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LA BITÁCORA//JCPG

1.- El confinamiento está haciendo de mí un consumidor masivo de café y té. El primero ya me proporcionaba momentos radiantes, y había llegado a convertirse en imprescindible a la hora de sentarme a leer o simplemente a escribir cualquier cosa. El té, menos practicado desde siempre, ha venido a salvarme de la sobredosis de cafeína. Afortunadamente no me ha dado por la bebida. Pero el confinamiento me ha hecho recordar tiempos de infancia. Seguramente esos recuerdos están tamizados por un extraño paño que ha dejado atrás viejos resíduos.

Nadie es perfecto. Reconozco mi adicción. Es olerlo, nada más, y ya me siento atraído hacia él. Eso sí, estas tendencias del tiempo con las cápsulas me parecen auténticas herejías: están llamando a su Jacques Fournier para efectuar un escarmiento entre los heretizantes.


2.- Entonces lo ignoraba todo del mundo. No sabía que podríamos habitar un mundo peligroso. Aquel mundo era muy peligroso. Ciertamente, aquella mañana, como otras veces, mi compañero de litera, Cicerón, se volvió a mear. La verdad es que su cama, en la parte superior, olía a mil demonios. Estaba allí como todos; el Estado había tomado la decisión de proporcionar una enseñanza obligatoria a los vástagos de la patria; hast los 14 años. Cosas de la Ley de Villar Palasí. Yo no tenía entonces ni idea, pero el tiempo me enseñó que aquella norma, con todos sus defectos, iba a tener muchas virtudes. De hecho aún se añoran ciertos aspecto. Pero voy a dejar los asuntos educacionales, en los que soy bastante crítico.

Nunca le culpé por mearse. Tampoco yo tenía mucho de qué presumir, teniendo en cuenta que había tenido durante años a mi madre en pie de guerra cada día con los dichosos meados. Sin embargo, mi salida del hogar obró en mí un milagro: lo esfínteres comenzaron a trabajar de la manera correcta.

Era un auténtico problema. En el internado, con más de 10 años, las personalidades se estaban definiendo y el hecho mismo de no tener controlados tus micciones significaba exponerse a las risas y burlas de muchos. A la mañana siguiente llegaban los comentarios, incluso los insultos cara a cara. Incluso aunque el diligente amor maternal introdujese en la bolsa unas sábanas de repuesto, era difícil ocultar la realidad.


3.- Cicerón no poseía las dotes oratorias del político romano. Hablaba poco; era muy tímido. El nombre figurado es adecuado aquí porque preserva la intimidad de una persona que nunca molestó a nadie. Por suerte en aquel internado variopinto y hasta confuso no había una atmósfera tan opresiva como la de la maquinaria militar de La chaqueta metálica, una de esas películas en las que, a medida en que uno va penetrando en su visionado, comprueba elementos nuevos. La tragedia de Patoso podría haber sido la de este chico; habría atraído sin duda odios, rencores de todo tipo. La razón: ser simplemente diferente; no haber madurado aún, recordando, por supuesto, que estamos hablando de chicos con 10 años.

Cuidado: no pretendo comparar la situación de Patoso y Cicerón. No tienen nada que ver, probablemente por razones puramente contextuales. Pero los mecanismos, los impulso, son similares: el señalamiento, quizás inconsciente, al principio, conduce en una escalada continua al desenlace en acoso.

Existen las personalidades acosadoras. Encuentran una extraña satisfacción en hacer sufrir a otro. Beben su sangre. Puras sanguijúelas. Se trata de verdaderos fracasos humanos que se definen a sí mismos negando los derechos de otro. Los hay por todas partes. Los he visto. ¿Cuál será el futuro de estos acosadores?


4.- Hoy todo esto recibe un nombre: bullying, una palabra inglesa que define el acoso. Patoso es un recluta con aspiraciones a entrar en el cuerpo de Marines USA, cuando está en marcha la eterna guerra del Vietnam; una auténtica sangría para los norteamericanos. El film de Kubrick despide constantemente un fuerte aroma antibelicista; mas también está sobrevolado por el ave de la resignación, de que las decisiones son inapelables y no cabe hacer otra cosa que aceptar. Cicerón era un chico normal enfrentado a su problema de crecimiento; Patoso es un recluta algo retrasado pero capaz de conmover y convertir en una causa justa el asesinato del sargento, tan brutal como fascinante. La imposición de la justicia de una forma cruenta y bestial; con el añadido del suicidio del recluta.


5.- Cicerón huyó. De hecho era un acto, la huida, que practicó en varias ocasiones. En la última jamás volvió. Tampoco yo iba sobrado de ganas; habría imitado a Cicerón, pero no fui tan valiente. A todos nos habían arrancado de nuestra tierra. Digo bien: éramos una garva de hijos de campesinos a los que el Estado había decidido desasnar. Seguramente esa mente gigantesca del Leviatán pensó en la idoneidad de aislarnos en un residencial para ir inoculando la cultura en las familias campesinas.

Ha cambiado mucho, pero sigue en pie. Abajo, el comedor. En las plantas superiores, los dormitorios.

Ni qué decir tiene que muchos pasábamos la semana aguardando el viernes. No creo que en toda mi vida haya tenido tantas ganas de alcanzar el final de la semana. Fueron años duros, tiempos difíciles en los que los chavales que allí estábamos tuvimos que aprender a sobrevivir por nosotros mismos. No era fácil; existían grupúsculos, pequeños comandos pseudo-mafiosos que tenían sus parcelas de poder ya conquistadas antes de que uno llegara por allí.

Así que una tarea fundamental de todos era el disimulo. Fingir que eres tal o cual. Ahora que lo pienso, ¿se puede desarrollar una vida sin disimulo? Tal vez sea imposible vivir sin no anunciar constantemente tus intenciones y pensamientos. Sería imposible desarrollar una vida con normalidad. El choque con los otros sería tan espectacular y tan constante que la vida se convertiría en un auténtico infierno. No hay que convertirse en el blanco de todos los ataques. Ocultar vulnerabilidades.


6.- Estos asuntos eran trascendentales. Trascendentales para unos chicos como nosotros. El valor nacía de las circunstancias vitales que estábamos viviendo. Nuestro punto de vista convertía aquellas vivencias en el núcleo de la historia. Pero la historia llevaba otros derroteros. Una tarde, sentados en las banquetas frente a la tele, murmurando, hablando, interrumpiendo; vamos, haciendo lo que los chavales hacen en ese tiempo y en esa circunstancia. Digo que una tarde vimos aquella noticia del asesinato de Aldo Moro, el mismísmo primer ministro de Italia. La historia.

¿Era acaso más importante la muerte de ese señor? Apareció en el maletero de un coche, ocupó los telediarios y, supongo, que también la prensa escrita. Gran noticia. Mas algo anecdótico bajo nuestro punto de vista. Mientras pasábamos las últimas semanas del curso en la Escuela Hogar, habían asesinado a un tal Aldo Moro.

Nada sabía de él antes de su secuestro. Sigue siendo su muerte un cajón de los enigmas: Brigadas Rojas, Propaganda 2, servicios secretos USA. se oculta tanto tras este crimen.

Para un historiador, es el crimen de Roma el asunto verdaderamente significativo. Realmente, el asunto. En tanto Italia se enfrentaba a un abismo, en un apartado rincón de España se vivía también al borde del abismo: un conjunto de chicos y chicas, testigos menores de una transformación silenciosa. Se ventilaba el futuro de una comarca, el futuro de sus aldeas. Un detalle de un fresco gigantesco: la transformación de toda una tierra, de toda una nación. Muy insignificante el asunto de los estudiantes internos. Pero un detalle desde el que puede iluminarse un todo.

Demasiadas sombras sobre un crimen sin aclarar. Era un 9 de mayo de 1978.

En Los Ruices, a 3 de junio de 2020.

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