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LA BITÁCORA// JCPG

Los retratos de Goya tiene siempre condiciones especiales. Centrarse en el rostro y vestiduras de esta mujer, en una cara angelical, frente al tremendo Godoy, su esposo. Es todo un logro de Goya que los estudiantes permanecieran absortos con esta obra. Por cierto, es el retrato de la Condesa de Chinchón.

Llevo algún tiempo acudiendo al instituto en coche. Desde hace años, he estado viajando siempre en metro; el coche no me agrada y es un medio de transporte cómodo, además he podido leer e incluso corregir algunos exámenes durante el trayecto. El bicho de marras me ha ido quitando esta costumbre. Voy escuchando música, porque las noticias me agotan últimamente un poco.

Hace una mañana fresca, que no fría. En estas tierras costeras, se empieza a notar que el verano está a la vuelta de la esquina. Como casi siempre, llegará sorpresivamente, y el calor nos ahogará.

Entró al instituto por una entrada lateral y enseguida advierto los murales. No puedo con ellos: que si cuidado, que no queremos una cuarta ola; que si las mujeres científicas, que si el medio ambiente, etc. No puedo con los murales. Me agotan.

No faltan oportunidades para la sorpresa. Al mínimo signo de confianza, de bajada de guardia, la sorpresa se presenta. Se trata de lo inesperado. He entrado en el aula; la clase de hoy tenía por temática a Goya, trataba de iniciar la sesión de historia del arte con la idea de transmitir que Goya es inclasificable, que se sale de cualquier etiqueta. He pasado unas cuantas imágenes de algunas obras emblemáticas y de algunas otras menos conocidas. Mientras hablaba y pasaba las imágenes en la pantalla grande, me he dado cuenta que los chicos estaban absolutamente callados contemplando a la Chinchón, a la familia real, etc. Me he sorprendido, me ha parecido un instante maravilloso. No presumiré de sabiduría, porque tengo la ignorancia a cuévanos, pero sí de alumnos dispuestos a escuchar.

Esta capacidad para escuchar, para mantener la atención es algo absolutamente valioso. Es una clave del conocimiento. Aunque pueda pensar que algo de mis palabras les atraía, me parece que, en realidad, era la pintura de Goya lo que verdaderamente había creado este momento mágico.

La pandemia ha traído mucho ruido. Puertas abiertas; ventanas de par en par; ruido y más ruido. Disfrutar del silencio en una clase es un placer inconmensurable. Hasta que… pues hasta que ha salido a relucir la actualidad y el famoso Goya de la expresidenta madrileña. Alejémonos de la político, he dicho a mis alumnos, y disfrutemos del universo de Goya.

La continuidad de la clase me impidió pensar en lo esencial. Los profesores deseamos continuar en la brecha durante toda la clase; te paras a pensar sobre lo que se ha hecho, cómo se ha hecho y qué se ha dicho, algo después. Y lo esencial son un haz de elementos que todos los que estamos en disposición de aprender, debemos atesorar. La palabra atesorar es muy adecuada para este caso, porque indica guardar con celo, proteger. Lo esencial es la atención, pero también el trabajo. Se trata del esfuerzo personal. Se trata de intentar asumir el nivel de conocimientos de un libro de texto.

Es curioso que hace unos meses, creo que durante nuestro enclaustramiento del año pasado, salieran los resultados de un estudio acerca del valor de la atención, la reflexión y el silencio en las clases. Gastaron miles de euros para descubrir el Mediterráneo: va y resulta que mantener la atención y el silencio mejoraba los niveles académicos en los alumnos. No hacía falta realizar un estudio.

Sorprende de los alumnos de historia del arte de las últimas hornadas su incapacidad para ir más allá, para colmar su conocimiento del arte producido por su civilización. Quiero subrayar que no es una problemática que nazca de los efectos perniciosos de la pandemia. La pandemia está provocando cansancio y aprobados generales, porque para nuestras autoridades es más fácil aprobar que afrontar el desafío real de enseñar a unos alumnos desprovistos de muchísimas herramientas como resultado de un proceso de deseducación que se inició hace algunos años. Así el fracaso escolar lo solucionamos rápido, aunque los problemas se posterguen.

Aquí está. La llamada Aula del Futuro. Me imagino que las tecnológicas se estarán frontando las manos. Nuestras autoridades educativas patrocinan este tipo de cambios. La innovación se equipara a la mejora, cuando son asuntos absolutamente diferentes, por lo menos en la educación. ¿Habrá dinero para esto, o será, como otras veces ha sucedido, un sueño que alimentará a charlatanes?

El mundo lo tienen al alcance de la mano. Tienen un móvil y conexión al universo de internet. No tienen nada, sino acceso a mucha porquería. Sorprende que nuestros próceres se desgañiten cuando hablan de educación y nos traigan el mensaje archiconocido sobre la bondad de las nuevas tecnologías. Nadie duda de su potencialidad. De lo que dudo es que la educación mejore por usarlas. Demasiados intereses económicos se interponen por aquí.

No hablemos de la pedagogía. Para mí, que si se suprimieran de un plumazo las facultades dedicadas a eso, pocos lo lamentarían. En otro tiempo hubo didácticas, e íbamos por buen camino experimentando con ellas y reflexionando. La pedagogía laminó por completo la didáctica. Los pedagogos dan y dan lecciones, nos dicen qué tenemos que hacer, decir y practicar en clase. Sin embargo, empieza a ser un reto importante que alguno se encierro durante 4 o 5 horas diarias con adolescentes, especialmente si se trata de esos maravillosos grupos de 2º de Secundaria.

El libro de Luri es muy necesario. He de leerlo, aunque ya se han escrito muchas reseñas sobre el mismo, y el propio Luri ha ido desgranando en entrevistas muchas ideas de este libro.

Las sorpresas, como digo, son infinitas. Llega una guardia y la charla habitual con los compañeros. Siempre hay algún profesor que tiene que pasar por una clase de las terribles. Este tipo de clases que reproducen algo así como las Naciones Unidas, es decir, donde se dan cita zagales de diferentes orígenes, pero con un denominador común: escasos conocimientos de la lengua española e ínfimo nivel educativo. Se trata de alumnos que pasan por el centro. Los apoyos son escasos, a pesar de las proclamaciones, otra vez, de nuestros próceres.

Se avecina el final de curso, y lo que ya sucedió el curso anterior. San Covid se aparecerá y será como una luz cegadora. Es lo que tiene nuestro sistema: en lugar de estimular el esfuerzo, el trabajo de los estudiantes, se premia lo contrario. Acabaron los tiempos de las posibilidades de la gente corriente de este país por elevarse de nivel social con la educación. Habrán de buscarse una educación privada los que quieran realmente aprender, porque, de acuerdo con Celá, nos sobra aprendizaje memorístico. ¡Qué debate más absurdo! Aunque la ministra es más absurda todavía. Estamos a punto de enterarnos de que los millones que nos cuesta nuestro sistema educativo van a servir para que nuestros jóvenes tengan los conocimientos básicos, porque los deseables, empleando los términos de la ley nueva, deberán buscarlos en otro sitio. Además, nos viene de nuevo César Coll; no quiero ni pensarlo.

Se avecina la conversión de la escuela en un gran parque de atracciones. La comparación es de Gregorio Luri. Todos a jugar, porque parece que la historia y la literatura, y yo qué sé más, no se aprende más que jugando. Seré de los de la aldea gala, pero hay que ver que potencial de enseñanza y de aprendizaje se encierra en los codos. ¿Hay mejor pedagogía que esa?

En Los Ruices, a 20 de abril de 2021.

 

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