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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo   /   26 de diciembre de 2017

Hace unas semanas, se daba cuenta en nuestro querido Cuaderno de Campo del enorme valor que presenta el río Magro, tanto en relación a su riqueza paisajística como al de su destacada biodiversidad. Someramente, se describía la estructura de la vegetación ligada a su cauce y la importancia que ésta dispensa a una variada comunidad faunística que allí habita.

Las aguas del río, pero también el soto fluvial e incluso sus ambientes aledaños, permiten el asentamiento de una biocenosis realmente interesante y que llama la atención por su complejidad y singularidad. Animales, tanto invertebrados como vertebrados, que hacen de este paraje natural uno de los más destacados a nivel provincial.

De entre todas estas criaturas, desde luego las aves tienen un lugar realmente privilegiado. Y de ellas vamos a hablar en el ensayo de hoy. De las aves del río Magro; o mejor dicho, de su curso alto. Pues en realidad es de este ámbito geográfico de donde tengo abundante información extraída del medio natural tras tantas y tantas jornadas ornitológicas.

Desde su nacimiento en Caudete de las Fuentes hasta que sus aguas se embalsan en la presa de Forata el río Magro ofrece muchos parajes realmente atractivos para gran cantidad de especies de aves. Cada uno de los sectores fluviales tiene unas características diferentes condicionadas con su estado de conservación, con la diversidad de los paisajes por los que discurre o con la estructura de su soto ribereño, aspectos que influyen notablemente en la composición de la ornitofauna que en ellos se asienta.

No es lo mismo que el Magro atraviese una vega agrícola, como ocurre en la meseta central comarcal, que unos montes poblados por pinares, matorrales o roquedos, como pasa en las sierras de La Herrada o de Martés, por ejemplo. Los mejores tramos de vegetación ribereña atraen a una gran cantidad de especies típicas de los espacios contiguos que hacen disparar la lista de aves que se pueden observar en el Magro. Y esa caracterización paisajística nos va permitir esbozar el ensayo de hoy.

Empezaremos hablando de las aves presentes en el Magro a su paso por las llanuras sedimentarias de Caudete, Utiel, Requena y sus numerosas aldeas de la vega agraria. En este entorno altamente transformado por el hombre tras cientos de años de colonización, el Magro supone un referente fundamental para la biodiversidad original, que encuentra en sus formaciones ripícolas un refugio muy atrayente para llevar a cabo sus funciones vitales.

Como un oasis en medio de la llanura, aquí más que en otro lugar, el río supone un punto caliente para la biodiversidad. Así entre los carrizales, eneales y otros retazos de vegetación ribereña que viven al abrigo de los tollos y aguas lentas habitan una serie de paseriformes más propios de los extensos humedales costeros.

Entre ellos merece la pena destacar en época de cría al carricero común, Acrocephalus scirpaceus, que puede ser realmente abundante en algunos sectores como el que discurre entre el casco urbano de Utiel y la aldea de los Tunos. Un pequeño paseriforme de discretos colores y comportamiento poco llamativo que pasa desapercibido para la mayoría de paisanos que pasean por sus orillas. Pero allí está el bonito carricero, entretenido en la persecución y captura de decenas y decenas de pequeños insectos que medran en la espesura de los largos y quebradizos tallos por donde se mueve.

Este tramo, de unos tres kilómetros de longitud a partir del punto de salida de aguas de la depuradora de Utiel, está ocupado por un carrizal continuo único en la comarca por su enorme extensión. Es más, probablemente no hayan muchos como este a nivel provincial, lo que supone un valor añadido al Magro y a tener bien en cuenta.

El carricero común es un típico reproductor en estos ambientes. Otro pájaro de aparición primaveral, parecido a él pero de mayor tamaño, y desde luego mucho más escaso, es el carricero tordal, Acrocephalus arundinaceus. Apenas se han podido localizar algunas parejas reproductoras en puntos concretos donde el carrizal presenta mayores alturas. Su fuerte canto, en cambio, permite detectarlo con certeza en las marañas vegetales por donde gusta moverse.

En invierno, sin embargo, son otras las aves que aparecen en el carrizal, y que en ese sector son realmente comunes. Provenientes de países del norte y del centro de Europa con los primeros fríos hacen acto de aparición los pechiazules Luscinia svecica, los pájaros moscones Remiz pendulinus, los bisbitas alpinos Anthus spinoletta, los escribanos palustres Emberiza schoeniclus y otras especies realmente escasas en el interior de la Comunitat Valenciana; principalmente por la falta de hábitats como los que se encuentran aquí, en nuestro río. Un espectáculo visual que merece la pena conocer y valorar.

Recuerdo magníficas jornadas invernales de anillamiento científico sobre este tipo de aves en las que tuve la suerte de participar junto a expertos ornitólogos del grupo Llebeig de la Societat Valenciana d’Ornitologia, especialmente Pedro del Baño y los hermanos Toni y Manu Polo. Muchas y variadas especies palustres fueron capturadas y anilladas. Pero especialmente abundante fue la presencia del mosquitero común, Philloscopus collybita, del que en alguna de aquellas temporadas sobrepasaban ampliamente los 200 individuos en sectores de apenas un centenar de metros de cauce. Una verdadera explosión de vida.

Esto en referencia a los carrizales o eneales. Pero no menos importante son aquellos tramos fluviales de la vega agrícola en que la estructura de bosque ribereño está bien formada y aceptablemente conservada.

Por ejemplo, destaco el tramo entre San Juan y San Antonio. Me encanta aquel lugar; lo he de reconocer. Me encanta por sus choperas y por sus espesos zarzales, por el frescor que proporcionan las tupidas sombras de sus árboles de hoja caduca, y por el enorme dinamismo que sus aves aportan a unos pobres campos de cultivo que la intensificación agraria ha conducido a una triste simplificación, carente de la vitalidad de épocas pasadas. Otra vez el Magro aporta el aliento que el hombre quita al paisaje.

Recorrer las arboledas del Magro en los meses de abril o mayo es disfrutar a tope con los cantos nupciales de ejércitos de verderones, de verdecillos, de jilgueros, de escribanos soteños, de papamoscas grises, de carboneros comunes, de mirlos, de oropéndolas, y de decenas de avecillas más que incrementan el empuje vital de unas frondas de implacables tonos verdes.

Y entre ellas, la voz del río: el ruiseñor común, Luscinia megarhynchos. ¡Qué bien canta el ruiseñor! Desde lo más espeso de su escondite; tapado por ramas y hojas; invisible al ojo humano, un potente trino edulcora los días primaverales. De día y de noche, infatigable; el ruiseñor común nos recuerda que allí está el río; su casa, como siempre lo fue desde la noche de los tiempos.

No todo el Magro anda bien vegetado en sus orillas. El paso del tiempo ha hecho mella en demasiados kilómetros de río. Lástima de sotos fluviales arrasados; no sabe el hombre lo que pierde.

Y del campo al monte. El río, zigzagueando, esquivando obstáculos de una orografía adversa, va internándose primero en La Serratilla, y luego en Las Cabrillas.  Por último, tras pasar por una feraz vega en Hortunas de Abajo, acaba por perderse entre cumbres y pendientes de la imponente sierra Martés, una de nuestras sierras valencianas más bonitas.

Y allí la vida se viste con otros plumajes. Otras aves ven discurrir al querido Magro. Son aves de montaña. Aves diversas y muy valiosas desde el punto de vista de la conservación. Y es que allí, a orillas del río, aparecen toda una suerte de especies rupícolas y forestales de primer orden.

El roquedo, abierto en canal tras siglos y siglos de erosión fluvial, proporciona un hábitat singular que es aprovechado por una ornitocenosis exclusiva de los medios serranos. Allí, al abrigo del cantil, en cuevas o repisas, se dan las condiciones ideales para que críen las grandes águilas, que como la real, Aquila chrysaetos, o la perdicera, Aquila fasciata, llenan de espectacularidad los cielos. Y también los halcones, Falco peregrinus, verdaderos proyectiles alados que imponen su poderío al resto de las aves que pueblan los montes.

Y si eso ocurre de día, de noche otro señor de la roca reclama su posesión: el búho real, Bubo bubo. El cañón del Magro, desde la ermita de San Blas hasta Hortunas, y desde La Canaleja hasta el mismo Forata es especialmente adecuado para la nidificación del gran duque. Varias parejas territoriales solapan sus feudos, y aún ahora, con el fin de año a la vuelta de la esquina sus potentes voces retumban en las quebradas al anochecer.

Cuervos, chovas piquirrojas, palomas zuritas, vencejos reales, e incluso comunes; aviones roqueros y comunes, roqueros solitarios, colirrojos tizones y gorriones chillones se reparten los peñascos en época de cría. ¡Qué inmenso valor ornitológico desprenden estos desfiladeros fluviales! Otra vez el Magro muestra todo su poderío. Impresionante.

Aves y más aves. También las propias del bosque. Y es que pinares y retazos del antiguo monte esclerófilo abrazan literalmente al río en su devenir por las sierras orientales comarcales. Y allí habitan muchas especies de pájaros, que al contacto con el soto ripario multiplican sus densidades.

Tórtolas europeas y palomas torcaces frecuentan estos rincones; pícidos, como los bonitos pico picapinos, o los estridentes pitos reales y torcecuellos, hacen visible lo invisible. Algarabías de pájaros forestales cruzan el cauce fluvial de rama en rama. Entre ellos, herrerillos comunes, currucas capirotadas, mosquiteros papialbos o petirrojos, me llaman más la atención, seguramente por su menor abundancia en otras localidades.

Podríamos contar tanto sobre las aves del Magro. Desde luego un artículo de estas características no da tanto de sí. Quizás lo mejor es no decirlo todo. Cierto; lo más recomendable es ir a verlo, a comprobarlo. A confirmar la importancia de este río para la vida animal, y en especial para las aves.

Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que los mejores momentos de mi vida como ornitólogo los he pasado junto a sus aguas.

Y no es sólo por sus pájaros; no. Tampoco por sus otros animales; no. Sino por sus paisajes; paisajes con los que me identifico plenamente y cuyas aves los representan a la perfección.

Termina el año y por fin los fríos han hecho acto de aparición; llegó el invierno. La quietud que caracteriza a otros parajes en estas fechas no refleja la realidad de nuestro querido río.

Ahí está, con escarcha en las riberas y con las hojas de sus árboles en el cauce. Pero lleno de vida como siempre: una miríada de aves viajeras ha llegado al Magro para quedarse durante unos meses. Un aliento de vida para unos días cortos y unas noches muy largas.

El río sigue vivo; naturalmente. Ahí está, esperando que lo visites y te fijes en sus emplumados habitantes. El río Magro y sus aves. Todo un tesoro natural delante de nosotros.

JAVIER ARMERO IRANZO

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