Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo / 17 de enero de 2017
Avanza el mes de enero y casi sin darnos cuenta ya estamos a 17; día de San Antón, como se dice por aquí. Estamos en lo más frío del año, y aunque febrero también nos traerá bajas temperaturas, parece que se llevará mejor por el mayor tiempo de insolación que, de una manera lenta pero constante, se irá produciendo.
San Antón, festividad señalada en nuestro calendario. Son muchas las localidades que celebran la efeméride con hogueras al anochecer para combatir el frío. Desde tiempos inmemoriales los paisanos se reúnen al calor de la lumbre, y allí preparan sus tajás de tocino, sus embutidos y sus patatas, con la que ganar temperatura rápidamente; y todo ello acompañado con vino de la tierra, por supuesto.
Sin embargo, más entrañable aún me parece la costumbre ancestral de llevar a sus animales domésticos, de carga o incluso a aquellos destinados a la propia alimentación humana a que el cura los bendiga. Vieja costumbre que se viene dando en muchas parroquias diseminadas por nuestra geografía comarcal, pero que está generalizada en cientos de lugares más, hasta incluso en la plaza de San Pedro del mismísimo Vaticano.
San Antón, patrón de los animales. De origen egipcio, vivió a caballo entre los siglos III y IV de nuestra era. Llevó una vida de ermitaño durante prácticamente 80 años, en los cuales se retiró del mundo. Se dice de él que su amor hacia Dios le vino a través de su convivencia con la naturaleza y que gracias a la observación de los animales descubrió la sabiduría. Bonita frase ésta última.
Admiro a las personas que aman a los animales. Domésticas, como las mascotas, o silvestres, como las criaturas de los montes. Aprecio la sensibilidad que derrochan y los cuidados que les dispensan. He aquí un pequeño homenaje para ellos, porque para mí ellos son también San Antón.
Pero el Cuaderno de Campo de hoy lleva otro título, al cual voy a referirme. Aves de los campos de cultivo en invierno. Y es que estamos en unas fechas tan frías que, al contrario de lo que muchas personas pudieran creer, los medios agrícolas de la comarca bullen de vida, especialmente los de la meseta central. Y no es porque el viñedo, los almendros o los olivos se hallen en plena actividad. Más bien al contrario, ya que ahora se encuentran inmersos en parada vegetativa. El color, el movimiento; y en definitiva, la vida, la ponen otros seres que venidos de latitudes septentrionales inundan de sorprendente alboroto la quietud y la sobriedad de los mosaicos agrícolas. Son las aves; y en especial aquellos pájaros incluidos dentro de la familia de los fringílidos.
Podríamos citar a otros grupos de aves que se pueden avistar en los campos en estas fechas del año; muchos de ellos, de presencia temporal en la comarca y restringida a estos meses de dura climatología, y otros más cuyos valores numéricos alcanzan incrementos notables por ahora. Bisbitas, lavanderas, zorzales, mosquiteros, y escribanos son buenos ejemplos. Pero quizás, por su abundancia local en determinados agros, destaca el grupo taxonómico de los fringílidos.
Dicha familia agrupa a unas 170 especies de aves granívoras distribuidas por gran parte del mundo. En la península ibérica se reproducen 11 especies diferentes, que presentan variadas diferencias tanto en sus áreas de distribución como en sus abundancias relativas. Son las siguientes: pinzón vulgar, verdecillo, verderón común, jilguero, lúgano, pardillo común, piquituerto común, picogordo, camachuelo común y camachuelo trompetero. A éstas hay que añadir en invierno una más que es relativamente habitual (el pinzón real), y otras tres de aparición ciertamente irregular y muy esporádica, como son los pardillos piquigualdo y sizerín, y el camachuelo carminoso.
Ahora, en lo más crudo del invierno, es un buen momento para recorrer los campos de la llanura central comarcal para disfrutar con las evoluciones de bandos numerosos de fringílidos que, integrados por distintas especies, buscan con avidez aquellas parcelas ricas en semillas que les sirven de alimento. Estas aves, en la Europa central, y sobre todo septentrional, tienen un comportamiento eminentemente migrador. Así, gran parte de sus poblaciones emprenden un viaje hacia el sur huyendo de las bajas temperaturas, y también de las grandes nevadas que dificultan la obtención de comida. Los países de la cuenca mediterránea, en la que se encuentra España, suponen los principales receptores de individuos invernantes. Aves indígenas nacidas en nuestro país comparten ahora espacio con aquellas venidas del norte.
Desde que empezó el año, una sucesión de olas de frío ha azotado la vieja Europa. Destaca, desde luego, la ocurrida la semana pasada y que afectó a muchas regiones del centro y del este de Europa, siendo muy significativo que se llegara a helar grandes sectores de la superficie del mismo río Danubio. Pero es que ahora mismo una lengua de aire siberiano ha llegado incluso aquí, a la península ibérica, lo que sin duda arrastrará consigo muchas más aves del norte de las que había en el país hasta hace unos días.
Y así va pasando el invierno, y los inviernos. Unos años más duros y otros menos. Y con los fríos llegan las aves, y en concreto los protagonistas del capítulo de hoy: los fringílidos.
De todos ellos llama la atención por sus vistosos colores el jilguero (Carduelis carduelis). Una referencia para todos aquellos que nos gustan los pájaros. ¡Qué bonito es el jilguero! ¡Y qué bien canta! Eso lo saben muy bien las gentes del campo, que muestran gran simpatía hacia tal joya emplumada.
Los jilgueros, que crían en primavera y verano en arboledas diversas, bosques, e incluso en parques urbanos, se desplazan en invierno a las grandes extensiones abiertas donde buscan eriales, ribazos y bordes de caminos donde crecen sus plantas nutricias: los cardos. Se puede afirmar, sin la menor duda, que la especialización trófica del jilguero ha hecho adaptar evolutivamente su pico (estrecho, cónico y de mayor longitud que otros integrantes de su familia taxonómica) a la extracción y consumo de tales recursos. Es muy característico ver a los jilgueros entretenidos, posados, y a veces hasta colgados, de los endebles tallos de estas plantas compuestas tratando de obtener las preciadas semillas de lo más interno de sus inflorescencias.
Muy parecidos a los jilgueros, pero de colores verdosos están los lúganos (Carduelis spinus). Los lúganos no se reproducen en la Meseta de Requena-Utiel, sino que aparecen en ella a partir de mediados de octubre provenientes de sus cuarteles de cría, situados sobre todo más allá de los Pirineos. Pero no es un visitante regular en la comarca, ya que hay temporadas en los que prácticamente no se ve ni un solo ejemplar y otras en las que llega a ser un pájaro muy habitual en los barbechos, herbazales y eriales diseminados entre los cultivos. Por ejemplo, el invierno pasado fue un ave realmente común en la vega del Magro, mientras que este año cuesta mucho más detectar algún individuo en ella.
Esta singularidad, más que por factores exclusivamente climáticos, está relacionada con otras variables. Se sabe que las llegadas masivas de ejemplares a nuestro país viene determinada sobre todo por la coincidencia de un año de notable éxito reproductor en sus áreas de cría, seguramente por la abundancia ese año de semillas de coníferas (principalmente de abeto rojo, Picea abies) en esos lugares, con un invierno de escaso alimento (fundamentalmente semillas de aliso, Alnus glutinosa).
De plumaje similar, especialmente en el caso de las hembras que incluso podría confundir al ornitólogo que las observa, tenemos a los verdecillos (Serinus serinus). Son aves muy comunes por toda la demarcación, y no sólo durante la invernada, sino también durante el resto del año, ya que llega a criar de manera habitual por prácticamente todos los paisajes con la condición de que tengan cierto arbolado para instalar allí sus nidos.
Los machos adultos, dotados de un llamativo plumaje amarillo limón, llenan de color la campiña requenense. Sus cantos, gorjeos y voces características animan la llanura sembrada de plantas vivaces, comúnmente denominadas malas hierbas. Las lluvias caídas el pasado otoño han hecho germinar cientos de semillas de rabanizas, Diplotaxis erucoides, y de otras crucíferas y gramíneas, que sirven de alimento a estos bonitos canarios ibéricos. Y no falla, allí donde a lo lejos se ve el tapiz blanco de la rabaniza entre los viñedos, allí están los verdecillos dando buena cuenta de sus encapsulados tesoros. Un bello espectáculo que hay que ver.
Y con ellos, los verderones (Chloris chloris). Más robustos, y más elegantes; o al menos eso me parece a mí, que no puedo negar mi inclinación por estos pájaros de verde plumaje y canto magnífico. Junto con los verdecillos o integrados en bandos de otras especies, pero en cualquier caso siempre en menor proporción numérica, los verderones también se unen a la algarabía y su presencia se hace notar también en el campo.
Pero quizás el mayor de los tropeles lo componen pinzones y pardillos, llegando a formar agrupaciones de varios cientos de individuos de comportamiento nómada en la demarcación. Pinzones y pardillos, y pardillos y pinzones; los amaneceres helados, las blancas escarchas que tardan horas en irse y las mañanas de nieblas espesas no asustan a estos valientes pajarillos que huyen de condiciones todavía peores en sus tierras de origen.
Tanto una especie como la otra son reproductores habituales en Requena-Utiel, pero sin duda, son en estas fechas cuando sus efectivos poblacionales se hacen más visibles. Las razones de ello habría que buscarlas en el alto grado de gregarismo que presentan ahora, pero también por los importantes aportes de aquellos efectivos llegados desde el norte, más evidentes en el caso del pinzón vulgar.
El pinzón real (Fringilla montifringilla), sin embargo, es exclusivamente invernante en nuestra demarcación, y su presencia es muy variable de unas temporadas a otras, pero en cualquier caso con números muy discretos que los hacen pasar muy desapercibidos a ojos del ornitólogo que los busca activamente durante estas fechas por los labrantíos, y bordes de bosques. Suele además integrarse entre los bandos de otros fringílidos, especialmente de los de pinzón vulgar, lo que dificulta su detección. Unos colores más anaranjados, y sobre todo un llamativo obispillo de color blanco (parte final de su espalda), son sus señas más distintivas a las que hay que prestar atención.
En lo que respecta al pardillo común (Carduelis cannabina) luce un discreto plumaje en tonos marrones que, junto con el comportamiento principalmente terrestre que presenta, le hace pasar desapercibido para sus predadores; especialmente de aquellos que acechan desde el aire.
Es ave habitual en los grandes viñedos, donde llega a criar en las mismas cepas o en los ribazos y linderos que puedan aportarle algo de cobertura arbustiva. Una vez ha terminado el proceso reproductor, que suele constar de dos o tres nidadas, los pardillos se suelen agrupar en visibles bandos compuestos por adultos y juveniles. A partir de entonces comienza una vida errante que los hará recorrer los campos de cultivo tras la búsqueda de las simientes con las que nutrirse. Les encantan especialmente, como a los verdecillos, las de las crucíferas y gramíneas, pero también de otras plantas herbáceas y arvenses, incluso las de hortalizas y verduras, por lo que no es difícil detectar a estos pájaros en huertas de regadío que rodean los caseríos y aldeas.
Desgraciadamente este valioso patrimonio natural que componen los fringílidos en invierno está en peligro por los rápidos cambios paisajísticos que se están produciendo en las últimas décadas en la llanura agrícola comarcal. La intensificación de los cultivos tendentes a un monocultivo de la vid demasiado aséptico en lo que se refiere a la vida que se da en sus parcelas, la pérdida de huertos de regadío, la roturación de setos vivos (que sirven de lugares de nidificación y de alimentación) y el empleo de productos químicos que reduce la diversidad trófica en el medio, traen consigo un empobrecimiento notable del campo que repercute drásticamente en las poblaciones de aves en general, y de los fringílidos en particular.
A nivel nacional aparecen estos mismos elementos como factores de amenaza de una manera generalizada. Pero además, según la prestigiosa entidad científica y conservacionista SEO/BirdLife, casi un millón de ejemplares de diferentes especies de fringílidos, especialmente jilgueros, verderones, verdecillos y pardillos, son extraídos de la naturaleza cada año para dedicarlos al silvestrismo como aves cantoras. Es un impacto muy considerable en las poblaciones naturales de estos animales que a día de hoy no se sostiene con criterios racionales. Además, seguramente vulnera la mismísima Directiva Aves emanada de la Unión Europea, de la que España forma parte. La continuidad de esta actividad debería debatirse seriamente y buscar como alternativa viable la cría en cautividad de estas especies. Aunque la verdad, tampoco me gusta ver enjauladas a las aves el resto de sus vidas. Triste destino.
Transcurren los días helados en la campiña. Miríadas de viajeros recalaron aquí e integrados en bandos patrullan los cultivos. Salvajes y libres. Por delante, sólo horizonte. Colman de vivacidad la tierra de nuestros abuelos, de nuestros antepasados. Esperemos que por mucho tiempo más.
Pasen un buen día de San Antón; patrón de los animales. Y si pueden, vayan al campo y disfruten del espectáculo.
JAVIER ARMERO IRANZO