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La Bitácora // JCPG

Tengo que confesarlo; ya es hora, porque han pasado muchos años, pero es necesario. De pequeño asalté un huerto. No iba solo, por supuesto. Esas cosas, al menos en la infancia, nunca se hacen en solitario. Era muy excitante burlar las normas. Hacía calor, mucho calor, porque era verano. Íbamos en la bici, la permanente bici que los críos del pueblo cogíamos siempre nada más mover de la cama; la bici era casi una extensión de nuestro propio cuerpo, como el caballo para aquellos vaqueros del cine del Oeste americano. La tierra estaba seca y los caminos polvorientos; por lo menos tan polvorientos como cuando las sorriladas han sido marcadas una y otra vez por un tractor tras otro. Era por la tarde. Aparentemente nadie nos veía;

creímos que aquella tarde en la que se estaba trabajando en la instalación del agua potable en la aldea, nadie nos vería. Tomamos un melón y empezamos a comer. Increíble. Hoy imagino que la pieza estaría muy caliente y no tendría nada de suculenta. Entonces, nos dio igual. Era más placentero el hecho de pisotear las normas que el propio acto de comer el melón. En nuestra evolución personal, estábamos progresando adecuadamente.

Hoy es probable que haya que asaltar las mentalidades colectivas. Se quiere que permanezcan invisibles, como si no existieran. Y sin embargo son una realidad muy evidente. Están ahí. O incluso habrá que asaltar las mentes de nuestros gobernantes, a los que tanto les gusta tocar la lira mientras Roma cae víctima de las llamas.

Bauman creyó que todo el mundo estaba convencido de la liquidez de las sociedades modernas.

Increíble lo que escribió. Por supuesto, los maketos salíamos perdiendo. Sabino Arana, el de la fundación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Leo aquí y allá, en diferentes medios de comunicación, las proclamaciones racistas de algunos dirigentes del gobierno de la región de Cataluña. Es para echarse a temblar. Resulta absurdo que esas declaraciones, esos comentarios puestos sobre el papel, referentes a la raza, la catalana, que, como es natural, es superior a otras, digo que es absurdo que se nos diga que tales palabras se sacan de contexto. Por Dios bendito, con lo que hemos contemplado en el pasado siglo XX a propósito de la raza de marras. Tantos muertos ensuciaron de sangre la palabra y las ideas tras ella contenidas. Sin embargo, aquí estamos tolerando que estos especímenes sigan gobernando, y vomitando de vez en cuando unos litros de reflujo de racismo a sus semejantes. Sin duda aquí hay una anomalía. Ha de ser el mismo trágico veneno que permite que exista una fundación a mayor gloria del dictador y otra a mayor gloria de Arana, otro probado racista. ¿No se han enterado de Auschwitz? Adorno bien que advirtió aquello de que es imposible hacer poesía después del matadero polaco. Este pensamiento racial o racista se viste con galas inlectualoides. La intelectualidad ha producido muchas cosas positivas; el nazismo, el fascismo, el estalinismo también tuvieron intelectuales en sus nóminas.

De pronto me he puesto noventiochesco. Pasado, recuerdo, olvido; una tríada imponente que muchas veces asalta a individuos y a sociedades, tal vez para complicarles la vida. Hay que hablar del olvido. Me he acordado del asalto al huerto leyendo unos relatos de Conrad. He aquí la demostración de que eso que creemos haber olvidado puede emerger en cualquier momento, de forma súbita. Son olvidos que se comportan como los corchos de las botellas de vino: emergen del agua o de la conciencia a la superficie.

Paso por lo que durante un par de veranos fue huerto. Más allá de la horma se extiende hoy una viña, emparrada y con goteo, perfectamente acorde con los tiempos. Estoy por el Vallejo, un paraje cercano a La Cornudilla y próximo a la rambla. El paisaje está transformado, pero el recuerdo guarda algunos perfiles de lo que fue.

Internarse en la rambla. Buscar el frescor en verano. Aún quedaba lejos del huerto.

El recuerdo ha emergido de las profundidades mentales. Nuestra mente es un universo líquido. Bauman nos advirtió de ue las fronteras eran cosas del pasado, porque todo era muy fluido en este mundo del siglo XXI; nada permanecía sin cambio. En nuestro país hay muchos que no se han enterado, y siguen anclados en las sucias garras de lo racial. Y si no es lo racial se echa mano de cualquier otro ingrediente cultural, hasta de lo lingüístico con tal de excluir a unos y crear un corral para el resto. Ya se sabe, a corral pequeño, más fácil ser gallo. En un corral más grande es más problemático.

Cuando aquel verano protagonizamos el asalto no conocíamos a Bauman. Tampoco a Heráclito, que es el auténtico artífice de esta idea de liquidez. Éramos soberanos ignorantes de todo. Pero alguien nos vio y advirtió la falta cometida.

Quizás llevaba razón Bernanos cuando nos invitaba a superar los grandes principios ideológicos (sobre todo los de los grandes totalitarismos), así como los religiosos se reafirmaban en línea cristiana, para refugiarnos en la infancia. A estas alturas, esto significa recuerdo. El recuerdo se mezcla con el sueño, con aquel huerto hoy viña en un camino polvoriento y con un don Joaquín oficiando la misa en la iglesia vieja, ya desaparecida. En el verano del 78, mientras los hombres de la aldea trabajan comunitariamente en la construcción de la red del agua potable, se asaltó el huerto.

En Los Ruices, a 6 de febrero de 2020.

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