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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel

Javier Armero Iranzo   /   15 de octubre de 2019

Ramas de tejo

En el anterior Cuaderno de Campo se proponía una visita naturalista al pico del Tejo, uno de los espacios naturales más emblemáticos de nuestra comarca. Se daba cuenta de algunos parajes de interés y se cerraba el ensayo con una somera descripción florística de la misma cumbre. Bonita atalaya en la que destacaban unos árboles realmente valiosos desde el punto de vista de la conservación a nivel de la Comunitat Valenciana, o al menos de provincia de Valencia: los tejos. Hoy toca hablar, por tanto de esta joya botánica que ha dado nombre a la propia montaña.

El tejo Taxus baccata es una planta gimnosperma, como lo son también los pinos, los cipreses, los enebros o las sabinas, por ejemplo. Esto significa que sus semillas no se forman en un ovario cerrado como ocurre en las angiospermas, plantas más modernas y mucho más numerosas en el planeta, sino que aparecen relativamente expuestas, ya que las gimnospermas no originan frutos.

Concretamente el tejo cuenta con dos tipos de órganos reproductores (conos), y cada uno de ellos crece en pies de plantas diferentes. Esto  significa que hay tejos masculinos y tejos femeninos, dependiendo del tipo de órganos reproductores que presenten. El cono masculino, aparece ahora en esta época, aunque es en primavera cuando termina de madurar. Es globoso, de color amarillento, poco llamativo y contiene en su interior los saquitos del polen. El órgano femenino, por su parte, por estas fechas recuerda de alguna manera a una pequeña bellota ya que presenta una bráctea dura y verdosa que envuelve en gran parte a la semilla pero que más adelante, cuando madure, adquirirá un color rojo llamativo y una textura carnosa denominada arilo.

Arilo en un tejo

Es una de las plantas más longevas de la flora ibérica ya que se han encontrado ejemplares con edades superiores al millar de años. No obstante no es un árbol demasiado corpulento, ya que no suele superar los 15-20 metros de altura, presentando la mayoría un porte máximo de unos 10.

Su copa es ciertamente variable en forma ya que hay individuos de aspecto piramidal y otros más bien globosos. Pero lo que sí que es característico en este árbol es la disposición espesa y mayoritariamente horizontal de su ramaje y el color verde oscuro de sus hojas que mantiene durante todo el año. Éstas, de unos 1 a 3 centímetros de longitud y ciertamente estrechas y de silueta lineal, se disponen apretadas a modo de peine y enfrentadas dos a dos.

El tronco del tejo no suele superar el metro y medio de diámetro en ejemplares adultos y presenta una corteza grisácea o incluso anaranjada que se desprende en unos característicos jirones. Su madera ha sido tradicionalmente muy cotizada por su dureza, resistencia y estructura compacta, aspecto que lo ha llevado a la desaparición de muchas de sus localidades originales.

Precisamente esta circunstancia y el hecho de ocupar apenas unos pocos rincones de nuestra geografía provincial al amparo de unas condiciones climáticas de cierta humedad y frescor hacen que el tejo esté al borde mismo de la desaparición en sus montes. Apenas quedan tejos ya en las montañas valencianas.

En realidad el tejo es un árbol más propio de regiones más frías. En Europa se presenta de manera habitual en los países del centro y norte; en cambio su distribución resulta mucho más dispersa en aquellos de la cuenca mediterránea, como España. En Asia aparece en su sector occidental y en África ya solamente queda restringido a las cordilleras del Rif y del Atlas, principalmente. Por lo que se refiere a la península Ibérica, el tejo disminuye tanto en cantidad como en número de localidades a medida que se desciende en latitud. Así, mientras que en su tercio norte es un árbol bien representado en la mayoría de montes, en la franja central y sobre todo en la meridional queda recluido en apenas unos pocos parajes de los principales macizos orográficos.

Magnifico ejemplar de Tejo

Hay que recordar que el tejo es un superviviente de tiempos pretéritos, especialmente de los periodos interglaciares cuaternarios en que alcanzó una distribución continental mucho mayor que la actual. A partir del inicio del Holoceno, hace unos 11.000 años, empezó su regresión geográfica y demográfica hasta el día de hoy por razones climatológicas y por la competencia subsiguiente de otras especies vegetales más favorecidas por esos cambios climáticos. Pero indiscutiblemente también influyó negativamente el impacto de las poblaciones humanas que aprovecharon secularmente su madera o intervinieron indirectamente en la estructura del paisaje vegetal donde se asentaban las primitivas tejedas.

Hoy ya apenas cuesta encontrarlo en  las montañas de nuestras latitudes. Los últimos tejos quedan recluidos en barrancos húmedos y en parajes de cierta altitud al pie de cantiles orientados al norte que de alguna manera recuerdan al frescor de otras regiones más septentrionales. Y muy probablemente a partir de ahora, con los crecientes efectos del cambio climático, incluso en estos ambientes tan especiales se verá seriamente afectado en sus requerimientos ecológicos.

En lo que respecta a la Comunitat Valenciana, su situación es ciertamente preocupante, al menos para las provincias más meridionales como son Alicante y Valencia. Los últimos datos que se disponen sobre su situación corresponden a 2016 y proceden de la Conselleria de Medi Ambient de la Generalitat Valenciana. Así para la provincia de Alicante únicamente se han encontrado 473 individuos distribuidos en 11 localidades, mientras que para la de Valencia tan sólo se han podido encontrar 350 ejemplares en 12 enclaves diferentes.

Según estos datos, de los tejos censados en la provincia de Valencia, la Meseta de Requena-Utiel aporta apenas 38 ejemplares adultos distribuidos en cuatro parajes concretos: tres en término municipal de Chera y uno en el de Requena, precisamente el pico del Tejo. En Chera se registran 19 individuos en la umbría de la misma cumbre del Ropé, otros 13 bajo el Burgal, junto la fuente de la Puerca, y sólo dos en el barranco de la Hoz.

Uno de los tejos que se salvaron del fuego en la Microrreserva

En el pico del Tejo, sólo se tiene registrados oficialmente los cuatro que aparecen en la microrreserva de flora de Los Callejones, pero no se ha tenido constancia de la media docena que aún sobreviven en los cintos de debajo de la misma cumbre y que sobrevivieron al terrible incendio de 1994. Además no se considera tampoco la existencia de un solitario ejemplar en la cercana sierra de Juan Navarro y que el botánico Emilio García Navarro descubrió durante el trabajo de campo de su tesina de licenciatura en 1986.

Los últimos tejos valencianos no están exentos de problemas que amenazan su continuidad futura. Entreellos destacan la sequía intensa de muchas temporadas, y en general, los efectos de un más que reconocible cambio climático; la presión de animales ungulados herbívoros, bien silvestres como la cabra montés, el ciervo o el corzo, o bien de ganados caprinos; y la falta de regeneración natural motivada por la escasez de ejemplares reproductores que dificultan el proceso de fecundación. Hay que tener en cuenta que la existencia de ejemplares macho y hembra a veces demasiado separados espacialmente dificulta mucho la polinización.

Plantón de tejo ramoneado por ungulados salvajes en el Pico del Tejo

En este sentido la Generalitat Valenciana está llevando a cabo en los últimos años labores de conservación y mejora en las tejedas valencianas que tratan de revertir la situación: censos y seguimiento de poblaciones, trabajos selvícolas, creación de un banco de semillas y también de un banco clonal, declaración de microrreservas de flora, etc.

Especialmente importantes son plantaciones de ejemplares juveniles para fortalecer las poblaciones originales. Así, por ejemplo se sabe que en la Fuente de la Puerca  y en el Pico Ropé se han llegado a plantar entre los años 2002 y 2012 un total de 193 y 96 ejemplares, respectivamente, de los que aproximadamente un tercio (muy buen porcentaje) consiguieron sobrevivir años después según los datos del censo de 2014. Además, en estos mismos lugares la repoblación no solo afectó a la especie en cuestión sino que se llegaron a plantar otros muchos ejemplares de otras especies para tratar de consolidar el bosque autóctono original ligado a estas tejedas: arce Acer granatense, quejigo Quercus faginea, durillo Viburnum tinus, mostajo Sorbus aria, aladierno Rhamnus alaternus, rosal silvestre Rosa agrestis, espino albar Crataegus monogyna o el fresno de flor Fraxinus ornus, entre otras.

En el pico del Tejo, en cambio, la atención no ha sido tan preferente. Sí que ha habido acciones puntuales de mejora y protección, especialmente algo de refuerzo poblacional, pero quizás se esperaba un esfuerzo mayor en este sentido. Se echa de menos una mayor implicación de la Administración Valenciana en materia de medio ambiente para mejorar la situación ciertamente extrema de este emblemático reducto poblacional. Ojalá textos como este sirvan de llamada de atención para que se lleven a cabo las medidas de gestión necesarias.

Un árbol en vías de desaparición que le da el nombre a una sierra ciertamente valiosa también por otras razones. Una de ellas es su riqueza ornítica, merecedora de unas líneas en este ensayo. La comunidad de aves del pico del Tejo es muy completa, especialmente la que compone los bosques de su sector más septentrional y las áreas escarpadas de las cumbres. Así, la magnífica umbría que llega hasta el propio lecho de la rambla de los Tocares cuenta con una cobertura arbórea en la que se refugian paseriformes forestales tan interesantes en época de cría como el herrerillo común Cyanister caeruleus, el mosquitero papialbo Phylloscopus bonelli, el reyezuelo listado Regulus ignicapilla, el piquituerto Loxia curvirostra o las curruca carrasqueña Sylvia cantillans y mirlona Sylvia hortensis, por ejemplo. Azores, gavilanes o cárabos son los depredadores alados más característicos de estas frondas ricas en quercíneas como carrascas Quercus ilex y quejigos Quercus faginea. Pasear por las inmediaciones de las casas de Paula y de Mariluna permite reconocer el esplendor de estos valiosos montes. De interés para las aves y también para otros grupos de animales. Precisamente en el manantial de este último paraje se pudo citar hace ya alguna década uno de los vertebrados más raros de toda la Comunitat Valenciana y en grave peligro de extinción como es el sapillo pintojo Discoglossus jeanneae.

El sapillo pintojo se citó hace años en Mariluna. José Ventura

A partir de las fechas en que nos encontramos, mediados de octubre, empiezan ya a aparecer otras aves venidas del norte que encuentran en estos medios arbolados suficientes atractivos para permanecer durante los meses fríos. Acentores comunes Prunella modularis, reyezuelos sencillos Regulus regulus, mirlos capiblancos Turdus torquatus o zorzales alirrojos Turdus iliacus, que se desparraman entre solitarios parajes montanos, ponen una agradecida nota de vivacidad en las frías y cortas jornadas invernales.

Pero quizás sea desde la misma cumbre donde se localizan de una manera muy cómoda algunas de las aves más valiosas del Tejo. La caminata hasta la propia cima, viniendo de la casa de la Roja como se recomendó en el pasado artículo, tiene un merecido premio para el naturalista que dedica algo de tiempo a localizar alguna de las otras joyas biológicas de este hermoso lugar. Así si la visita se realiza en primavera o verano habrá que estar atento a la presencia de un semáforo viviente: el roquero rojo Monticola saxatilis, avecilla de un tamaño poco mayor que un colirrojo y que gusta de marcar sonoramente su territorio desde los cintos que dan al norte. Un ave de preciosos colores y magnífico reclamo cuya presencia en las montañas valencianas queda limitada a escarpadas atalayas que normalmente superan el millar de metros de altitud. Una delicia de ave y que apenas se localiza en otros montes similares.

También merece la pena destacar la existencia de un discreto pajarillo también muy escaso y localizado a nivel valenciano: la curruca tomillera Sylvia conspicillata. Los arbustos rastreros de la cumbre ofrecen un ambiente muy idóneo para un discreto pero precioso habitante del Tejo. Como lo es también de una verdadera rareza aquí y también en otros parajes del interior valenciano: el escribano hortelano Emberiza hortulana. Apenas se cuenta con alguna observación de este esquivo pájaro, y que al igual que el roquero rojo y la curruca tomillera es de aparición exclusivamente estival aquí y no en todas las temporadas.

Y si éstos son exclusivos del verano otros lo son del invierno. Sería el caso del acentor alpino Prunella collaris, que se presenta en las laderas pedregosas del Tejo y cintos de sus partes más altas a partir precisamente de. Desde ahora hasta recién estrenada la primavera aparecen pequeños bandos integrados por no más de una decena de ejemplares que de una manera confiada recorren las pedrizas de áreas desarboladas del monte. Ya puede hacer frío y mal tiempo que allí se encuentran a estas avecillas de flancos rojizos que huyen de las zonas altas de los Pirineos o incluso los Alpes donde son reproductoras.

Chova piquirroja. José Ventura

Las chovas piquirrojas Pyrrhocorax pyrrhocorax también habitan los peñascos del Tejo. De hecho son muy evidentes tras el verano en que los grupos familiares se agregan en bandos numerosos y sobrevuelan la propia cumbre de la montaña lanzando al aire sus graznidos característicos. No es raro llegar a contar hasta 80 ejemplares concentrados en un solo grupo a partir de las colonias reproductoras dispersas en los cintos del entorno o incluso de la cercana fosa tectónica de Chera. Un espectáculo visual y sonoro de una característica e inconfundible ave de montaña propia del sur de Europa.

Pero quizás la reina de estos parajes sea otra. Un ave de gran envergadura, de mirada heráldica y de silueta inconfundible: el águila real Aquila chrysaetos. Hay otras rapaces en la sierra como el águila calzada Aquila pennata, la culebrera europea Circaetus gallicus o el ratonero Buteo buteo, pero ninguna tiene el poderío del águila real. Su observación, si se tiene la suerte de descubrirla a poca distancia, es sobrecogedora; inolvidable. Un emblema de lo silvestre, de lo agreste; un distintivo de la calidad del lugar.

El águila real, con su pausado planeo otea desde las alturas una sierra que merece mucho la pena conocer y conservar para las generaciones futuras. Sin embargo, su futuro como el de los propios tejos no está garantizado, ni mucho menos.

De hecho diversas afecciones llevan tiempo haciéndole mella. A las ancestrales consecuencias producidas por el ser humano en la colonización ancestral del territorio y al severo impacto de los repetidos incendios forestales producidos en las últimas centurias hay que añadir ahora otros factores novedosos. Especialmente dos de ellos son los más graves. Por un lado el impacto que sobre el ecosistema produce el vallado de enormes superficies para el fomento de la actividad cinegética.

Verja cinegética de la finca de la casa Vieja en la misma cumbre del Tejo

En concreto gran parte de la sierra, principalmente en su sector norte está cerrado por un cercado que llega incluso a la misma cresta rocosa de la cumbre. La gestión forestal de un enorme territorio para la práctica de la caza mayor tiene consecuencias serias en el monte: excesiva presión de ungulados sobre una vegetación todavía en proceso de recuperación post-incendio en muchas parcelas (incluida la tejeda de la cumbre, con afecciones incluso sobre los propios tejos); y la dificultad o incluso el impedimento total de la circulación de fauna salvaje, especialmente mamíferos de mediano y gran tamaño, entre otras circunstancias.

Por otro lado la inclusión de la totalidad sierra como parte de la zona eólica número 9 del Plan Eólico Valenciano que amenaza con destruirla irreversiblemente si se llegaran a ejecutar los proyectos. Proyectos que parecen retomarse después de los años en que la crisis económica los paralizó momentáneamente.

Sería un tremendo error que se la sierra del Tejo se llenara de aerogeneradores. Sería algo imperdonable para una sociedad madura y concienciada con su desarrollo socioeconómico y ambiental. La sostenibilidad de un país no se mide por el número de instalaciones energéticas aberrantes de este tipo sino por su capacidad de conservar el medio natural de cara las próximas generaciones. Requena y su comarca no debe consentir echar a perder un espacio natural de la importancia del pico del Tejo. Ni por sus valores ambientales ni por su historia ni por lo que representa al paisaje y singularidad de una comarca entera. No se debe permitir.

Sería una catástrofe llenar de aerogeneradores las cumbres del Tejo.

Los humanos en su larga historia han convertido sus bosques de llanura en feraces campos de cultivo, han contaminado los ríos y los han esquilmado, han sangrado los manantiales secando fuentes enteras, han acabado con el frente litoral, convertido ahora en una continuidad de segundas residencias, paseos marítimos e infinitas infraestructuras. Y ahora los ojos de la codicia y el negocio se fijan en las montañas. Las solitarias y apartadas montañas son ahora centro de interés; los últimos espacios por colonizar.

Aerogeneradores de más de 70 metros de altura, enormes viales que permitirán el acceso a los camiones para montar las infraestructuras, tendidos eléctricos que transportarán la energía. Un brutal impacto sobre el último de los paisajes naturales. Ese es el legado que dejaremos a nuestros hijos. ¿Merecerá la pena semejante destrucción? Está claro que no.

El pico del Tejo merece con creces un reconocimiento oficial de protección. Incomprensiblemente no fue incluido en las Áreas de Protección de la Red Natura 2000. Ni en la Zona de Especial Protección para las Aves del Alto Turia-Sierra del Negrete ni en la Zona de Especial Conservación de la sierra del Negrete. Grave error motivado por su inclusión como espacio susceptible de albergar las infraestructuras eólicas. Primaron entonces otras prioridades para el Gobierno Valenciano.

Esperemos que el sentido común y la sensatez prevalezcan y que nuestros descendientes puedan disfrutar de una sierra como lo hemos hecho nosotros. No paro de pensar en ello.

Muchas reflexiones que me vienen  a la cabeza al observar a un magnífico ejemplar hembra de águila real que me sobrevuela a escasa distancia en lo más alto de la más emblemática y querida cumbre: el Tejo.

Una de las joyas aladas del Tejo, el águila real. Iván Moya

Ajena a todo, y como cada tarde, el águila busca comida en los más apartados rincones de una sierra en peligro de muerte. Junto a mí un verdadero superviviente de épocas mejores; un tejo retuerce sus raíces en el sustrato fresco junto al cantil.

Un árbol y una sierra en peligro. Con un nombre en común. Con un futuro común.

JAVIER ARMERO IRANZO

 

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