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Requena(14/03/17). Cuaderno de campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo

Llega un segundo artículo de este Cuaderno de Campo sobre el ave más valiosa de nuestra comarca, el águila perdicera. Desde el punto de vista de la conservación de la naturaleza lo es,

indudablemente. Su delicada situación a nivel nacional, y por tanto también internacional (ya que la mayor parte de su población europea se concentra en la península ibérica), no deja lugar a dudas de su importancia también en el ámbito comarcal. Y aquí precisamente, los problemas que le afectan tampoco son escasos, como se explicó en el ensayo anterior.

Sin embargo, también es una especie muy valiosa desde el punto de vista de su posición en la pirámide ecológica de los ecosistemas mediterráneos ya que, por su condición de superpredadora, ocupa el vértice de la pirámide trófica en los montes de Requena-Utiel.

Ahora toca hablar de su biología, fascinante biología, y que a buen seguro les va a interesar. El águila perdicera, reina de la sierra; sepamos algo más de ella. La perdicera es, en realidad, un águila de mediano tamaño. Cuenta con unas medidas de unos 55-67 cm de longitud y 142-175 cm de envergadura, siendo las hembras un 25 % mayor que los machos. Su peso viene a oscilar entre los 1,9 kg de los machos y los 2,6 kg de las hembras, aproximadamente.

De su morfología destaca la presencia de una cabeza más bien pequeña, garras grandes y una cola relativamente larga. Este último aspecto, junto con unas alas más cortas, anchas y redondeadas que las de otras rapaces similares le otorga una silueta de gran maniobrabilidad en vuelo y le dota de la notable agilidad que le caracteriza.

El plumaje del águila perdicera es bien distintivo. Los ejemplares adultos lucen un bonito contraste entre los blancos del vientre y flancos, finamente goteados de oscuro, y los marrones negruzco de las zonas dorsales, a excepción de una característica mancha blanca en la parte superior de la espalda, bien visible desde lejos cuando el animal ciclea típicamente por el aire. En cambios los individuos juveniles y subadultos muestran un plumaje con predominio de tonos, primero canelas y luego marrones, que van transformándose en los definitivos hacia los cinco años de edad.

La subespecie nominal, Aquila fasciata fasciata, que es la que tenemos en España, se distribuye por el sur de Europa, norte de África, Próximo y Medio Oriente, la India e Indochina. La población de las Sondas Menores (Indonesia) pertenece a la subespecie Aquila fasciata renschi.

En Europa el águila perdicera se extiende por los países de la cuenca mediterránea, destacando su presencia en España, Portugal, Francia, Italia y Grecia, principalmente.

Llama poderosamente la atención que de todos ellos el nuestro, y con mucha diferencia, asume una gran importancia en su conservación europea a nivel de especie. En concreto, el último conteo nacional del que se dispone (de 2005), establece la población nacional en unas 733-768 parejas reproductoras, lo que supone más del 75 % de los efectivos continentales.

En España se localiza sobre todo por las sierras litorales y prelitorales del arco mediterráneo, desde Cataluña hasta Andalucía pasando por la Comunidad Valenciana y la Región de Murcia; pero también por comunidades limítrofes a éstas, especialmente Castilla-La Mancha y Extremadura. De hecho estas seis regiones concentran aproximadamente a un 92 % de la población estatal censada en 2005.

La presencia en otras regiones es mucho más escasa, dispersa y en ocasiones relicta, como ocurre en grandes áreas del centro y norte peninsular. En las islas Baleares desapareció como reproductora habitual hace medio siglo, aunque en la actualidad se está llevando un proyecto de reintroducción en Mallorca con resultados muy positivos.

El águila perdicera se establece en unos ambientes muy característicos: sierras de baja y media altura, con una estructura paisajística con cierta visibilidad para la detección y captura de sus presas, y con predominio de cantiles rocosos de cierta entidad que necesita para ubicar sus aparatosos nidos.

Esos requerimientos ecológicos, en realidad, tienen la suficiente amplitud para que las águilas ocupen territorios muy dispares, desde ambientes más o menos subdesérticos en el sureste ibérico hasta masas más o menos forestadas como las que tenemos en nuestra comarca. En cualquier caso, siente predilección por aquellos parajes más inaccesibles y caracterizados por contar con desfiladeros y gargantas fluviales, donde abundan los grandes tajos y cintos que son utilizados para criar.

Ahora en la época en que nos encontramos, a mediados de marzo, las águilas se encuentran echadas en sus nidos terminando la incubación de sus huevos. Es uno de los momentos más delicados de su ciclo vital. Cualquier injerencia de origen antrópico puede producir el abandono de su puesta, y por tanto, echar al traste toda la inversión reproductiva de una temporada entera.

Son las hembras las que llevan el peso de la incubación y la posterior crianza de los polluelos. El macho contribuye, no obstante, a cazar y a aportar a su pareja los suministros proteicos que ésta y su prole necesitan, y a defender el entorno inmediato del nido de otras rapaces que pudieran comprometer el proceso reproductor. En este sentido es muy  conocido entre las gentes del campo, y entre los propios naturalistas, el elevado celo que ponen los pequeños machos en acosar y a expulsar del territorio a especies mayores que ellas, como el águila real, vecino frecuente de los escarpados dominios de las perdiceras.

La biología de la reproducción de la bella protagonista del escrito de hoy es, sencillamente, espectacular y muy atractiva a ojos del amante de la naturaleza. Como fiel representante de la estrategia ecológica de la k, el águila perdicera invierte muchos recursos energéticos en asegurar la crianza. Quizás demasiados, y eso probablemente le conduce a unas tasas de natalidad que no compensan  los elevados índices de mortalidad no natural en que se encuentra comprometida en las últimas décadas y que le conduce a un declive poblacional en muchos lugares de su área de distribución.

Las águilas perdiceras mantienen fielmente los vínculos de la pareja temporada tras temporada, año tras año. Ya en el mes de noviembre empiezan a ser habituales y con una cadencia creciente los vuelos nupciales. Impresionantes acrobacias aéreas en las que ambos ejemplares vuelan al unísono, entremezclan vistosamente sus trayectorias, efectúan unos picados dignos de cualquier exhibición aeronáutica, e incluso llegan a entrechocar sus garras.

Créanme si les digo que es un verdadero espectáculo visual que alegra y vitaliza las cortas y frías jornadas otoñales e invernales de nuestros montes. Vuelos de afianzamiento de pareja, de marcaje territorial, y que se sucederán en los meses venideros, hasta que en el mes de febrero la hembra deposite en el nido dos preciados huevos.

Además, y previo a esa puesta, los dos ejemplares de la unidad reproductora van reparando uno de sus numerosos nidos que suelen tener en el cantil o cantiles de cría. Lo van tapizando con ramas verdes de pinos (aquí en la comarca es lo habitual) o de otros árboles hasta conformar un mullido y confortable cuenco donde la hembra pasará echada incubando durante 39 ó 40 largos días; largo tiempo apenas ininterrumpido por cortos descansos, en los que aprovecha para volar y desentumecer los músculos, agarrotados por tanto tiempo de inactividad seguida.

Y tras la larga incubación, el milagro de la vida; la aparición de dos bolitas blancas de suave plumón anuncia que los príncipes de la sierra acaban de nacer. Con sumo cuidado y con el tremendo amor que cualquier madre dispensa a sus hijos, la perdicera mima su raza, su sangre, su estirpe; su esperanza depositada en esos pequeños e indefensos seres que colma de atenciones y de ternura.

Y así transcurre la primavera recién estrenada. La hembra protege a los pollos de las inclemencias del tiempo; de las lluvias primaverales, de esos días fríos tan habituales en nuestros montes todavía en el mes de abril, pero también de los soles abrasadores de mayo, que tampoco son raros por aquí.

El macho, por su parte, se afana en cazar para él, para ella y, también para sus hijos, que hacen gala de un hambre insaciable y que necesitan el aporte diario de presas para completar un desarrollo que culminará con el primer vuelo, unos dos meses después de su nacimiento.

Una vez los pollos abandonan el nido no se alejarán mucho del mismo. Permanecerán las primeras semanas en el cortado donde nacieron, siendo aún alimentados por sus padres, ejercitando sus alas y realizando sus primeros ejercicios de vuelo. Poco a poco, conforme van ganando seguridad en ellos mismos, se irán alejando del territorio natal  e irán adquiriendo la técnica y la destreza en la caza que les permitirá ya hacia finales del verano independizarse plenamente de sus progenitores. Es entonces cuando se abre un periodo lleno de dificultades, y también de peligros; el de la dispersión hacia territorios desconocidos, lejos del ambiente donde nacieron.

La diáspora juvenil supone un reto complicado de cara a la supervivencia de las águilas perdiceras. La falta de experiencia y el desconocimiento de los recursos alimentarios de los distintos paisajes que sobrevuelan suponen unas dificultades que deben ir superando. Se sabe, en base a estudios realizados con individuos juveniles marcados con emisores, que las águilas se dispersan a lugares distantes a varios centenares de kilómetros, incluso pudiendo cruzar el estrecho de Gibraltar y recalando en el continente africano (aspecto que se ha descubierto recientemente).

Se ha documentado también la existencia en la península ibérica de áreas que concentran buenas densidades de ejemplares juveniles y que se caracterizan por la abundancia de alimento pero sin presentar las características topográficas típicas para que las águilas se establezcan como reproductoras. Así son conocidas zonas de dispersión importantes en ciertos sectores de los montes de Toledo, de las llanuras manchegas, o ya en nuestra comunidad autónoma, la propia sierra de Escalona, al sur de la provincia de Alicante.

Los jóvenes, que no presentan una filopatría clara, ya hacia los tres años de edad, pueden regentar territorios de cría lejanos a donde nacieron, sustituyendo a algún ejemplar adulto que ha podido morir recientemente en el mismo.

Otro aspecto interesante de la biología de esta rapaz la constituye sus hábitos alimentarios. Originalmente, y antes de las devastadoras enfermedades que han asolado las densidades de conejos en España en las últimas décadas, este lagomorfo constituía su pieza básica en prácticamente todo el país.

En la actualidad, sin embargo, y dependiendo de la disponibilidad de recursos tróficos disponibles en cada uno de los territorios vitales, adapta su dieta  a un amplio espectro alimentario, en el que ahora las aves como los córvidos, e incluso los reptiles como los lagartos y culebras de mediano y gran tamaño, constituyen una parte fundamental de la misma. No es raro, además, que controle las poblaciones de otros depredadores como zorros  y otros mamíferos carnívoros de mediano tamaño.

La estructura corporal del águila perdicera, y especialmente el diseño de sus alas y su cola, permite que se comporte como una especie más ágil que otras águilas de tamaño similar o incluso mayores, como es el caso del águila real; aspecto que le permite capturar con mayor facilidad presas más complicadas como son las aves. Y, en este sentido, cabría mencionar su valentía sin igual al enfrentarse a especies de mayor envergadura que ellas mismas.  Recuerdo un par de casos distintos, al menos, de ver los despojos de sendas garzas reales en las inmediaciones de un nido requenense de águilas y que sin duda habían sido capturadas y devoradas por ellas. Realmente espectacular.

El águila perdicera, magnífica ave de presa. Pero con graves problemas de conservación. A diferencia de otras rapaces que pueblan los montes de la península ibérica, muestra desde hace años un  continuado declive numérico que no parece frenarse en la actualidad.

Los censos que a nivel nacional o autonómico se van realizando nos confirman que la población ibérica se halla estancada en gran parte de su territorio nacional o incluso en decadencia en muchos otros, especialmente en aquellas comunidades autónomas de la periferia de su área de distribución original. De hecho son varias regiones las que ya han perdido a la especie entre sus aves reproductoras y otras están a punto de hacerlo.

Ello contrasta con la situación de otras rapaces ibéricas que, en general, han venido mejorando su demografía desde que se hizo efectiva su protección allá por los años 70 del pasado siglo, en que se dejaron de considerar oficialmente como alimañas y a las que había que perseguir a toda costa. A nivel europeo, además, las cosas no son muy diferentes.

Por todo ello, se considera necesario que se tomen medidas eficaces que traten de revertir la situación. Acciones que traten de disminuir las altas tasas de mortalidad, especialmente de ejemplares adultos, y otras tendentes a la protección y mejora de sus territorios de cría, alimentación y de dispersión juvenil.

 En Requena-Utiel todavía quedan trece parejas de águilas perdiceras cuyos territorios se extienden, al menos en parte, por su geografía comarcal. Trece parejas de las dieciséis de las que se tenía constancia a finales del siglo XX. Trece parejas que luchan, año tras año, por sobrevivir; por aferrarse a un territorio histórico, herencia de un paisaje en la que vivieron sus antepasados desde tiempos inmemoriales.

Especie icono de la naturaleza salvaje mediterránea; un valor y un orgullo para todos nosotros que no podemos ni debemos dejar de lado.  Su conservación es una obligación ética y moral de una sociedad que pretende ser avanzada, culta y respetuosa con su patrimonio natural.

El águila perdicera, reina de la sierra; señora del cantil. Desde su atalaya, en lo alto del roquedo vislumbra un nuevo día, una nueva oportunidad de echar el vuelo y de proclamar su dominio tanto en el cielo como en lo quebrado de su feudo.

JAVIER ARMERO IRANZO

Dedicado a la memoria de aquel hombre que tanto luchó por la protección de los animales, y especialmente de las aves rapaces en una España, por entonces, demasiado ignorante e insensible.

A Félix Rodríguez de la Fuente, que tal día como hoy nos dejó hace ya 37 años.

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