Los Combativos Requenenses. Víctor Manuel Galán Tendero.
Requena (15/06/18)
La aplicación de la pólvora transformó profundamente los medios bélicos, aunque a día de hoy la historiografía tiene una idea mucho más matizada del cambio que las viejas lamentaciones caballerescas, que deploraban la traidora y cobarde efectividad de las armas de fuego. La imagen del jinete derribado de su corcel por un certero disparo era aterradora para todos aquellos que como don Quijote suspiraron por los viejos tiempos. Lo cierto es que los paisanos de Alonso Quijano fueron consumados maestros en el manejo de aquellas denostadas armas, y bajo el Gran Capitán acreditaron tales habilidades frente a la lucida caballería del rey de Francia.
El arma artillera se terminó de organizar plenamente bajo Carlos V. Se estableció una cuidadosa jerarquía encabezada por el capitán general de la artillería, con sus tenientes por los ejércitos de España, Italia y Flandes, gentiles hombres al mando de una o dos piezas, condestables, conductores, artilleros, minadores, harnicures o sirvientes, gastadores, obreros, petarderos, contadores, furrieles, calafates para puentes militares, comisarios de caballos, alguaciles, ingenieros tracistas y tenderos. Más tarde, en 1630, los artilleros de la armada real quedarían bajo el mando de aquel capitán general. En ausencia del marqués de Leganés, al acompañar a Felipe IV a Valencia, ejerció la capitanía en 1632 el marqués de Castro-Fuerte Pedro Pacheco, también veedor general de las guardas y comisario general de la infantería de España.
Semejante despliegue, acompañado de una intensa movilización humana y de intensos cambios en el sistema de fortificaciones, ha dado pie a hablar desde hace décadas de una revolución militar para la Época Moderna, aunque actualmente algunos autores como David Parrott se han decantado por una devolución militar. No se trata de un mero juego de palabras, pues el nuevo despliegue de los ejércitos requirió de la asistencia de los poderes locales, sin los cuales hubiera quedado reducido a mucho menos. La colaboración de municipios como el de Requena con la monarquía fue, por ende, esencial para el sistema militar español de los Austrias (y de los Borbones).
A 16 de septiembre de 1635, declaradas las hostilidades entre España y Francia desde el 19 de marzo, el secretario y contador de la artillería de España Ventura de Frías certificó que el vecino de Chinchilla Rodrigo Hernán Díez había conducido en dos carros unas dieciocho cargas de armas, consistentes en treinta y dos mosquetes y cuatrocientos ochenta arcabuces. Requena había habilitado su propia casa de armas o arsenal, y desde el primero de agosto se había alquilado una inmueble a Francisco Ferrer, cuyo coste anual fue de unos 132 reales o 12 ducados.
De todos modos, y con diferencia, el pago más importante resultó ser el de las armas, que comenzó a sustanciarse en la Corte a razón de cinco ducados el mosquete, cuatro ducados el arcabuz y un real la baqueta. Tanto el arcabuz como el mosquete eran armas de retrocarga. El primero precedió históricamente al segundo, y a unos cincuenta metros podía perforar corazas. El mosquete necesitaba una horquilla para apoyarlo seguramente, con balas doblemente pesadas a las del arcabuz y un alcance eficaz de cien metros. Si el arcabuz era muy apto para la infantería ligera, el mosquete constituía una auténtica arma de la artillería móvil. Cada arma, por otra parte, costó de transportar tres reales y medio.
Recapitulando, podemos ver que los mosquetes ascendieron a 160 ducados, los arcabuces a 1.920, las baquetas a 46 y medio, y los dispendios del transporte 163. La suma total ascendió a los 2.289 ducados, casi el doble de lo ingresado por los propios y arbitrios municipales, e incluso al salario anual del mismísimo capitán general de la artillería de España.
No se piense que semejante arsenal cayó sin más en poder del municipio con destino a su milicia o hueste, ya que se especificó de forma muy clara que tales armas eran para el real servicio. Desde los Reyes Católicos, el control del armamento de todo tipo era esencial para el triunfo del autoritarismo regio, que aspiró a lo que hace un tiempo se dio en llamar el monopolio de la violencia. Cuando el 5 de marzo de 1637 los regidores comisionados al efecto Juan Ramírez Sigüenza y Alonso Fernández Sigüenza terminaron pagando los últimos cincuenta reales, se especificó en la libranza que se trataba de un compromiso por administrar las armas que el monarca ordenó poner en la villa. Enclavada en un importante nudo de comunicaciones, la plaza tenía una gran importancia para el dispositivo militar castellano y español. Las armas depositadas temporalmente en Requena abrirían fuego contra los enemigos de Felipe IV, aquel Rey Planeta cuya grandeza se asemejó con los años a la de un hoyo, según el acertadamente ácido Quevedo.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Documento 10189.
Libro de propios y arbitrios de 1594 a 1639, 2470.