavilán. No obstante la dificultad de confirmar la presencia de estas rapaces, tanto por sus conductas esquivas como por lo intrincado del hábitat donde viven, hace que algunos efectivos demográficos hayan podido pasar por alto. Una prueba de ello es la situación en la Meseta de Requena-Utiel, donde deben ser aves algo más comunes que lo que indican los pocos avistamientos de ellas que se hacen en época de cría.

A nivel comarcal se sabe de su nidificación en la mayor parte de términos municipales. No obstante sus principales efectivos (que no deben ser muchos, a decir verdad) parecen concentrarse en los extensos pinares del valle del Cabriel, entre Villargordo y la pedanía requenense de Casas del Río, la Herrada del Gallego, la sierra del Negrete y el entorno del río Regajo en Sinarcas. Para el caso del azor, además, se ha confirmado su reproducción incluso en pinares isla en medio de la llanura cultivada, aunque no es un hecho demasiado habitual por aquí. De todas formas, estas especies merecen una atención exclusiva por parte de los ornitólogos locales para poder ajustar con precisión su estatus poblacional comarcal.

Azores y gavilanes son aves muy discretas, al menos en lo que respecta a los meses en que se supone que andan criando. Entonces apenas salen a los espacios abiertos, y por tanto su detectabilidad baja en comparación con aquellas otras rapaces forestales que pueden pasar varias horas al día planeando y prospectando desde el aire sus áreas de caza. Lo normal es que pasen mucho tiempo posadas al acecho, o simplemente descansando en una rama junto al tronco de un pino a cierta altura sobre el suelo. Pasan así totalmente desapercibidas. No obstante el azor busca muchas veces la cercanía de un claro en el monte como podría ser un cortafuegos o un antiguo bancal donde acechar a conejos, perdices, lagartos o palomas que acuden allí para alimentarse o solearse. Es ahí cuando más posibilidades hay de detectar a uno de estos soberbios cazadores en acción.

El azor pasa totalmente desapercibido en el bosque. Foto de José Ventura.

El gavilán en cambio es todavía más discreto. Gusta de apostarse en las inmediaciones de fuentes o arroyos donde sabe que tarde o temprano van a acudir los pajarillos de los que se alimenta. Su estrategia cinegética, como en el caso del azor, también está basada en la sorpresa, aunque la practica de dos maneras diferentes. Una de ellas es esperar desde su posadero a que un pájaro se ponga al alcance de su brutal aceleración. La otra, es todavía más llamativa; realiza un vuelo fulgurante entre el estrato arbóreo del bosque hacia los lugares donde sabe que suelen acudir las aves, bien a alimentarse o a beber, y donde espera sorprenderlos repentinamente.

Las víctimas son muy dispares entre ambas especies, teniendo en cuenta las notorias diferencias de tamaño. El pequeño gavilán es una rapaz casi exclusivamente ornitófaga. Su alimentación está basada principalmente en aves desde el tamaño de un reyezuelo hasta el de una paloma torcaz, especie que supera en envergadura y corpulencia incluso al de las gavilanas más poderosas. Ello da fe de la agresividad y valentía de la pequeña rapaz. Recuerdo perfectamente un lance espectacular en la Casilla Hernández (Campo Arcís-Requena) entre una hembra de gavilán y una paloma zurita a la que a duras penas pudo abatir y darle muerte tras un largo forcejeo.

El azor, en cambio, es un depredador más generalista al consumir una variada gama de animales. De hecho se adapta perfectamente a la disponibilidad de presas de un lugar predando principalmente sobre aquellas más abundantes. En condiciones ideales actúa principalmente sobre aves y mamíferos medianos: córvidos (urracas, arrendajos, grajillas,..), palomas, conejos, liebres y ardillas, principalmente. Pero no desdeña otras especies como por ejemplo lagartos, pájaros carpinteros, zorzales o ratas, que en algunos lugares llegan a conformar una parte considerable de su dieta.

Por estas fechas andan ya los azores de la comarca metidos de lleno en su ciclo reproductor. Es ahora cuando más posibilidades se tienen de verlos volar por encima del dosel forestal reivindicando sus derechos territoriales. Alguna hembra, incluso, ya estará echada en su corpulento nido dando calor a la reciente puesta. Los gavilanes, en cambio, son bastante más tardíos, llegando a poner los huevos con la primavera bien avanzada, ya tocando el verano.

Ambas especies construyen su nido en el interior del bosque, aunque no es raro descubrir alguno de ellos, especialmente de azor, cerca de un camino u otra zona más o menos despejada en plena ladera de la montaña, como si ello le pudiera permitir acceder mejor al mismo. Pero en cualquier caso, en áreas ciertamente deshabitadas y de escaso trasiego humano. En Requena-Utiel, todos los nidos activos que se han podido estudiar de estas estas especies estaban situados en la horquilla que conforma el propio tronco y alguna rama lateral a unos 8-12 metros del suelo. Y, aunque generalmente, los árboles que ocupan son de porte destacado con respecto a otros de las inmediaciones, no siempre es así, ya que se han descubierto algunos nidos en pinos que apenas sobresalían del resto.

Pinar requenense con un nido de azor.

Suelen poner, de media, entre tres y cuatro huevos los azores y entre cuatro a seis los gavilanes; huevos que son incubados por la hembra tras seis o siete semanas, aproximadamente. A los 40-45 días, en el caso de los azores, y prácticamente dos semanas antes, en el caso de los gavilanes, los polluelos ya echan a volar, aunque permanecerán todavía casi un mes al cuidado de sus progenitores antes de que se dispersen. En los pinares de Requena-Utiel es muy habitual descubrir a los individuos jóvenes de ambas especies solicitar reiteradamente la comida a sus padres con unos chillidos característicos a inicios del verano, especialmente durante las primeras horas del día.

Azores y gavilanes mantienen poblaciones sedentarias a nivel comarcal. De hecho los territorios de cría se mantienen a lo largo del invierno también. No obstante, los individuos juveniles se dispersan a lo largo del verano, pudiendo localizar entonces individuos en áreas nada usuales por los adultos, como pueden ser pequeños bosquetes y arboledas en áreas principalmente cultivadas, por ejemplo en el entorno de El Pontón (Requena).

Lo que sí que es cierto es que se nota un trasiego de ejemplares migrantes hacia finales del verano y sobre todo durante el otoño, especialmente para el caso del gavilán. En concreto, y con datos extraídos del estudio sobre la migración postnupcial de aves rapaces detectadas desde el cerro de El Montote (sierra de La Herrada, Requena) en cinco años de prospección (2013-2017) se comprobó el paso de 49 gavilanes y de 7 azores foráneos, (conformando la quinta y décima especies migratorias, respectivamente, de un total de 18 contabilizadas). Para el gavilán el paso cubre todas las semanas consideradas en el citado estudio (desde el 19 de agosto hacia el 27 de octubre), citándose ejemplares en todo el intervalo, pero incrementando el paso migratorio especialmente entre el 23 de septiembre y el 13 de octubre. Para el azor, en cambio, el paso es mucho menos patente y se concentró entre el 2 de septiembre y el 20 de octubre.

En este sentido se sabe que la península Ibérica durante la invernada incrementa la población nativa de gavilanes con la arribada de un gran contingente procedente de países del centro y norte de Europa, llegando los primeros individuos normalmente a primeros de septiembre y yéndose los últimos a lo largo del mes de abril. Incluso también se conoce el paso de unos 3.000 a 4.000 ejemplares que llegan a cruzar el estrecho de Gibraltar para ir a invernar al continente africano. En lo que respecta al azor, la migratología  es muchísimo menos acusada, apenas teniendo referencia en España de la llegada de algunos ejemplares, principalmente de las regiones más septentrionales de Europa durante la invernada.

Gavilán durante la invernada en un llano agroforestal. Foto de Víctor París

Con este ensayo termina una serie de tres dedicada al conjunto de aves rapaces forestales de la Meseta de Requena-Utiel. Se han descrito sucintamente algunos elementos más reseñables de la biología y de la situación a nivel comarcal de culebreras, águilas calzadas y ratoneros, y hoy también de azores y gavilanes. Y precisamente las amenazas y las problemáticas de conservación de estos dos últimos no son nada diferentes de las otras especies tratadas.

Caza furtiva, electrocuciones, choques contra tendidos eléctricos, pérdida o alteración de los hábitats de cría o de reproducción figuran entre las principales afecciones. Así, con datos aportados por el Servicio de Vida Silvestre de la Generalitat Valenciana en base a entradas al Centro de Recuperación de Fauna de El Saler de animales procedentes de los distintos municipios de la Meseta de Requena-Utiel, se han podido conocer con detalle algunos casos concretos. En realidad estos datos que aquí se exponen no son más que una pequeña muestra que se ha podido recoger y analizar de un conjunto muchísimo mayor de ejemplares que han debido causar baja por estos mismos motivos y que no han podido ser localizados ni atendidos convenientemente.

Por ejemplo destacan, otra vez más, los casos de aves electrocutadas o colisionadas contra tendidos eléctricos (cuatro azores y dos gavilanes en los últimos catorce años); y también las aves que se han encontrado disparadas tan sólo en los municipios de Utiel y Requena durante el periodo de un trabajo de campo que se efectuó entre los años 2000 y 2010 (cinco gavilanes y un azor). O incluso para el mismo periodo y las mismas localidades se conocen un pollo de azor expoliado del nido, un adulto de la misma especie capturado en una caja trampa cinegética, y un ejemplar más y otros tres gavilanes con traumatismos que podrían relacionarse también con un cable de tendido eléctrico o con una alambrada de las tantas que hay en las tierras de cultivo. En fin, muy probablemente la punta de un iceberg terriblemente mayor.

Gavilán muerto por colisión contra una alambrada en Utiel. Foto de Pablo Ruiz

Pero además, por ser especies que crían en bosques susceptibles de aprovechamiento forestal, tanto azores y gavilanes como ratoneros, águilas calzadas y culebreras están sujetas a las injerencias humanas en sus delicados ambientes de reproducción. Es imprescindible, por tanto, la suspensión de las talas, trabajos silvícolas o de cualquier índole en las inmediaciones de los nidos en las fechas típicas de reproducción. En realidad, y no sólo por la lógica precaución por la presencia de este tipo de aves más valiosas desde el punto de vista de la conservación sino por todo el conjunto de especies orníticas que en esas fechas se están reproduciendo en el monte.

Desgraciadamente se echan al traste demasiados esfuerzos reproductores por este tipo de motivos. Incluso se sabe del abandono en esta misma primavera de una puesta de águila perdicera en nuestra comarca, presumiblemente, por el acondicionamiento de un camino en un monte público en las cercanías del nido con maquinaria pesada. Nada menos que un águila perdicera. ¿Es que no había otro momento para llevar a cabo esa obra? ¿Por qué la administración valenciana no ha previsto esa situación? Pues sí no se tiene en cuenta para una de las especies más valiosas que tenemos a nivel internacional, imaginemos que atención merecerán otras rapaces como las tratadas en estas últimas semanas.

Desde luego todavía queda trabajo por hacer para cuidar como se merece a nuestra biodiversidad y a nuestros espacios naturales. Hace falta aún que la sensibilidad hacia estos valores naturales que capítulo tras capítulo pretende este modesto Cuaderno de Campo cale en la sociedad. Hoy han sido los azores y los gavilanes los protagonistas; su papel como reguladores del ecosistema forestal, sus espectaculares lances cinegéticos y su magnífica estampa de poderosas aves de presa bien que lo justifican.

Es fundamental incidir con campañas divulgativas en pro de la armonización de intereses entre agricultores, propietarios forestales, empresas eléctricas, cazadores, administración, y en general, el conjunto de la población. Información y educación ambiental son las claves para conseguir un mejor patrimonio natural.

Y con la esperanza de que la temporada reproductora que ahora comienza para muchas especies sea la más benévola posible termina el escrito de hoy.

Azores y gavilanes; ojalá tengamos la oportunidad de continuar emocionándonos al ver a tan magnificas criaturas en lo más apartado de nuestros montes. El madrugón bien merecerá la pena.

JAVIER ARMERO IRANZO

Agradezco a José Ventura, Iván Moya, Víctor París y Pablo Ruiz, todos ellos compañeros de la Societat Valenciana d’Ornitologia, la cesión de sus magníficas fotografías. 

 

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