Requena (01/11/18) LA BITÁCORA // JCPG
Algunas cosas profundamente incardinadas en nuestra personalidad saltan por los aires cuando uno se acerca al Magro, un río que da sentido a las dos ciudades que operan de cabecera político-cultural de nuestra tierra, un río que une y cohesiona. Pasear por su ribera es el origen de un conjunto de contradicciones increíblemente poderosas. Había visto que los naturalista reunidos durante el fin de semana, tenían como cita colofón una visita paisajística a la vega del Magro. Sería ya el domingo por la mañana.
Supongo que estos naturalistas se sorprenderían, como yo, de contemplar una auténtica cloaca. El color de las cloacas era el del Magro. La fauna que habite estas aguas debe ser verdaderamente heroica. Caminar al lado del río era descorazonador. Hace tantos años que la situación es similar… Parece mentira que no se hayan redoblado esfuerzos, que todo siga como casi siempre. Ya sabemos que ese “siempre” hace referencia a aquellos tiempos en los que el río apestaba. Por fortuna, aquello pasó. Pero …
No sé de donde procede la porquería que transporta el río. Quizás de las propias ciudades que lo acompañan. No lo sé. Sin embargo, como cualquier otro ciudadano no entendido, pensaba que el río había sido convenientemente limpiado. Y que, al menos, existiría un cierto control sobre sus aguas, con tal de advertir la presencia de vertidos y lindezas de este cariz. Uno se acerca al río a andar, a pasar un rato de relajación junto al paisaje de ribera, con el fin de huir del área urbana, y se encuentra con sorpresas como la que relato.
Algo profundamente relacionado con los cambios actuales se incardina a partir de aquí en la preocupación por el medio ambiente. Los cambios recientes, protagonizados por una transformación potente de los campos, dotados ahora de regadío y en condiciones de mecanización potentes, han de ser severamente controlados. El cambio y la transformación ha sido elementos muy positivos. La tecnificación ha transformado el rostro de esta tierra. Quizás los cambios de los próximos años aún sean más profundos.
Hace unas décadas casi nadie podía pensar que la vendimia fuera mecanizada al extremo; casi nadie imaginaba que el grueso de las tareas de los agricultores se realizaría sobre la máquina. ¿Para qué seguir con el resto de las transformaciones? Si muchos abuelos levantasen la cabeza de sus tumbas apenas reconocerían sus tierras.
El cambio, a qué negarlo, resulta positivo. La vida ha cambiado espectacularmente. El proceso tecnológico, aun viajando junto a aspectos menos positivos o francamente negativos, está haciendo pasar página sobre una historia, la de nuestros agricultores, repleta de miserias y penalidades diversas. Era hora de que esto fuera superado.
Sin embargo, la tecnificación ha conducido también a ciertos abusos, sin duda cometidos por agricultores poco informados. Esto es lo que quiero pensar. Utilizar química para provocar un repentino incremento de graduación al ir a la bodega con el remolque, es un mecanismo que desde hace años emplean algunos. Detrás de esto está un riego abusivo, por excesivo, que hace casi imposible la maduración normal. Buscando kilos y kilos, se produce la anulación de la capacidad madurativa de la uva. Esto no puede ser. Es un abuso sin nombre. Un control sobre estas prácticas es imprescindible. ¿Hay quizás aquí una razón para extremar los cuidados con nuestra tecnología agraria? No cabe duda que habrá que controlar todo esto. El método de utilizar recipientes en los que se guardan hormonas para evitar ciertas plagas en insectos es un sustitutivo ideal, porque evita echar ciertos productos químicos que, aun cuando sean efectivos, van acompañados de elementos negativos con la tierra, el aire y el agua.
Afortunadamente, la mayoría de los agricultores, especialmente en las cooperativas, aplican métodos más respetuosos con el medio. Pero hay que estar alerta. Nos jugamos la limpieza de aguas, tierras y atmósfera. Hay aquí un juego doble. No poner coto a estas prácticas tiene su precio ambiental. Pero no sólo esto. Además incrementa las opiniones de aquellos que echan cada vez más la culpa a la agricultura de los procesos de contaminación, olvidando el carácter destructivo de las ciudades grandes en las que habitan.
En Los Ruices, a 1 de noviembre de 2018.