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LA BITÁCORA // JCPG

1.

Todo fluye por un sendero desconocido y temerario, al mismo tiempo. Ellos se empeñan en estabular a la población, o con confinamientos o con palabras simples y vacías. Nos mantienen esperanzados en el advenimiento del dinero de Europa, como el pueblo de Israel en mitad del desierto recibió el divino maná. ¿Y si no viene? Piensan que somos como niños: seres fácilmente pastoreados por unas cuantas consignas hechas para idiotas. Tal vez sea así porque estos mismos políticos tienen corazón parvulario y están empeñados en el complejísimo mensaje dialéctico del “Y tú más”.

Pero, dentro de unos cuantos años, nuestros nietos o bisnietos contarán que un bicho desconocido puso patas arriba toda una civilización. Contemplarán el resultado de todas estas desgracias, cuando haya pasado la angustia y el miedo. De momento, nos hemos percatado de muchas realidades que permanecían orilladas, entre ellas nuestra finitud.

Conocemos nuestra condición mortal; a pesar de esto, no estamos especialmente bien diseñados para aguantar las inclemencias y golpes de la vida. Quizás sea por esta razón que nos encontramos abiertos a la seducción de lo efímero y de lo eterno.

2.

Siempre me enternece contemplar a la gente mayor. Los veo sentados en los bancos de los parques, platicando sobre sus cosas, tomando el sol cual lagartos. Me causa mucha ternura ver cómo ella le quita cuidadosamente a él un cabello, blanco, por supuesto, de la solapa. Atrae mi mirada el momento en que estrechan su mano, o juntan las rodillas. Ternura y respeto, mucho respeto.

En el universo de la aldea, el anciano representaba el archivo de las experiencias campesinas. Conocimientos acumulados en el pasar del tiempo. El cambio les producía ciertas dudas; tenían la sensación de que los cambios ponían patas arriba el mundo que ellos mismos habían construido. Es como si tuvieran más cosas en común con los muertos que con los vivos. Caminaban con lentitud, con pasos blandos. Seguramente es así como pisan los ancianos que han vivido, visto, sudado y digerido muchas circunstancias de la vida. Gente vivida. Riñones bien trabajados, anestesiados ya después de tanto esfuerzo.

Me pregunto quién será el hombre anciano de la foto. Es de 1964. Los puentes de la historia han visto pasar mucha agua por sus ojos. Aire de arcaísmo respira la imagen. El anciano y la niña están en actitudes diferentes. El uno expuesto al sol; ella, tan joven, en plenitud de movimiento. Es una imagen muy significativa, por las dos edades, por el ambiente arcaizante que lo impregna todo. Un tiempo desvanecido.

La placetilla, en Los Ruices. Dos carros. El muro que salva el desnivel de la colina de rubial está medio desmoronado. Las escaleras aún no se han construido. Es una imagen de 1964. ¿Es el tío Juanito? ¿Es Llanos la niña, hoy en Utiel?

Venerar a los antepasados. Existía en el universo patricio de la antigua Roma, con aquellas imágenes de los ancestros. Retratos familiares, hechos para la intimidad del hogar, para la familiaridad del linaje. El retro de Vespasiano revela el interés por presentarse ante sus sucesores en el linaje tal como es, no como en los estandarizados retratos oficiales. Volntad de ser recordado, de contribuir al lustre linajístico. En el primer retrato, arrugas, el abuelo de la familia. En el segundo, la autoridad, la energía del gobernante. El fondo y la apariencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El mismo Quevedo recomendaba estimar a los ancianos. Hoy es el propio don Francisco un anciano que nos resulta curioso en su forma de expresarse.

«Creamos a los libros que advierten sin interés; a los autores ancianos, que por estar ya desotra parte de muchos siglos, ni pueden lograr los oprobios ni comprar aplausos con las adulaciones. Su reprehensión no enoja al perdido que la lee, ni su alabanza desvanece al virtuoso. Los maestros difuntos son tolerables, porque hablan con los vicios, con las personas que los tienen, no contra las personas.»

……………………………………………………………………………………………………………………………………………..Quevedo, Carta CCXI, desde la cárcel de León.

Las crisis, inevitablemente, sacan a relucir nuestras mejores virtudes y nuestros peores defectos. Son tiempos de cobardes y de héroes, de apóstatas y de mártires. Conviene, no obstante, subrayar que esos seres mayores están más cercanos a la divinidad. Por su sabiduría. Por lo que nos dan. Platón advertía del error de erigir estatuas a los dioses visibles, en tanto se tenían dioses bien visibles en casa, aunque abatidos por la edad.

Lo de las residencias indica claramente cómo se desprecia la ancianidad. ¿Discriminar por la esperanza de vida? Sí, cuando hablamos de estadísticas. No, cuando se trata de un ser humano.

Son sabios en Estados Unidos. Elegirán entre dos ancianos. De esta forma, la futura pensión de expresidentes la percibirán durante unos pocos años. Nuestra sociedad política abomina de la ancianidad, mientras venera la juventud. ¿Así nos va?

En Los Ruices, a 7 de octubre de 2020.

 

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