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Requena (09/05/17), La historia en píldoras/Ignacio Latorre Zacarés
A los abnegados alcaldes pedáneos 

Elecciones a alcalde pedáneo en una aldea requenense. Escasos vecinos a la puerta del local designado para las elecciones. Un funcionario que hace de escribano y otro señor concejal del recién elegido Ayuntamiento. Vecinos vacilantes porque nadie quiere ser alcalde. Acude otro vecino, pongamos que se llame Saturnino (que no), que por el acento tenía raíces en la aldea como un servidor en Monforte de Lemos. Saturnino despotrica contra todos los alcaldes pedáneos que ha conocido. La elección aún se hace más difícil, pues tres de los abnegados alcaldes pedáneos anteriores estaban presentes y enfrente tenían patente el problema: sacrificio, críticas y nulo reconocimiento (“pueblo pequeño, infierno grande”). El concejal que intenta convencer a alguien para que se presente. Finalmente, los vecinos por unanimidad (excepto Saturnino que ya se había marchado, a bien gracias) convencen a una buena persona que decide sacrificarse cuatro años más en bien de la pequeña comunidad. La historia sigue cuatro años después (Saturnino retornará), pero eso se lo dejo para el final, ¡si alguno llega!

El alcalde pedáneo es una figura poco reconocida y, debido a su humildad, aún menos estudiada por la historiografía. Pero aquí en la comarca, que carecemos de muchas cosas, pero no de estudiosos, sí que han sido analizados y revisados por el minucioso José Luis Hortelano que nada menos que se dedicó a extraer a todos los alcaldes pedáneos elegidos en la antigua tierra de Requena desde fines del XVI al XVIII. Francesc Torres también nos dejó un buen análisis de éstos en un congreso comarcal.

En origen, los alcaldes en general poseían competencias judiciales. En el caso del alcalde pedáneo también detentaba funciones judiciales, pero de un alcance muy limitado, porque sólo podían conocer en pleitos de muy pocos maravedíes, acordar penas menores de prisión y debían dar cuenta de los procesos al alcalde mayor o corregidor. El calificativo de “pedáneo”, procedente de la administración romana, etimológicamente alude a que la justicia la administraban de “pie”. Las primeras referencias sobre alcaldes pedáneos se remontan a los siglos X y XI en las merindades castellanas y las comunidades de villa y tierra fronterizas con el musulmán donde eran elegidos por los vecinos a mano alzada. Posteriormente, en tierra de señoríos eran elegidos por el propio señor a quien nada se le debía escapar de su control.

En las tierras de realengo, como la de Requena, la práctica de nombrar alcaldes pedáneos se extendió sobre todo a partir del siglo XVI. Cuando Mira era aldea de Requena, el Concejo de Requena se dirigía al de Mira con la denominación de “concejo, alcalde, regidores y hombres buenos del lugar de Mira”. Este pequeño concejo mireño de escasas competencias sólo podía actuar en lo que se denominaba “de tejas adentro”.

Pero, en un principio, más que por atribuciones de justicia, los alcaldes pedáneos en Requena aparecen por razones de obligaciones fiscales, ya que eran ellos los que se encargaban de recaudar los impuestos en su jurisdicción. Y esa fue la vela que encendió la aparición de pedáneos en nuestra tierra. En 1590, con el fin de soportar financieramente las costosas guerras mantenidas por Felipe II y generar una nueva armada tras el desastre de la “Invencible”, se creó el impuesto extraordinario de los “millones” en 1590. Así fue llamado porque pretendió recaudar ocho millones de ducados entre 1590 y 1596 a través del vino, carne, aceite y vinagre. Pero como la historia demuestra que en España en materia impositiva lo extraordinario pasa a ser ordinario, en 1596 se renovó el impuesto de los millones.

En marzo de 1593, por razones de ser el término de Requena muy espacioso y montuoso, lo que facilitaba perpetrar delitos en las aldeas y caseríos, se nombró alcaldes de la hermandad a Alonso Diranço (de Iranzo) de Caudete y Martín Martínez de la Casa de la Ullana (la pintoresca aldea de Casas del Rey). Pero será en el mismo año de 1593 cuando, bajo el fin recaudatorio del impuesto de los “millones” que afectaba a los lugares de más de veinte vecinos, se nombraron por primera vez alcaldes pedáneos en Camporrobles, Villargordo, Caudete y Venta del Moro, recayendo tal designación en Juan Marco, Francisco Giménez, Cristóbal Ponce y Ximeno Martínez, respectivamente. En Fuenterrobles, que no alcanzaba ese número mínimo de vecinos, no se designará pedáneo hasta 1659. Con el tiempo el impuesto de los millones sería sustituido por el “cabezón de las rentas provinciales” que el Concejo de Requena repartía entre los moradores de la Villa y asignaba un cupo para cada aldea. El pedáneo se encargaba de repartir y recaudar la cantidad asignada a la aldea. Las aldeas requenenses protestaron amargamente porque la villa de Requena cargaba más impuestos a los aldeanos que a los de la Villa e incluso ganaron un pleito al respecto.

No era asunto baladí el que a un lugar se le dotara de alcalde pedáneo, porque eso significaba un reconocimiento de una cierta entidad de población, la de aldea, que era superior a la de “granja” equivalente a caserío y sin organización administrativa alguna. Muchas veces, el territorio controlado fiscalmente por ese modesto alcalde pedáneo es el que después se le concedió a la aldea al segregarse como municipio. Era el llamado territorio dezmero o alcabalatorio que en el caso de Venta del Moro le sirvió para segregarse en 1813 con un extenso término de 272 kilómetros cuadrados que no es moco de pavo (y que es precioso). Los alcaldes pedáneos se llevaban un modesto 1% de la recaudación que a partir de 1727 tuvieron que renunciar en pro del corregidor de Requena que cobraba el 3% del total del 6% que se cargaban al repartimiento en concepto de recaudación, alegando que el salario del corregidor era corto (bastante menor era el de los pedáneos).

Cada año se elegían nuevos alcaldes pedáneos, aunque en muchas ocasiones repetían. En la extensa lista de alcaldes aldeanos proporcionada por el citado Hortelano se suceden los apellidos Berlanga, Nuévalos, La Cárcel, Arroyo, Ponce, Iranzo, Ximénez, Ferrer, Gil de Peñarrubia, etc.

La elección la realizaban anualmente el 1 de enero los regidores de Requena y en muchas ocasiones los elegidos estaban entroncados con la oligarquía requenense y eran los encargados de defender los intereses de éstos en las aldeas. Esto conllevaba sus problemas como en 1689 cuando en Camporrobles, la aldea más crecida de Requena, hubo disparidad de criterios entre los regidores requenenses a voz de “corrupción” la hora de elegir al pedáneo, nombrándose uno provisionalmente.

En Venta del Moro, debido al extenso territorio que administraba el pedáneo, éste a veces era morador en alguna de sus aldeas como Jaraguas o Casas de Moya.

Las leyes establecían una edad mínima para ser pedáneo de veinte años, así como jurar el cargo y encargarse de asuntos menores. Solían detentar una buena posición económica porque no olvidemos que debían responder con su patrimonio antes multas que se le pudieran imponer en la actividad de su cargo. De hecho, en 1800 los alcaldes de Venta del Moro, Jaraguas y el río Cabriel recurrieron su nombramiento porque no querían responder con sus bienes al cobro de las subastas de ramos y abastos. No les valió de nada el recurso.

Además, se les sometía a un juicio de residencia al final de su cargo con testimonios de tres vecinos no familiares. Varios de estos juicios se custodian en el Archivo Municipal.

Además de competencias judiciales y fiscales, los alcaldes pedáneos poseían atribuciones militares como realizar levas de soldados. En 1735, a la elección del pedáneo se le sumó en cada aldea la de fieles de fechos, personas de cierta cultura que ejercían de escribanos locales, porque muchos alcaldes eran analfabetos. Ellos mismos se encargarían a partir de ahora de las levas y quintas a cambio de una pequeña remuneración. En 1798, ante el gran crecimiento de las aldeas en la segunda mitad del siglo XVIII, se nombró otra figura como la de teniente alcalde y aparecieron las alcaldías de barrio en lugares menores a las aldeas como Jaraguas, Los Sardineros, Albosa, San Juan o La Vega. Estas alcaldías de barrio poseían el rango de tenientes alcaldes. Desde 1800, el alcalde la de la ribera del Cabriel era nombrado directamente por el alcalde y teniente alcalde de Venta del Moro (como reza su lema ¡Venta del Moro, capital del Cabriel!).

Las antiguas aldeas requenenses con el gran crecimiento demográfico de segunda mitad del siglo XVIII fueron segregándose, pero dado el carácter disperso del poblamiento comarcal muchos caseríos fueron creciendo hasta obtener la nueva categoría de aldea, especialmente con la expansión vitícola iniciada a partir de 1850. El resultado actual es que Requena posee veinticinco aldeas con otros tantos pedáneos; Venta del Moro otras seis aldeas; Utiel cinco aldeas históricas y una nueva y Camporrobles la pedanía de La Loberuela que también tiene al frente a un representante de la alcaldía.

Por mor de la burocracia y leyes, nuestras históricas aldeas actuales están calificadas como “barrios” y sus alcaldes son “alcaldes de barrio”, aunque los comarcanos prefiramos la denominación antigua de pedáneos y discernimos perfectamente, sin necesidad de diccionario ni leyes, entre lo que es una aldea y lo que es un barrio.

Actualmente los alcaldes pedáneos o de barrio poseen escasas competencias, pero son unos buenos intermediarios entre el vecindario de la aldea y el Ayuntamiento central. Generalmente son gente muy dispuesta, que le echan muchas horas a su pequeña comunidad, con bastantes más sinsabores que reconocimientos, sin remuneración alguna o escasa y sin horas en el reloj porque la “ventanilla” es única y está siempre abierta.

Y volvamos al asunto inicial. Cuatro años después y elecciones en la misma aldea, con el mismo funcionario que ejerce de secretario, con otro concejal del Ayuntamiento y con aún menos vecinos en la puerta del local y todos reticentes. Y Saturnino, con su acento no comarcano, que se acerca y la vuelve a armar. A la propuesta del concejal de que sea el propio Saturnino el que se encargue de la aldea, éste huye como del agua los gatos escaldados (¡adiós, Satur!). El concejal que intenta denodadamente convencer al resto de vecinos de la importancia de dotarse de pedáneo. Dos horas después, la urna permanece vacía porque… “alcalde de aldea, el que quiera que lo sea” y todos a su casa que era hora de cenar.

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