BITÁCORA // JCPG
Lo siento pero no puedo ser original; seguimos en la brecha del virus. El virus nos ha permitido caer en la cuenta de que el futuro no lo tenemos domesticado. Es un caballo desbocado de cuya evolución y de cuyas coces todavía no acertamos a verlas todas. Se ha convertido en un mulo borde que rechaza tirar del carro y que anda pegando coces a diestro y sinestro.
El Plan de Estabilización franquista de 1959 hizo desaparecer (eso sí, poco a poco) aquellos mulos y mulas que habían marcado la realidad del mundo campesino desde siglo. La máquina fue invadiéndolo todo. En la década de los años 70 aún era posible verlos. Pero ya no podían competir con el nuevo motor: el tractor.
Tenía una de aquellas mulas, pero no la utilizaba para trabajar la tierra, porque no tenía tierra. Además, ahora me da por pensar que apenas sabría trabajarla. Él era maestro, no campesino. Los tiempos eran muy duros y no eran precisamente aptos para zanguangos; así que, ante la necesidad, había tenido que emplearse temporalmente con algunos campesinos. Comer no admite omisiones.
Vivía en La Cornudilla, pero decidió marchar a Los Ruices. Preguntarse la razón de su traslado es casi ocioso, pues las razones fueron las que siempre mueven a los seres humanos en este mundo. Se instaló en una pequeña caseta aneja a la del tío Conra. Conrado era un hombre tan fuerte físicamente como recio en sus convicciones; al menos así se le describe hoy en día por gente que le conoció. No tuve la suerte de conocer a mi abuelo, pero sí de alabar que no le cobrara a aquel maestro de La Cornudilla nada por habitar un casucho algo desastrado. Y el tío Pompa correspondió dando clase a sus dos hijos.
Pompa, según supongo, se había refugiado en La Cornudilla. Debió ser al terminar la guerra. La huida tiene muchas formas, pero lo que está claro es que siempre se huye de algo. Pompa huía del régimen, del de Franco. No era el único: de una manera u otra, huyó más de media España.
No hablaba mucho de su persecución y de su huida. Era un hombre ya mayor, con mucha experiencia a sus espaldas e imagino que deseoso de pasar la página de algunos momentos agrios en su vida. Conra contaba con su compañía en numerosas ocasiones a la mesa. Le gustaba la bebida, quizás demasiado. Nada reprochable para un hombre tan golpeado por la vida. Pero a Conra le agrava su compañía y su conversación. Mientras loa cándalos ardían en la lumbre y las patatas se hacían en la sartén, ambos platicaban en torno a la lumbre.
En aquellos instantes se despejaba el bosque. Pompa se despojaba de todas las capas acumuladas, para fingir, para sobrevivir. Tenía una hija, pero estaba lejos, en el Sur. Su marido era un militar franquista. Un aviador. Le resultaba una realidad repugnante. Mi abuelo Conra, que conocía los perfiles elementales (los que el propio Pompa había dejado entrever) de su huida, le intentaba hacer entender que, ante su edad, sería mejor acercarse a su hija. Inmediatamente, el maestro sacaba a relucir al yerno.
El tío Pompa había sentido en sus carnes el miedo. El miedo es un ser extraño que siempre se las arregla para buscar una razón. Cuando todo funciona en nuestra vida, cuando la realidad fluye por el camino que hemos fijado, tenemos la sensación de que dominamos la vida. Llegamos a tener la convicción de que somos nosotros los que llevamos las riendas. En el fondo, esa abstracción que es el progreso, no es otra cosa; se trata de tomar las riendas de la propia naturaleza, imponerle a la vida unas reglas que hemos diseñado nosotros mismos.
A Pompa le alcanzó el miedo. Y los franquistas. Cuando se produjo la construcción de la dictadura, su vida se vio sometida a la voluntad de otros. Percibió la pequeñez de su figura ante el seísmo trágico de la guerra y la postguerra.
“Altum sapere pericolosum»: las palabras de Horacio siguen siendo terriblemente actuales. La búsqueda de la verdad puede tener consecuencias sociales peligrosas. Durante el siglo XVII, la Holanda calvinista se libró a las bravas de los disidentes arminianos. En el sínodo de Dordrecht, los arminianos fueron derrotados. Un año más tarde, en 1619, la victoria teológica de la ortodoxia calvinista fue acompañada por una victoria política. Holden Barneveldt fue condenado a muerte y muchos arminianos huyeron al exilio, sobre todo a Francia.
Pompa no era calvinista. Tampoco sé si tenía creencias católicas. Compartía el hecho mismo de la supervivencia a través de la huida. Un exilio interior.
Buscar la verdad, la libertad, puede traer problemas. Horacio es más actual que nunca. Vivimos instalados entre la desinformación y el ansia de verdades. Necesitamos políticos que nos digan verdades, aunque sean dolorosas, pero yo sólo veo a unos que les queda el traje demasiado grande y a otros que tienen la cara muy dura, y no faltan los dedicados a la lira mientras nuestra Roma perece entre las llamas. Miedo a la desinformación; temor a la verdad. Los medios afines se ufanan en divulgar la información oficial y tienen una fe rocosa en el gobierno; los medios díscolos descreen de la información gubernamental automáticamente y se ufanan en descubrir sus falsedades y medias verdades. Queremos conocer la realidad, pero el conocimiento se convierte ahora en algo complicadísimo.
Pompa tuvo que irse a un rincón de España. Lejos de los ruidos. Prácticamente a vivir de lo que los campesinos pobres podían ofrecerle. El saber se convirtió en un riesgo en aquella España de Franco.
Yuval Harari, un historiador israelita aupado a la popularidad editorial en los últimos años, asegura que los tiempos actuales no cambiarán nuestra perspectiva de la muerte. Esto equivale, lo sabemos, a nuestra perspectiva de la vida
En Los Ruices, a 1 de mayo de 2020.
¡Viva la Virgen del Milagro!