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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel

14 de marzo de 2020

Águila real, fotografiada en Venta del Moro por Iván Moya

Catorce de marzo, día de recuerdos. Justamente hoy hace cuarenta años una terrible noticia convulsionó a todo un país. Una avioneta se estrellaba en Alaska llevándose de cuajo la vida de cuatro personas. Su piloto, Warren Dobson; dos brillantes operadores de cámara, Alberto Mariano y Teodoro Roa; y un hombre que cambió radicalmente la concepción de la naturaleza que los españoles tenían de ella, Félix Rodríguez de la Fuente.

Aquello fue un auténtico mazazo para un niño que apenas tenía por entonces poco más de 9 años. Jamás olvidaré aquel día. Me acuerdo perfectamente como si hubiera ocurrido ayer mismo. Y, como yo, me consta que muchísimas personas más. Seguramente millones y millones más. Una terrible pérdida. Una desgracia que va más allá, incluso, de la pérdida de cuatro hombres en la flor de su vida.

Hablemos de Félix Rodríguez de la Fuente. Félix murió cuando se encontraba en el cénit de una obra que había empezado hacía ya más de dos décadas. Le tocó vivir en una época difícil y oscura en lo que respecta a demasiadas cosas, y también en lo que hace referencia a la conservación de la naturaleza.

Tiempos en que se arrancaban miles de encinas centenarias de montes y dehesas, de plantaciones masivas de eucaliptos, de destrucción visceral de la costa en pro de un desarrollo turístico salvaje, de desecación de humedales y, en definitiva, de la brusca transformación de un medio rural indefenso ante nuevos escenarios.

Y también de alimañas que cabía eliminar. Lobos, osos, linces, buitres y águilas eran víctimas sin compasión de una terrible persecución. Venenos, cepos, lazos y escopetas; sangre y destrucción.

Una España en blanco y negro. Una España demasiado gris. En aquel país, hoy tan lejano, vivió Félix Rodríguez de la Fuente. Un país que quedó atrás, en parte, por lo mucho que le atribuimos a su persona. A él le debemos un cambio en la mentalidad de la gente en cuanto a la relación con el medio. A él le debemos mucho.

Su arma en la lucha fue la mejor posible; mucho mejor que la de cualquier belicoso soldado: la palabra. Sus balas: la sensibilidad y la emoción. Un gran luchador; su energía: el trabajo.

La fuerza de su discurso, la contundencia de sus afirmaciones, la lírica de las formas y la epopeya del contenido. En suma, la transmisión de lo que él denominaba la Aventura de la Vida caló en el subconsciente de millones de asiduos a sus programas de radio y de televisión.

Aquel fenómeno de masas jamás se ha vuelto a repetir, y mucho menos con contenidos ambientales. Félix era único. El más grande. Pero el más grande en cualquier disciplina. Sin lugar a dudas.

Félix Rodríguez de la Fuente en Canadá en su última expedición. Foto, www.rtve.es

¿Qué hubiera pasado si Félix no hubiera fallecido allá en el lejano confín de la Tierra? Quién sabe. En realidad, ¿qué más da ahora? Lo que sí podemos decir es qué ha ocurrido en nuestro país sin él durante este tiempo.

Ha habido un gran avance en la conciencia ambiental; y no tengo ninguna duda de que en gran parte ha sido por él. Se han protegido especies y también cientos de espacios naturales por todo el país. Se han parado decenas de impactos y se han establecido leyes ambientales de distinta índole. Se han creado ministerios, conserjerías y concejalías de medio ambiente. Y también  servicios de protección de la naturaleza en los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.

El país ha cambiado radicalmente. El gris ha virado al color. En las escuelas la educación ambiental es ya una prioridad. Y las empresas, si son verdes, venden más.

Sin embargo, queda mucho por hacer aún. Nuevos tiempos, nuevas problemáticas. El cambio climático, la sobreexplotación de los recursos, la pérdida o transformación de los hábitats, la multiplicación de los residuos como producto de una sociedad cada vez más consumista, la invasión de especies alóctonas; y en definitiva, los problemas ambientales derivados de un planeta cada vez más globalizado y más poblado.

Más poblado en unos sitios, aunque también más vaciados en otros. La humanidad cada vez se está haciendo más urbana con el consecuente desapego hacia los procesos naturales. Las personas, en este nuevo milenio que ahora empieza, están distanciándose de la naturaleza y eso no traerá un futuro halagüeño, desde luego. Si la gente no vive el campo, si la gente no vive el monte, si la gente no conoce sus habitantes, difícilmente podrá involucrarse en su protección.

Da la impresión, incluso, que las batallas ecologistas, que tanto tirón tuvieron al morir Félix por todo lo ancho y largo del país, quedan ya fuera de la órbita de la sociedad.

Cuarenta años después nos sigue haciendo falta Félix Rodríguez de la Fuente. Su mensaje eterno. Un mensaje que se hunda en la sensibilidad y en la conciencia de las personas.

Estas palabras que escribo en un día tan señalado como hoy son un humilde homenaje a su persona. Con la pasión y el afecto con el que vivo la naturaleza le dedico el último de los Cuadernos de Campo de mi querida comarca referido a una criatura única, inigualable, y que él amaba profundamente. Una criatura libre, salvaje y dotada de una gran fuerza como la del amigo Félix. Una criatura que, con sus largas y potentes alas, rasga el cielo todos los días. Ese cielo donde está el amigo de los animales. Como si quisiera saludarle.

Termino este ciclo de ensayos sobre la Naturaleza de la Meseta de Requena-Utiel con la más espectacular de sus aves. Una con la que Félix también se emocionaba simplemente con verla planear orgullosa sobre su feudo.

Un águila real rasga el cielo con su inconfundible silueta. Un águila real en las alturas. Un día más nos cuenta su vieja historia. Vamos a escucharla, y qué mejor día que hoy.

Félix Rodríguez de la Fuente con un águila real. Foto, El Mundo.es

¡Kioop! ¡Kioop! ¡Kioop! Un macho adulto grita desde lo alto. Una y otra vez. Ha subido tanto que cuesta verlo. Es un punto entre las nubes. Muchos cientos de metros por debajo de él, una robusta hembra está posada en el borde del cantil. Silenciosa y tranquila, no deja de mirar a su consorte desde la atalaya. De repente se echa al vacío y tras aletear unos segundos se detiene en un enorme nido repleto de ramas verdes de pino.

Al poco y con ciertos movimientos espasmódicos de su cuerpo deposita con sumo cuidado su más valioso tesoro. Un huevo de color blanco sucio y profusamente moteado de marrón apenas se deja ver. Instantes después, y con la mayor delicadeza posible, lo cubre con su vientre. El macho sigue chillando.

El águila real empieza hoy una nueva aventura; precisamente hoy, un catorce de marzo. Un guiño al que fue su benefactor.

Hace unos meses que la pareja de águilas comenzó su llamativo celo. Recién iniciado el año, y desafiando al frío que atenaza los músculos, las reales se dejan llevar por la pasión. Suben y bajan repetidamente de un inmenso espacio aéreo a la vez que pliegan las alas en acrobáticos vuelos nupciales. Llegan incluso a chocar sus garras como símbolo de unión fraternal. Las viejas águilas parecen guardarse fidelidad eterna; o al menos eso creen la mayoría de los naturalistas que las estudian. Las cópulas se suceden en el cinto fluvial. Llevan casi diez años juntas, y eso en los tiempos que corren es casi un milagro. Qué bonitas escenas para unos momentos en que las escondidas rocallas parecían languidecer.

Águila real con ramas para el nido. Iván Moya

Durante las frías jornadas invernales las águilas han ido tapizando con ramas verdes distintos nidos de su paredón, pero uno de ellos mucho más. Es el designado este año. Otras veces utilizaron otros. Les gusta rotar, seguramente por librarse de la presencia de algunos parásitos que siempre quedan de un año para otro en las plataformas. No obstante siempre hay uno que es el preferido en el que crían muy a menudo, incluso varios años seguidos. Esos nidos llegan a tener un tamaño realmente considerable, no siendo raros aquellos que sobrepasan los cien kilogramos como resultado de su utilización durante muchas generaciones distintas.

Las águilas emplazan esas voluminosas estructuras en abrigos y covachas del roquedo, buscando preferentemente la protección de un techado que eluda, o al menos mitigue, las lluvias y las nevadas. Suelen estar a gran altura sobre el suelo llegando a ser totalmente inaccesibles para cualquier merodeador terrestre. No obstante hay algunas águilas que construyen sus nidos en árbol. Como ejemplo de ello cabe decir que tres de las parejas territoriales que se mueven por la Meseta de Requena-Utiel llegan a criar en árbol: una en una carrasca que prácticamente nace al pie de una pared, otra en un pino carrasco también junto a un pequeño cortado, y la última en otro pino de buen tamaño que crece a orillas de una rambla.

El segundo huevo aparecerá en apenas unos días; cinco como máximo. Tras 41 a 44 días de incubación nacerán los polluelos, aunque con el lógico retraso del segundo con respecto al primero. Ello tendrá fatales consecuencias si la temporada no viene con suficiente alimento. Será el primero, y más fuerte, el que acapare la atención de su madre a la hora de recibir las cebas en detrimento de su hermano pequeño, que poco a poco quedará atrás en la crianza e incluso llegará a perecer por inanición.

Las puestas de dos huevos son las más corrientes, aunque en raras ocasiones pueden llegar a depositar tres. Sólo en situaciones de abundancia de comida los tres polluelos podrían salir adelante, aunque son casos realmente excepcionales en la naturaleza.

Durante la incubación y durante la primera parte de la crianza es la hembra la que lleva la casi totalidad del esfuerzo reproductor. Los machos, durante este tiempo se dedican a cazar para su consorte y para unos polluelos que demandan comida con voracidad en pro de un crecimiento rápido. En ocasiones, no obstante, realizan breves relevos en los cuidados de los huevos o de los pollos para que la hembra tenga unos minutos de descanso y pueda ejercitar su musculatura.

Y así transcurren las semanas. Así transcurre la vida de las águilas recién iniciada la primavera. Un mes y medio con los huevos y, luego ya, con los polluelos. Éstos van creciendo y van reclamando cada vez más comida al padre, que no duda en traer un elenco amplio de presas incluidas aquellas aves que ha podido capturar al vuelo al ser más pequeño y ágil que la hembra.

Los polluelos completarán su desarrollo en el nido tras un periodo de 70 a 80 días desde que nacieron. A partir del mes de vida, cuando ya asoman los cañones de las plumas de sus alas y de la cola, la hembra empieza también a cazar y a suministrar alimento. Es ciertamente espectacular comprobar cómo la pareja por entonces se coordina en la captura de sus presas y cómo va trayendolas al nido.

Águila real en vuelo. José Ventura

La primavera es fantástica. Las cebas al nido, el cuidado que los progenitores ejercen con sus crías, los ejercicios de vuelo cuando los pollos ya son grandes. Todo ello no tiene desperdicio. Lejos de ser consideradas como arrogantes, airadas y mal encaradas las águilas reales son tiernas y delicadas cuando se trata de cuidar a su prole. La máquina de matar es en realidad una criatura más de la naturaleza. La nobleza de una matadora inocente. Y qué bonita es.

Dotada de un plumaje  que se va tornando dorado con el tiempo Su cuerpo robusto; su pico acerado y ganchudo; y una mirada penetrante. Sus alas rectas y largas, que se curvan típicamente hacia arriba mientras se sostienen en el cielo. Un águila planea infinitamente; es la dueña del aire. Qué belleza despide, qué serenidad ofrece.

El águila real, dueña del espacio. Emblema de reinos, icono de la fuerza. Símbolo de libertad. Un águila real vuela libremente. Un águila real en las alturas. Bonita historia, bonito animal.

Llegará el final de la primavera, y si las cosas han ido bien en el territorio de las águilas, la pareja podrá ver como sus polluelos saltan del nido en un deseado primer vuelo. Aún pasará prácticamente otro mes antes de que los jóvenes se alejen del cantil que les vio nacer. Hasta entonces son vigilados y cuidados por sus padres, que les seguirán llevándole la comida para que éstos la vayan consumiendo por sí solos tal y como han ido haciendo durante las últimas semanas de permanencia en el nido. Poco a poco, no obstante, irán alargando sus vuelos e incluso acabarán acompañando a sus progenitores ya hacia mediados del verano en sus partidas de caza.

No perderán detalle en todo lo que vean de ellos pues la emancipación se va aproximando. Toca ahora coger la mayor experiencia posible para cuando se dispersen solos por otros territorios desconocidos. Esto ocurrirá hacia mediados de otoño, aunque hay muchos individuos que aguantarán con sus padres incluso hasta el inicio del periodo de celo de éstos, cuando ya definitivamente les animen a emprender una nueva vida.

Muchas cosas nos podría contar el águila real. Hay libros enteros dedicados a la reina de las aves. Y cada uno de ellos tan interesantes que motivan descubrirla en el campo en primera persona. Un apartado realmente atractivo de su biología es el que hace referencia a su alimentación. Es algo lógico, teniendo en cuenta su condición de superdepredadora al llegar a consumir, incluso, otros animales carnívoros.

El águila real presenta un enorme espectro alimenticio formado por  animales muy variados tanto en taxonomía como en tamaño. Así llega a capturar desde roedores hasta crías de ungulados, como por ejemplo chivos de cabra montés; y desde paseriformes de las dimensiones de un zorzal hasta grandes aves como las garzas reales; incluso no desdeña en absoluto la ingesta de lagartos y culebras, ni tampoco la carroña.

Lagarto ocelado, una presa eventual para las águilas. José Ventura.

Sin embargo su dieta básica está constituida por mamíferos de mediano tamaño, como son las liebres, por ejemplo, y muy especialmente los conejos. De hecho aquí, en nuestra comarca, es la pieza más observada en los lances de caza o en las cebas a los propios pollos. Y esto cabe subrayarlo de cara al beneficio que produce su acción en aquellas parcelas agrícolas afectadas por la superpoblación de estos lagomorfos; sobre todo en aquellas situadas en la llanura agraria central, ciertamente alejadas de las zonas de cría.

Se sabe muy bien que determinadas parejas de águilas de la comarca acuden a estos puntos de máxima concentración de conejos para alimentarse. De esta manera actúan de una manera muy favorable al restablecimiento del equilibrio ecológico de los medios agrícolas y por tanto se convierten en unas magníficas aliadas para los agricultores.

Las técnicas de caza de esta formidable especie, de hasta 6 kilogramos de peso y 230 centímetros de envergadura en las hembras para la subespecie homeyeri que es la que habita la península Ibérica, son básicamente tres. De ellas quizás la más recurrida, y la más espectacular, es la que consiste en sobrevolar rauda a poca distancia del suelo laderas de montes confiando en el azar; es decir, en la probabilidad de sorprender a un infeliz animal que en el último momento sale despavorido a escasos metros de su matadora que sabe aprovechar la inercia que lleva consigo.

Un lance brutal que sorprenderá, y convencerá para siempre, al afortunado naturalista que tenga la suerte de poder ser testigo de excepción en el campo.

Las otras estrategias cinegéticas, también muy llamativas consisten en la de abatir una presa vista desde grandes alturas tras planear durante un buen rato o bien desde un posadero encarado hacia un gran sector del territorio de caza elegido. En cualquier caso, acciones que son facilitadas por una de las capacidades de visión más prodigiosas de las que se tiene constancia en el reino animal.

Grandes cazadoras, pero también grandes celosas de sus territorios vitales. No son raras las interacciones con otras especies que osan entrar en sus áreas más querenciosas, especialmente en los alrededores de sus cantiles de cría. Son muy habituales entonces  los picados y los toques de atención hacia otras rapaces u otros habitantes del roquedo como los cuervos o las chovas, por ejemplo, que si se descuidan podrían formar parte también de su dieta.

El águila real, un ave majestuosa.

Qué agradable resulta poder contemplar a estos titanes del aire en los más recónditos parajes comarcales. Su formidable anatomía, su interesante biología y su papel como gran cazador en el ecosistema la hacen una verdadera joya natural; un orgullo para todo un territorio. Las águilas reales se constituyen, en realidad, en unos magníficos bioindicadores de la calidad natural de las sierras que ocupan. Una especie paraguas, al acoger bajo ella otras muchas que conforman una completa y variada biocenosis de los ecosistemas de montaña.

Aquí, en la Meseta de Requena-Utiel, contamos aún con la suerte de tener una buena población de esta formidable rapaz. Los estudios que ha venido haciendo la Societat Valenciana d’Ornitologia en las tres últimas décadas corroboran la presencia actual de un total de dieciocho parejas diferentes que de un modo u otro llegan a utilizar el espacio aéreo comarcal. De éstas, doce suelen nidificar habitualmente en el interior de sus términos municipales. Desde luego un hecho para sentirse muy orgulloso, teniendo en cuenta la fragilidad de este tipo de especies que se sitúan en lo más alto de las cadenas alimentarias.

La reciente historia natural de esta especie ha pasado por serias vicisitudes en España. Durante gran parte del siglo XX fue uno de los objetivos fundamentales de los alimañeros de todo un país. Pastores y cazadores, sobretodo, le declararon literalmente la guerra por considerarla perjudicial para sus intereses. No se le daba tregua alguna; hasta que el amigo Félix le empezó a dar la vuelta a la situación. Se ha llegado a calcular que la población nacional de águila real sufrió una mengua de alrededor de un 30% de sus efectivos entre 1960 y 1990, aunque la masacre ya había comenzado mucho antes.

Ahora mismo la población española no sólo se ha mantenido con los niveles de finales de siglo sino que apunta a un ligero ascenso en lo que llevamos de éste, al menos en lo que hace referencia al cómputo global. La protección que se le ha ido dispensando le está haciendo revertir la dinámica, aunque todavía hay muchas cosas que corregir. Según el censo nacional de la especie que se efectuó en 2008 se estimó que en España había unas 1.553-1.769 parejas reproductoras, de las que 88-92 correspondían a la Comunitat Valenciana y de ellas, 41-43 a la provincia de Valencia, 30-31 a la de Castellón y 17-18 a la de Alicante.

Crestas de la sierra Martés, hábitat perfecto para el águila real.

Tras analizar los resultados obtenidos en aquel censo de 2008, el último coordinado a nivel nacional que se ha publicado, se pueden extraer algunas conclusiones relevantes. En primer lugar se sugiere que la población que habita la Meseta de Requena-Utiel es sin duda una de las más importantes desde el punto de vista demográfico de todo el ámbito autonómico. Los efectivos de Requena-Utiel están adscritos al mejor núcleo poblacional del país: el sistema Ibérico, que con 433 parejas reproductoras representa nada menos que la cuarta parte del total nacional.

Otra reflexión a tener en cuenta es que, a pesar de la persecución implacable a que fue sometida la especie en España, nuestro país tiene todavía un peso específico muy importante a nivel europeo al albergar aproximadamente un quinto de toda la población continental.

Y es que el águila real no se distribuye por todo el continente europeo, ni mucho menos. De hecho está totalmente ausente de grandes extensiones de sus sectores central y occidental. Básicamente se extiende por dos zonas principales: el cinturón de taiga boreal, especialmente en lo que hace referencia a Escandinavia y a Rusia; y los principales macizos montañosos del sur, desde las serranías ibéricas al oeste hasta el Cáucaso por el este, incluyendo los Alpes, el Macizo Central Francés, los Apeninos, los Cárpatos y los Balcanes.

Por lo que respecta a España es más común en su mitad oriental que en la occidental y, aparte del sistema Ibérico, ocupa sobre todo los relieves más abruptos de las cordilleras Béticas, la sierra Morena, los Pirineos y la depresión del Ebro, principalmente.

A pesar de la importante fracción poblacional que acogen estas sierras españolas y de la relativa mejoría con respecto a épocas pasadas todavía son muy frecuentes los factores que la amenazan. Muchos peligros para nuestras queridas águilas ibéricas. Demasiados. Destacan entre ellos las electrocuciones; las colisiones contra tendidos eléctricos o aerogeneradores eólicos; la mortalidad directa por disparos o por venenos; la alteración de la calidad del hábitat, tanto de cría como de alimentación; y las molestias derivadas por presencia

Águila real electrocutada. Agentes Medioambientales de Requena-Utiel.

humana en las inmediaciones de los nidos (senderismo, obras y trabajos forestales, deportes de montaña, vehículos todoterrenos, pesca deportiva y batidas de caza, entre otras afecciones).

Aquí en la Meseta de Requena-Utiel, y por lo que se sabe a raíz de los trabajos de campo efectuados por la Societat Valenciana d’Ornitologia durante tantos años, la problemática no es demasiado diferente a la nacional. Se sabe de muchos abandonos de puestas en época de cría por trasiego de personas en las inmediaciones de los nidos. Hay que recordar que estos animales son muy tímidos y a la mínima saltan del nido al detectar la presencia humana. Ello trae como consecuencia el riesgo que los huevos o los pollos de pocos días se malogren si la afección se alarga unas horas, o a veces incluso unos minutos tan sólo. Todo el esfuerzo de una temporada entera echado a perder por algo que podía haberse evitado fácilmente.

Desgraciadamente también se han detectado en nuestra comarca demasiados casos de águilas electrocutadas, tiroteadas o ahogadas en balsas de extinción de incendios.  Además, en otros tantos casos se corrobora la ausencia de ejemplares sin que pudieran averiguarse las razones exactas de ello por las dificultades intrínsecas que ello conlleva, aunque muy probablemente sean también por causas humanas.

Hay que decir que en la inmensa mayoría de veces nadie tiene constancia de las bajas de estos animales en el medio natural y que sólo salen a la luz por los esfuerzos de naturalistas y de agentes medioambientales, conocedores y sensibilizados por estas problemáticas de origen antrópico. Un ejemplo reciente de ello sería el hallazgo del cadáver de un águila real el pasado otoño bajo un tendido eléctrico en Camporrobles. Cadáver que si no hubiera sido por la decisión tomada por un ornitólogo de recorrerlo adrede en busca de algún animal electrocutado no se hubiera sabido nunca.

Precisamente para ahondar más sobre la biología y la problemática de conservación de esta espectacular rapaz en nuestro ámbito autonómico se ha iniciado un proyecto conjunto entre la Universitat de València y la Generalitat Valenciana en la Meseta de Requena-Utiel. Interesante trabajo del que se espera que aporte información valiosa de cara a una mejor gestión en favor de la preservación de la especie. De hecho hace unos meses se capturaron dos ejemplares adultos correspondientes a una pareja territorial requenense y se les equipó con un radiotransmisor con tecnología GPS. Y ya se van conociendo datos que de otra manera hubiera sido realmente difícil averiguar.

Datos, por cierto, que de momento han resultado ser dramáticos.  Hace apenas unos días que se encontraron muertos los dos ejemplares; en diferentes parajes y con evidencias de muerte diferentes, en principio no atribuibles a razones antrópicas, curiosamente. Es probable que ello sea una excepción a la norma, aunque para corroborarlo hay que seguir apostando por la continuidad de estudios de este tipo aquí que nos aclaren exactamente qué pasa con nuestras águilas y qué viabilidad futura tienen. A pesar de ello, y en cualquier caso, son las causas humanas aquellas que mejor se han ido documentando año tras año y las que se han de ir atajando con voluntad y decisión.

Al hilo de la problemática de conservación del águila real no se puede pasar por alto un último conteo que se hizo en 2018 para la Comunitat Valenciana y que fue coordinado por la Generalitat Valenciana y la Sociedad Española de Ornitología. Y la verdad, deja muchos interrogantes abiertos, ya que los resultados demográficos obtenidos de la especie son claramente inferiores a los conseguidos diez años antes. En total se han detectado 81 parejas distribuidas de la siguiente manera: 33 en Valencia, 28 en Castellón y 20 en Alicante.

Estas diferencias estadísticas quizás puedan ser atribuibles a errores metodológicos en los muestreos realizados; pero también, y esto sería más grave, a la problemática de conservación intrínseca de la especie en la región. Quizás a ese tipo de causas humanas citadas.

En todos y cada uno de los cien Cuadernos de Campo escritos en este tiempo se han hecho mención a las causas humanas. Hoy para el águila real, pero otras veces para otras muchas especies y también para los espacios naturales donde viven. Del factor humano; para bien o para mal. Y es que el hombre es parte de la naturaleza, y en estos ensayos siempre he querido subrayarlo. Ser humano y naturaleza. El Hombre y la Tierra; el mensaje de Félix, tan actual, tan presente.

Un águila real en las alturas.

Desde allí se obtiene la mejor panorámica. La mejor referencia del cambio de los tiempos y de los paisajes. Allá arriba aún permanece el macho atento a cualquier circunstancia. Sabe ya que su pareja acaba de iniciar una nueva etapa; una nueva aventura. La Aventura de la Vida.

¡Kioop! ¡Kioop! ¡Kioop! Grita bien fuerte para que se sepa en su territorio que la reina está ya en el nido. La vieja historia, que se pierde en la noche de los tiempos, vuelve a contarse una vez más. Avanzan las horas y el macho sigue proclamando su alegría. El disco solar acaba por esconderse en el horizonte. Sonido y color. El momento es muy bonito; y la vista también.

Con el bello atardecer de un catorce de marzo acaba un ciclo que con ilusión empecé hace cuatro años y medio. Con el empeño puesto en que la lectura de estos escritos haya contribuido a acercar más la naturaleza de nuestra comarca a sus habitantes. Que la hayan conocido mejor y sobre todo, que la hayan descubierto por sí mismos. Si ello ha servido para quererla más e involucrarse en su cuidado, el objetivo se habrá cumplido.

Descubrir, conocer, querer y proteger. Y también disfrutar. Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel. Qué mejor manera de cerrar una fructífera etapa que deleitándonos observando un águila real en el cielo. La reina de las aves.

JAVIER ARMERO IRANZO

Dedicado a la memoria de Félix Rodríguez de la Fuente y a todas aquellas personas anónimas que aman la naturaleza y se esfuerzan por cuidarla.

Cuaderno de Campo, fin de una etapa. Un águila real en las alturas. Iván Moya

 

 

 

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