Termina el año y con él también acaba el plazo de entrega de aquellos datos recogidos en el campo que servirán para dar forma a uno de los más ambiciosos trabajos colectivos sobre biodiversidad que se han llevado a cabo en los últimos años en la Comunitat Valenciana. Se trata del Atlas de las Aves de la Provincia de Valencia.
Dicho estudio biogeográfico lo coordina la Societat Valenciana d’Ornitologia a través de su mismo presidente, Antonio Polo Aparisi, verdadero alma mater del proyecto. A través de su pasión, ilusión y capacidad de trabajo, Toni ha conseguido que decenas de ornitólogos se hayan echado al monte en estos últimos años a prospectar todos y cada uno de los parajes y rincones de Valencia en busca de cualquier especie que pudiera habitarlos.
Para ello ha establecido una metodología que básicamente ha consistido en la división de la provincia en cuadrículas de cinco kilómetros de largo por otros cinco de ancho (25 km2). Cada una de estas rejillas ha sido asignada a un naturalista para que la recorriera y descubriera todas aquellas aves que de un modo u otro la ocupaban. Así, esta superficie se tenía que visitar en cada una de las épocas del año para citar las especies que fueran tanto invernantes como reproductoras, o incluso simplemente migrantes o visitantes en ellas.
Al acabar el trabajo de campo y con la perspectiva que da el tiempo, puedo decir por la parte que me toca, que ha sido una de las experiencias más gratificantes que he vivido como ornitólogo y amante de la naturaleza. He disfrutado con todas y cada una de las salidas y en cada uno de los lugares que me ha tocado recorrer. Y he podido conocer de primera mano parajes que no conocía, con su correspondiente comunidad de aves; y con ello tener la sensación de descubrir los secretos que la naturaleza me reservaba, o al menos eso pensaba yo.
Así, he podido contribuir al proyecto con la prospección de 19 cuadrículas, la mayoría de ellas situadas en la comarca de Requena-Utiel, pero también en parte o en su totalidad en alguno de sus municipios limítrofes como Tuéjar, Benagéber, Chelva, Loriguilla, Siete Aguas, Buñol, Yátova y Cortes de Pallás.
La última que he estudiado ha sido una situada en el término de Siete Aguas y de la que acabo de recopilar los datos obtenidos y de tramitarlos al coordinador. Los registros son tan interesantes, o al menos eso creo yo, que me van a servir para redactar este último Cuaderno de Campo de la temporada. Espero que a ustedes les sean de interés también.
Siete Aguas es un municipio perteneciente a la comarca de la Hoya de Buñol. Su población es de 1.282 personas (datos de 2015). Su término se extiende por
110,60 kilómetros cuadrados y linda con los de Requena, Chera, Gestalgar, Chiva y Buñol. Es una localidad típicamente de montaña, con un relieve ciertamente abrupto que ofrece un paisaje singular principalmente ocupado por pinares y matorrales. Así, por el norte de su juridisción se extienden las sierras del Tejo, Santa María y El Burgal, mientras que por el sur aparece la sierra de Malacara, todas ellas con cumbres que superan los mil metros de altitud.
Tuve la fortuna de revisar con detenimiento otras cuadrículas de su término municipal para el proyecto del atlas ornitológico, como las que se extienden al sur de la autovía de Madrid, en el Vallejo del Campillo y en la misma sierra de Malacara, con su imponente pico de la Nevera. Sin embargo, la cuadrícula a la que me refiero en este artículo hace referencia a una que ocupa el mismo casco urbano del pueblo y su entorno más inmediato. Supone, por tanto, algo menos de una cuarta parte de su término municipal pero es suficiente para hacerse una idea del rico patrimonio natural que aporta Siete Aguas a la diversidad ornítica provincial.
Se pudieron detectar, nada menos, que 84 especies de aves; una cantidad ciertamente alta para tratarse de una cuadrícula de montaña. Sin lugar a dudas, la diversidad de ambientes que se da allí explica esa cifra. Aunque el paisaje predominante sea el monte tupido de matorral, también hay otros hábitats adecuados para ser ocupados por diferentes grupos de aves. Así, hay manchas de pinares sobre todo por su sector occidental, cultivos agrícolas en las inmediaciones de la población, cantiles rocosos como la Peña Rubia, e incluso un riachuelo con agua corriente todo el año como es la rambla del Papán que multiplica las citas por el alto grado de querencia de las aves hacia los sotos ribereños. Hasta el mismo casco urbano ofrece atractivo para las aves apareciendo distintas especies también entre sus calles y jardines.
Las montañas del entorno de Siete Aguas acogen a una completa representación de aves serranas y forestales. Especialmente interesante es el paraje que alberga a los barrancos de Raidón y Aguas Blancas; que en realidad son distintas denominaciones para diferentes sectores del mismo cauce. Allí, con el magnífico hito visual que supone el telégrafo, ya situado por muy poco en el término de Requena, se dan pinares de Pinus halepensis que sirven de refugio para pájaros de bosque como son los carboneros comunes y garrapinos, los herrerillos capuchinos, los reyezuelos listados, los mitos, los agateadores comunes, las currucas cabecinegras o los arrendajos, entre muchos otros.
Todavía existen buenos rodales de carrascales bien conservados, especialmente en las inmediaciones de la finca de Raidón, en las estribaciones del pico del Tejo. Posiblemente sean de las mejores representaciones de un bosque mediterráneo maduro en nuestro entorno más cercano, junto con las umbrías de las sierras de Juan Navarro y del Negrete en Requena-Utiel, o de los situados en los barrancos del Quisal y Fresnal en la misma Hoya de Buñol.
Estos enclaves del norte de la cuadrícula albergan especies orníticas muy interesantes y que han quedado casi recluidas a sus frondas esclerófilas. Así en ellas se han podido citar dos especies de currucas más bien escasas en otros municipios valencianos como la carrasqueña (Sylvia cantillans) y, sobre todo, la mirlona (Sylvia hortensis). Además, son relativamente habituales en las carrascas (Quercus ilex) de mayor porte los herrerillos comunes (Cyanister caeruelus) y los mosquiteros papialbos (Phylloscopus bonelli), entre otras muchas especies características.
En cambio, gran parte de los montes recorridos están cubiertos de extensos matorrales y que han aparecido a resultas de la ancestral degradación de la cubierta forestal por efecto de los incendios y otras causas de origen antrópico. Desde luego, en la memoria colectiva queda grabado el virulento incendio acaecido en julio de 1994 y que devastó brutalmente todas estas montañas, desde la sierra del Tejo hasta la de Chiva, llevándose consigo de cuajo la vida silvestre de todos estos parajes.
Hay muchos parajes cubiertos por una espesa maquia mediterránea dominada por coscojares, producto de la sustitución de los carrascales primitivos por las coscojas (Quercus coccifera). Sin embargo, en otros montes la vegetación apenas está constituida por romerales y aliagares, que suponen un grado mayor de empobrecimiento de las series vegetales climácicas que un día debieron existir en sus vertientes.
La comunidad de aves de todos estos lugares es ciertamente diferente. Abundan especies típicas de medios arbustivos como las currucas rabilargas, las tarabillas comunes, los pardillos o los escribanos montesinos. Pero de todas ellas merece la pena destacar las buenas densidades registradas de un endemismo ibérico muy interesante: la cogujada montesina (Galerida theklae).
Singular también es la ornitofauna ligada a los cantiles rocosos. El relieve escarpado que presenta gran parte de la cuadrícula ofrece unos recursos idóneos para muchas especies de aves de hábitos rupícolas. Aviones roqueros, colirrojos tizones, roqueros solitarios, entre otras contribuyen a elevar la diversidad aviar de la localidad. Algunas como el roquero rojo (Monticola saxatilis), citado en la Peña Rubia en época de cría, son realmente escasas a nivel provincial. Este paseriforme de montaña busca farallones rocosos de cierta envergadura y orientados hacia el mediodía en donde gusta solearse típicamente, contrastando sus vistosos colores con las sobrias tonalidades de su medio circundante.
Los medios agrícolas son también muy ricos en aves. De hecho las cifras de especies detectadas allí son muy altas, especialmente en el ecotono con el monte, donde las aves encuentran refugio o lugar de nidificación. Afortunadamente la intensificación de la agricultura, que se ha ido generalizando en tantos y tantos lugares a nivel provincial no ha cuajado aquí, posiblemente por el hecho de ser ésta una localidad de montaña y por disponer de parcelas agrícolas más bien de pequeño tamaño. Ello hace que aves de
distintas familias taxonómicas, especialmente de paseriformes, aprovechen los baldíos, ribazos, setos y campos en busca de sus requerimientos nutricios que les permitan subsistir.
Destaco entre la variedad detectada, al grupo de los fringílidos, que aunque presentes durante todo el año aquí se incrementan notablemente en número durante los meses invernales ofreciendo un espectáculo magnífico a ojos del ornitólogo, que pacientemente dedica su tiempo a estudiar sus devaneos. Pinzones, verderones, verdecillos, jilgueros y pardillos envuelven de vida las tierras de cultivo.
Y desde luego, no se puede terminar este artículo sin nombrar la importancia que para las aves tiene la propia rambla del Papán, que discurre en las inmediaciones del pueblo. En concreto el sector situado ente las fuentes del Garbanzo y la Gota, y la fuente del Apetito, situada junto a un bello molino que desgraciadamente sufre el deterioro por el paso del tiempo, supone un paraje realmente muy valioso para la rica comunidad de aves que allí se presenta.
Hay puntos donde la diversidad es muy alta, como en el mismo entorno de la fuente de la Tejería, que a pesar de la sequía prolongada que se está dando en los últimos años no ha parado de manar agua y contribuir a que la rambla no se llegue a secar. Allí crece una espesa orla de vegetación ribereña donde sauces, chopos y almeces se posicionan por encima de juncales y zarzales ofreciendo un hábitat muy apropiado para muchas especies de aves.
En el trabajo de campo se pudieron obtener citas tan interesantes aquí como la presencia en periodo reproductor de las tres especies de pícidos valencianos (pico picapinos, pito real y torcecuello), de paseriformes ligados a juncales y a enales, como el buitrón o el ruiseñor bastardo, repectivamente, o a frescas arboledas como el papamoscas gris, el petirrojo, la curruca capirotada, el herrerillo común o la oropéndola, entre muchas otras especies.
En otoño e invierno la composición ornítica cambia por completo con la llegada desde países de la Europa central o septentrional de otras aves que permanecerán aquí durante unos meses. Así en esas fechas se han podido detectar aves más bien escasas en el ámbito valenciano como la becada (Scolopax rusticola), el acentor común (Prunella modularis), muy numeroso aquí, el mirlo capiblanco (Turdus torquatus), el zorzal alirrojo (Turdus iliacus), el lúgano (Carduelis spinus), muy común durante la invernada en que se hizo el trabajo de campo, el pinzón real (Fringilla montifringilla), el picogordo (Coccothraustes coccothraustres) o el escribano cerillo (Emberiza citrinella).
Incluso se ha tenido constancia, eso sí en los períodos típicos del trasiego migratorio, de dos especies de aves que sorprendieron gratamente con su presencia al naturalista que se encontraba en la rambla haciendo su investigación. Se trata de un ejemplar de garcilla cangrejera (Ardeola ralloides), que utilizaba un tollo para descansar y reponer fuerzas, y de al menos dos mosquiteros silbadores (Phylloscopus sibilatrix) detectados en sendos puntos de la arboleda caducifolia; esta última especie exclusivamente migrante y muy
poco habitual a nivel provincial.
La elaboración del Atlas de las Aves de Valencia sin duda está propiciando un mayor conocimiento de la situación de las aves en la provincia, hasta ahora demasiado parcial y centrado en los ricos humedales de la franja litoral. El esfuerzo de prospección en decenas de localidades de interior como la expuesta aquí, Siete Aguas, contribuirá a un mayor grado de instrucción sobre sus respectivos patrimonios naturales y que redundará en las necesarias estrategias de conservación futuras.
Un trabajo que está impulsando enormemente la ornitología valenciana. Una herramienta fundamental para la gestión de aquello que es público, aquello que es de todos; la Naturaleza.
¡Buen fin de trayecto!
JAVIER ARMERO IRANZO