Con el artículo de hoy se completa la trilogía dedicada a los buitres que habitan la península Ibérica y que de alguna manera, diferente para cada caso, también han llegado a citarse en la Meseta de Requena-Utiel. Queda por tratar, por tanto, de alimoches y buitres negros. Junto con el buitre leonado y el quebrantahuesos, componen el vértice de la pirámide alimentaria de los ecosistemas nacionales.
El alimoche, Neophron percnopterus, es el más pequeño de todos y el de aspecto más diferente. Los individuos adultos son inconfundibles por presentar un plumaje de color blanco sucio que contrasta con las plumas rémiges de sus alas que son negras. Su cabeza y cuello muestran un plumaje desordenado y una cara desnuda de un vivo color amarillo, aspectos que le confieren al alimoche una apariencia realmente llamativa. Los jóvenes, en cambio, son mucho más discretos y presentan un plumaje pardo oscuro que irán cambiando en sucesivas mudas hasta alcanzar la librea definitiva.
Como el quebrantahuesos, el alimoche ocupa los cantiles rocosos para criar, aunque en sus búsquedas diarias de alimento puede desplazarse desde los macizos montañosos y sierras hacia llanos y campos de cultivo relativamente alejados. A diferencia de los otros buitres no es tan dependiente de los cadáveres de animales de gran tamaño sino que muchas veces aprovecha los restos de otros más pequeños, despojos de mataderos y granjas e incluso desperdicios que aparecen en basureros o muladares.
Es un ave de fenología estival que suele aparecer en la península Ibérica hacia el mes de marzo tras pasar el invierno en el África transahariana.
A nivel nacional el alimoche experimentó un severo declive hacia finales del siglo XX en que sus densidades regionales descendieron notablemente e incluso llegó a desaparecer de muchas localidades. Últimamente parece presentar un ligero repunte en ciertas áreas, extremo éste que se podría confirmar este año mismo pues en estos momentos se está realizando un censo nacional de la especie en todas las autonomías del país. Según el censo nacional que se hizo en 2008 se estableció la población española de alimoches en unas 1.400-1.500 parejas distribuidas sobre todo por los Pirineos, la Cordillera Cantábrica, los Sistemas Ibérico y Central, Extremadura y macizos montañosos del sur de España como sierra Morena, las sierras de Cazorla y de Segura y los montes de Málaga y Cádiz. También crían en Baleares y Canarias pero en cantidades muy reducidas y en serio peligro de desaparición.
En la Comunitat Valenciana presenta una tendencia al alza. Hay que recordar que en esta comunidad autónoma el alimoche se hallaba extinguido a principios de los años 70, por el impacto de la persecución directa sufrida por el ser humano en forma de caza y por el uso de cebos envenenados sobre todo. A inicios de los años 90 del pasado siglo se contaba ya con dos parejas territoriales en la provincia de Castellón y, afortunadamente, desde entonces no ha dejado de crecer hasta el día de hoy. En 2015 se censaron ya 13 parejas en Castellón y una en la de Valencia, en la comarca de La Serranía. Y por fin en 2017 se descubre una nueva pareja nidificando en un cinto del valle del Turia ya muy cerca de la Meseta de Requena-Utiel. De hecho durante los años anteriores esa pareja se venía viendo continuamente por los montes y campos próximos a Sinarcas, pensando los ornitólogos locales y los agentes medioambientales de Requena-Utiel que podría haberse instalado en suelo comarcal.
Igual que se ha venido especulando con el quebrantahuesos, Gypaetus barbatus, se piensa que el alimoche también debió criar en un pasado no muy lejano en nuestra demarcación, pero se carecen de datos concretos para confirmarlo. De lo que no cabe duda es que si sigue la tendencia positiva de colonización de nuevos territorios en la provincia de Valencia, Requena-Utiel tendría muchas posibilidades de acoger a alguna de esas nuevas parejas. La presencia de abundantes cintos rocosos, tanto en desfiladeros fluviales como en las sierras periféricas al altiplano central, y la buena disponibilidad de alimento no sólo por los eventuales cadáveres de presas silvestres (con altas densidades de conejo en muchas zonas de estructura agroforestal) como de abundantes despojos procedentes de explotaciones agropecuarias facilitarían la vuelta de este animal de tan bella estampa a nuestras tierras.
Y para terminar con los buitres ibéricos se presenta ahora al mayor de todos ellos, superando ligeramente en envergadura al quebrantahuesos y al buitre leonado pero sobre todo en corpulencia, al alcanzar algunos individuos hasta los 12,5 kilogramos de peso. El buitre negro, el rey de los cielos.
Su apariencia es, sencillamente, formidable. Con prácticamente tres metros de punta a punta de sus alas y unos 110 cm de longitud el buitre negro, Aegypius monachus, presenta un aspecto compacto y poderoso. Su cuerpo está recubierto de un plumaje pardo oscuro, a excepción de su cabeza que apenas muestra un corto plumón grisáceo. Su pico, que tiene la base de un llamativo color azulado, es muy robusto y perfectamente diseñado para desgarrar los cueros más duros de los cadáveres de los ungulados que le sirven de alimento.
A diferencia de los otros tres necrófagos europeos, el buitre negro construye sus nidos en la copa de árboles de gran porte. Es un ave, por tanto eminentemente forestal; habita laderas umbrosas con suficiente arbolado donde se siente seguro. Como buen representante del bosque mediterráneo busca sobre todo masas de encinas, Quercus ilex, y alcornoques, Quercus suber, para ubicar sus enormes nidos; aunque en áreas de montaña como ocurre en el Sistema Central también utiliza buenos ejemplares de pino silvestre Pinus sylvestris o de pino rodeno, Pinus pinaster, para ello. Los nidos son realmente descomunales, habiendo algunos de ellos que llegan casi a los cuatro metros de diámetro y dos y medio de altura y en cualquier caso con varios cientos de kilogramos de peso.
En sus movimientos en busca de alimento los buitres negros pueden recorrer grandes distancias que fácilmente superan el centenar de kilómetros de su punto de origen. Prospectan los montes y dehesas con paciencia hasta encontrar un res muerta con la que acaban en apenas unos minutos si el grupo prospector es numeroso. Desde luego cumplen a la perfección el necesario papel de servicio de limpieza en el monte mediterráneo. Un ave útil e imprescindible en los entramados tróficos de los ecosistemas donde habitan.
El proceso reproductor de esta especie, como uno podría imaginar atendiendo a su tamaño corporal, es evidentemente prolongado. Las puestas se componen de un solo huevo y se inician ya en el mes de febrero. Pasados algo más de 50 días nace el pollo, el cual ya estará perfectamente emplumado unos 70 días después. La independencia de sus padres ocurre bien entrado el otoño y entonces empieza un proceso dispersivo y errático que los puede llevar a mucha distancia de donde nacieron y dura varios años. De hecho, en ese periodo de sus vidas pueden observarse buitres negros lejos de sus territorios habituales de cría.
En ese contexto, en la Meseta de Requena-Utiel se han podido detectar ejemplares en unas pocas veces; lo que no deja de ser una verdadera noticia ornitológica, al tener las áreas de reproducción más próximas bien metidas ya en los Montes de Toledo o en la Sierra Morena. De hecho sólo tenemos tres observaciones de esta especie en el ámbito comarcal en los últimos 14 años. Yo mismo vi un ejemplar inmaduro en las inmediaciones del Picarcho en Sinarcas el 2 de mayo de 2004; otro individuo de edad similar fue detectado por Luis Albero por Camporrobles el 13 de abril de 2014; y por último otro ejemplar, de edad indeterminada, fue descubierto por Rafael Torralba en el tramo requenense del río Cabriel cerca del paraje de Fuente Podrida el 6 de noviembre de 2016 integrando un grupo de aves compuesto por 14 buitres leonados y un joven de águila imperial que también andaba en dispersión. Magnífica observación ésta última.
Además se sabe que algunos buitres negros marcados con emisores de posicionamiento global (GPS) procedentes de proyectos de investigación o reintroducción en diferentes lugares del país han pasado por Requena-Utiel. Así por ejemplo en los últimos meses se ha confirmado la presencia de un joven dispersado desde la sierra de la Demanda (Burgos) en el seno del proyecto Monachus de Recuperación del Buitre Negro en el Sistema Ibérico tal y como aparece en el mapa que se adjunta.
Hoy en día la población ibérica de buitres negros goza de buena salud. Los censos que se vienen haciendo en las últimas décadas confirman su tendencia positiva tras la triste etapa de decadencia que vivió a lo largo de la mayor parte del siglo XX en que los hizo desaparecer de muchos lugares del país y dejó bajo mínimos sus colonias de cría más numerosas. Se calcula ya en 2.258 parejas reproductoras las que habitan en España según el censo nacional que se llevó a cabo en 2015.
Se distribuye en los mejores sectores forestales de Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Castilla-León y Comunidad de Madrid, aunque también habita en bajo número los pinares de la sierra de Tramuntana en la isla de Mallorca. Son famosas las colonias de cría de los Parques Nacionales de Cabañeros en Ciudad Real y, sobre todo la de Monfragüe en Cáceres por contar con el mayor número de parejas en la actualidad, no sólo de España sino de toda Europa.
En el mundo presenta una distribución muy fragmentada desde el SO de Europa (península Ibérica y Baleares), pasando por el Macizo Central francés donde se halla reintroducido, Grecia, Ucrania, países del Cáucaso, Rusia, Turquía, Irán, Afganistán, India, Mongolia y China.
No se tiene constancia documental de la existencia reproductora del buitre negro en la Meseta de Requena-Utiel, aunque sabiendo cuál ha sido la evolución de su estructura paisajística durante los últimos siglos es más que posible que fuera una especie nidificante en ella. Hay que recordar que hasta inicios de la época Moderna Requena-Utiel estuvo cubierta por bosques y dehesas en su práctica totalidad debido a su vocación eminentemente ganadera y forestal.
Posteriormente la agricultura iba abriéndose camino. En ese sentido y, especialmente hacia los siglos XVIII y XIX, sufrió los efectos de una roturación masiva de montes comunales en pro de una generalización del cultivo del cereal en primer lugar, y después de vid, por lo que desaparecieron miles de hectáreas de bosques probablemente ocupados ancestralmente por el gran necrófago alado. Las desamortizaciones efectuadas en aquella época debieron afectar sensiblemente a estas valiosas aves y a otras que como el águila imperial, Aquila adalberti, también podrían haber vivido en suelo comarcal. El uso de venenos y el perfeccionamiento de las armas de caza debieron ser la puntilla.
Esto no son más que especulaciones sin contrastar, únicamente apoyadas por el conocimiento de la tendencia seguida por la especie en el resto de España, en la que el área de distribución del buitre negro sí que se fue reduciendo por similares motivos, especialmente durante los siglos XIX y XX. Conviene, pues, reforzar esa hipótesis en legajos y viejos documentos que guardados en distintos archivos podrían dar luz ante esa incógnita.
Buitres negros y Alimoches; buitres leonados y quebrantahuesos. Aves grandes, majestuosas y necesarias en el medio natural. Sus siluetas recortadas en el cielo son un sello de la grandeza de un paisaje. Y además son hermosas; muy hermosas.
Vienen nuevos tiempos en los que estos magníficos animales vuelven a dar importancia a la naturaleza silvestre de un país. Motivo de alegría.
JAVIER ARMERO IRANZO
Dedicado a Iván Moya no sólo por su excelente aportación fotográfica que mejora muchísimo este artículo sino por la gran sensibilidad que muestra hacia la naturaleza y que me transmite cada vez que nos vemos.