La contemplación de la naturaleza y de su vida silvestre es una de las actividades más placenteras y gratificantes que podemos llevar a cabo en los campos y montes de nuestro entorno más inmediato. A lo largo del ciclo anual se van produciendo observaciones y citas de especies que colman el interés del naturalista que sale al medio natural tratando de registrar todos esos cambios o hechos que caracterizan los distintos momentos.
Conforme se va ganando experiencia y con el saber acumulado con los años, muchos de esos registros van confirmando las hipótesis de partida de los naturalistas que salen al monte con los objetivos bien delimitados. Y así, en el terreno concreto de la ornitología, la ciencia va abriéndose camino año tras año. Cada vez vamos conociendo mejor las aves que pueblan los distintos ambientes comarcales, las épocas en que se presentan, y los requerimientos ecológicos que precisan.
Y uno de los grandes objetivos que yo mismo me había marcado en los últimos tiempos era el de detectar en la Meseta de Requena-Utiel a una emblemática ave ibérica que con la expansión demográfica y geográfica en la que está inmersa en las últimas décadas podría aparecer en cualquier momento y en cualquier lugar en ella. Y se ha podido hacer realidad.
El pasado 10 de septiembre tuve la suerte de ver un ejemplar de águila imperial ibérica que sobrevolaba el Montote y otros parajes cercanos de la sierra de La Herrada en el término municipal de Requena. Fue una observación preciosa, muy esperada y que nos llenó de emoción tanto a mi amigo y experto naturalista requenense Pablo Ruiz como a mí mismo. Un día para recordar.
Nos encontrábamos en lo alto del Montote con la intención de detectar el trasiego migratorio de determinadas aves rapaces diurnas que como el abejero europeo, el milano negro, el aguilucho cenizo, la culebrera europea o el águila calzada, entre otras, cruzan en esas fechas el espacio aéreo con dirección norte-sur para dirigirse hacia el estrecho de Gibraltar. Allí, tras atravesar los escasos 14 kilómetros de mar podrán llegar al continente africano donde se localizan sus cuarteles de invernada, principalmente al sur del desierto del Sáhara para todas estas especies.
La mañana no fue demasiado fructífera pues apenas se detectaron algunas de las aves que pretendíamos; pero la silueta inconfundible de un águila compensó enormemente las horas muertas mirando el cielo sin apenas resultados. Se trataba de un bonito ejemplar hembra de águila imperial ibérica nacido este mismo año a tenor del plumaje rojizo que ostentaba. No tuvimos dudas en identificarla: coloración anaranjada en el pecho y más oscura en las plumas rémiges y rectrices, zonas claras bajo las alas, el borde de fuga clarito, líneas claras en la parte superior del plumaje, obispillo claro,…
No había duda. Se trataba de esa especie con la que habíamos soñado; o al menos yo lo había hecho durante años y años. Y allí estaba, a poca distancia por encima de nosotros, ganado altura en una corriente térmica realizando unos ciclos pausados que permitían observar su heráldica silueta, su notable envergadura y la potencia contenida en la mirada majestuosa de una gran águila.
El águila imperial. Allí estaba. En el Montote…
Poco después enfiló hacia el suroeste en vuelo rectilíneo hasta que desapareció en el horizonte. No olvidaré jamás esos minutos de gloria.
Tres semanas más tarde, el domingo 2 de octubre, volvimos al Montote como cada semana para seguir controlando el trasiego aéreo de las aves rapaces migratorias cuando otra vez a media mañana observamos al águila imperial en las mismas localizaciones y realizando exactamente lo mismo. No podemos saber con seguridad, ni mucho menos, que fuese el mismo ejemplar, pero la descripción tanto de su anatomía como de su comportamiento fue idéntica. Es posible que se tratara, efectivamente, del mismo individuo, en dispersión desde el lugar donde nació, y cuyos movimientos rutinarios obedecieran a un patrón de actividad que pudiera haber establecido. Pero eso no lo sabremos nunca…
Veamos a continuación cuál es la situación actual de esta magnífica ave en nuestro país para entender mejor estas observaciones y a qué pueden responder.
El águila imperial ibérica, Aquila adalberti, ha sufrido en España un acusado declive poblacional durante la casi totalidad del siglo XX, lo que le llevó incluso hasta el mismo límite de la extinción como especie. Su área de distribución mundial se circunscribe únicamente a la península ibérica, especialmente en nuestro país, en donde quedó relegada en el momento más crítico con apenas una treintena de parejas reproductoras en las mejores manchas de bosque mediterráneo. Concretamente, a mediados de los años 70 del pasado siglo (en 1974) se realizó el primer censo nacional de la especie. El drama que se presentía por aquel entonces se plasmó numéricamente: tan sólo se detectaron 38 parejas. Estaba en el mismo borde del abismo.
Es posible que algunos territorios de cría pudieran pasarse por alto en ese primer conteo oficial, pero la situación era insostenible, desde luego. Un cambio en la política de conservación de las especies, y sobre todo un cambio en la mentalidad de las personas del campo, que habían considerado a estos animales como alimañas y a las que había que perseguir por todos los medios, hizo que en las siguientes décadas se constatara una lenta pero continua recuperación de la especie y que, en general, no ha parado hasta ahora. Y en ese sentido, mucho tuvo que ver la mediática figura del genial Félix Rodríguez de la Fuente que, con el uso de unas imágenes televisivas impactantes y, sobre todo, con la fuerza y la persuasión de su palabra (no ha habido en la historia reciente de nuestro país un comunicador más eficaz que él) consiguió detener la sangría. Hizo posible un necesario cambio de la imagen de las aves rapaces, hasta entonces consideradas poco menos que transmisoras de todo el mal, por lo que realmente son: unos animales bellos como pocos y enormemente valiosos desde el punto de vista del equilibrio del ecosistema, por formar parte del vértice superior de sus niveles tróficos. Va aquí mi más modesto reconocimiento a su persona.
Así en el segundo censo, en 1986, la cifra era ya de 104 parejas de las cuales 92 eran reproductoras. En 1989 la población se situaba en 120 parejas y en 1994 se llegaba ya a 140. En 1999, sin embargo, el censo nacional indicaba un retroceso hasta las 132 parejas, quizás debido a la intensidad del azote por entonces de una nueva enfermedad vírica que afectaba al conejo de monte, su principal presa.
En 2001 se aprobó en España la Estrategia Nacional para la Conservación del Águila Imperial Ibérica. A partir de ahí, y al aplicarse eficaces medidas de protección, la población reproductora nacional no ha parado de crecer hasta la actualidad. En 2013, último censo del que se tiene acceso, se localizaron 396 parejas reproductoras en España y 11 más en Portugal. Y se cree que la suma de las poblaciones españolas y portuguesas ha podido superar ya las 500 parejas reproductoras en 2016 (datos provisionales y pendientes de confirmación).
Afortunadamente la tendencia ha sido claramente positiva y la situación, hoy, es muy diferente a la que tenía apenas unas décadas atrás.
Distintas problemáticas llevaron a la más genuina de nuestras águilas casi a la misma desaparición en aquellos horrorosos años. Quizás la más repudiable haya sido la persecución directa a la que se ha visto sometida. El perfeccionamiento de las armas de fuego, el uso de cebos envenenados, la destrucción sistemática de sus nidos o el expolio de los mismos de huevos y pollos y su posterior comercio con personajes de dudosa reputación, que pagaban importantes cantidades por tener en su colección ejemplares de esta rapaz única en Europa, llevaron consigo una radical disminución no sólo de la población numérica de águilas sino también de su área de distribución.
El drama se dibuja a partir de finales del siglo XIX y se recrudece a lo largo del siguiente. Las Juntas Provinciales de Extinción de Alimañas, instituciones oficiales impulsadas por un gobierno ignorante e insensible tras la Guerra Civil Española fue la puntilla. Se premiaba económicamente por cada uno de esos animales considerados perjudiciales para los intereses del hombre. ¡Malos tiempos para las águilas y especialmente para la imperial! ¡Y qué paradoja la de tener su imagen representada en la bandera nacional, emblema de todo un país! País mediocre y tercermundista por aquel entonces que casi acaba con uno de sus mayores tesoros nacionales.
Por si fuera poco, ya décadas atrás otra gravísima situación se venía produciendo por muchos rincones de la geografía ibérica: la transformación de cientos de hectáreas de montes y dehesas que fueron rápidamente convertidas en campos de cultivo. Nuestras águilas iban perdiendo terreno a favor del hombre, quedando así arrinconadas en los más abruptos e inaccesibles parajes de intrincada orografía al abrigo de sierras y desfiladeros del cuadrante suroccidental peninsular. También quedó algún espacio natural que por motivos relacionados con la nobleza y su afición venatoria no fue tocado por el terrible hacha y así pudo salvaguardar al águila, asegurando su permanencia hasta nuestros días. Me refiero a los montes de El Pardo, en Madrid, y al Coto de Doñana, junto a la desembocadura del Guadalquivir.
Y nuestra comarca no fue una excepción. Se sabe que la imperial pudo habitar sus montes y dehesas hasta finales del siglo XIX, aunque ya por entonces debía ser un animal muy raro en la demarcación. Así la única referencia de la que se dispone procede de Arévalo y Baca, que en su monografía Aves de España, publicada en 1887 (Imprenta Aguado de Madrid), cita un ejemplar de la colección de aves del Museo de Valencia referenciado en Requena (Valencia).
La Meseta de Requena-Utiel sufrió una terrible transformación de su paisaje natural tras las distintas desamortizaciones que se produjeron a partirdel siglo XVIII, y sobre todo durante el siglo XIX. Las magníficas masas de bosque mediterráneo situadas en la llanura central, previamente transformadas en dehesas en las que pastaban los rebaños de ovino, fueron eficazmente roturadas (o rozadas, que es como aparece en las descripciones de la época) dando paso primero a labores cerealistas y después, con el fervor de la viticultura, a grandes fincas dedicadas a la vid. La persecución directa hizo lo restante.
El resultado fue un empobrecimiento generalizado de la comunidad de organismos ligados a esos ambientes peninsulares tan típicos, y la rarefacción o extinción definitiva de aquellas especies más sensibles y de mayor tamaño que no pudieron disponer de un mínimo territorio vital donde poder cubrir sus necesidades básicas de reproducción, y en definitiva de supervivencia. Sin lugar a dudas, el águila imperial fue una de ellas.
Quizás siglo y medio sin disfrutar de su silueta en el cielo. Demasiado tiempo. Pero como el Ave Fénix, el Aquila adalberti resurge con brío de sus cenizas. La recuperación poblacional que está viviendo en estas últimas décadas la está haciendo retornar a sus antiguos feudos. Lentamente, su área de distribución va ensanchándose tanto hacia el norte y el oeste, como hacia el este; y esto último nos interesa, y mucho. Así, ya se conocen territorios de cría en la provincia de Albacete. Concretamente se sabe que desde hace pocos años ya hay individuos reproductores en ciertas sierras que en línea recta con el Montote apenas sobrepasan los 100 km de distancia (104, para ser exacto). Las imperiales están ya ahí mismo.
Por lo poco que sé de su biología, la observación de este ejemplar (o ejemplares) en Requena puede ser atribuible a movimientos dispersivos o predispersivos desde su lugar de nacimiento. Los pollos abandonan el lugar que les vio nacer hacia finales del verano. Entonces realizan vuelos predispersivos de larga distancia. Así, algunos ejemplares pueden realizar vuelos exploratorios que pueden llegar a un centenar de kilómetros y volver a su área de nacimiento a los pocos días. Pero también hay águilas que llevan a cabo vuelos mucho mayores, y que acaban por establecerse durante una larga temporada en ciertos territorios con buena disposición de recursos alimentarios. Estas áreas se denominan áreas de dispersión juvenil y suelen corresponderse con zonas con escasa vegetación arbórea y donde, por lo general no existen parejas reproductoras territoriales.
Aparte de estos registros se cuenta con un par de referencias más procedentes de los últimos años y que he podido investigar recientemente. En concreto hay una publicada en la revista Quercus (de divulgación sobre la naturaleza ibérica y de tirada mensual), en su número 328, de junio de 2013. En ella aparece un artículo titulado Conservando las especies emblemáticas del monte mediterráneo. Proyecto Life-PrioriMancha firmado por Sánchez J.F., Díaz M.A., Mata M., Castaño J. P., y Robles M., y en el que se muestra un mapa de localizaciones de 57 ejemplares jóvenes marcados nacidos en distintos lugares de Castilla-La Mancha y marcados con un emisor satélital GPS (5) o VHF convencional (52) entre 2009 y 2012. Pues bien, en ese mapa se muestran tres puntos pertenecientes a la Meseta de Requena-Utiel y que corresponden a aves localizadas allí en un momento determinado: dos situados en el término de Camporrobles y otro próximo al barranco de las Salinas de Hórtola, en el término municipal de Requena.
La otra referencia de la que se dispone es de la observación directa de un ejemplar por Javier Arribas Carretero, agente medioambiental de Castilla-La Mancha. Se trataba de un individuo joven que pudo ver en la mañana del 14 de abril de 2014 posado en un árbol del paraje de Los Cuchillos, en el municipio de Minglanilla, pero a escasa distancia del de de Villargordo del Cabriel (y por tanto del límite comarcal), del que lo separa el cauce del río Cabriel.
La dispersión hacia zonas a gran distancia de donde nacieron y su estancia posterior en ellas sirven para facilitar el intercambio genético entre las distintas poblaciones y, además, para extender el área de distribución de la especie. Ojalá la dinámica demográfica ascendente de este emblemático animal de la fauna ibérica, permita más observaciones en Requena-Utiel y que determine, algún día cercano, que la especie se establezca como nidificante en ella.
A pesar de la fuerte transformación paisajística que sufrió la comarca en los siglos pasados todavía quedan grandes superficies forestales susceptibles de ser ocupadas por el águila imperial y en donde la abundancia de conejos, componente fundamental de su dieta, parece estar asegurada. Las sierras de Juan Navarro y de la Bicuerca, o los extensos pinares de Sinarcas, son buenos ejemplos de ello. Pero también lo son los montes de La Herrada del Gallego, que con el Montote como punto más alto, ofrece un hábitat ideal para la reina de las aves. Hay que recordar que la imperial es un águila de bosque, a diferencia de la real, Aquila chrysaetos, mucho más serrana. En lo más recóndito y tranquilo de la foresta la imperial ubica su enorme nido en un árbol de gran porte. Y lugares allí, desde luego no le faltan.
Desde que la vi sobrevolar nuestras cabezas no dejo de pensar en ella. Ha pasado mucho tiempo desde que desapareció. Quizás el momento de que retorne no está lejano; ese es mi deseo.
Hasta que llegue sueño despierto a menudo en que una hermosa hembra se echa en su nido cuidando el tesoro que guarda bajo el vientre. En un viejo árbol de un hermoso lugar donde observa el ir y venir de los días. Días apacibles en que la relación entre el hombre, su viejo enemigo, y la naturaleza conviven en paz y en armonía.
La vuelta de la imperial solo será posible así.
JAVIER ARMERO IRANZO