LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG
Sí, y déjense de mandangas. Esto es lo que habría que decirles a muchos de nuestros políticos. Es evidencia sin discusión, que el discurso político se nutre de la historia, pero no de toda, sino de aquellas partes que le resultan útiles en su afán de convencer para recibir el apoyo popular. En las circunstancias críticas de nuestro tiempo, cunden los ejemplos de aquellos jirones de la historia que cada día van soltando los políticos de turno en esos mítines cotidianos y en los del fin de semana.
Uno de estos jirones más socorridos es el período de la Restauración, que se extiende entre 1875 y 1931. El período, sin entrar en pormenores, está marcado por un turno de partidos dinásticos (liberales y conservadores) que manipulan a su antojo a los votantes a través de las diferentes aristas del caciquismo. Con gravísimos problemas el sistema tira hacia adelante hasta el golpe militar de Miguel Primo de Rivera en 1923 y es, finalmente, desmantelado en 1931, al iniciarse la Segunda República.
Está claro que las comparaciones -subrayemos que siempre parciales- se producen entre la Restauración como sistema anquilosado, ajeno a la voluntad de la nación, y la democracia actual, lastrada -se dice- por los fantasmas dejados sueltos durante la Transición, esto es, el borrón y cuenta nueva con el que se saldó el período demasiado largo de una cruel dictadura que amordazó y condenó al subdesarrollo a varias generaciones de españoles.
En ambos casos estos modelos fueron una respuesta al intento de modificar la situación anterior y plantear una estabilidad a la política española: la Restauración, respuesta al intento democratizador del Sexenio democrático (1868-1874); la Transición, pasar de un régimen dictatorial como fue el del general Franco a otro democrático, similar a los existentes en Europa occidental. En ambos casos se intenta un alejamiento de los militares de la política y se garantiza la estabilidad mediante la alternancia pacífica de dos partidos mayoritarios. Quedando la Jefatura del Estado sobre las sienes de un monarca constitucional.
Hay que decir que los dos sistemas políticos alcanzan sus objetivos: pacificación del país, gobiernos más largos de lo habitual, ausencia de conspiraciones y pronunciamientos en el caso de la Restauración; libertades políticas, derechos sociales, reconocimiento del autogobierno de los territorios del Estado, inserción en Europa, en el caso de la Transición. Los dos sistemas consiguieron asentarse sobre un sistema constitucional estable: Constitución de 1876 y Constitución de 1978.
La historia de la restauración no tiene nada de idílica; tampoco la del período inaugurado en 1978. Los dos sistemas funcionaron relativamente bien engrasados hasta que un conjunto de acontecimientos muestran el contraste entre, en palabras de Ortega y Gasset, la España oficial y la España real: en el caso de la Restauración fue el llamado Desastre del 98; en el caso actual, bien podríamos hacer mención a la crisis y, especialmente, la corrupción.
El sistema de la Restauración y su poca adaptación a los cambios provocó que grupos políticos y grandes sectores de la sociedad permanecieran en una situación de marginación con respecto al sistema y promovieran una oposición, que acabó por cogerle el gustillo a las huelgas y manifestaciones, con casos de ataques anticlericales demasiado frecuentes. Junto a los partidos tradicionales de oposición (en la Restauración, carlismo, republicanismo, ultracatólicos; en la Transición, la actual IU) aparecen nuevos movimientos políticos: en la Restauración, el nacionalismo y el obrerismo; en la Transición, el independentismo de vascos y catalanes y los movimientos sociales y políticos relacionados con el 15-M. El auge de los nuevos polos políticos desestabiliza el sistema; todo el edificio partidista edificado desde 1978 parece estar a punto de derrumbarse, empezando, lógicamente por la izquierda.
La denuncia de esta situación de corrupción actual indigna a toda la sociedad. Una sociedad cada vez más moderna y hastiada de manipulaciones, en 1900. Una sociedad crecientemente polarizada, aquejada de un cisma terrible entre ricos y pobres, en el caso de 2015. Y se habla, en un caso y en otro de candados y llaves. La generación del 98 habla de «echar doble llave al sepulcro del Cid»; Pablo Iglesias, líder de Podemos, habla de «abrir el candado de 1978«. Reaparece una vez más una palabra clave, el Regeneracionismo, que pide modificar el sistema político vigente o, si es necesario, cambiarlo totalmente. ¿Quién es el Joaquín Costa de 2015? Esta pregunta es casi banal; peor sería formular la otra: ¿quién será el cirujano de hierro costiano llamado a realizar las transformaciones?
Este regeneracionismo parece apoderarse de todos los ámbitos políticos, incluso a aquellos que apoyan el sistema vigente: Maura, desde el Partido Conservador, y su «mayoría silenciosa» que le apoyaría si triunfaran sus reformas. Puede verse aquí la pretensión del presidente Rajoy de representar a esa mayoría laboriosa, silenciosa y moderada. Rajoy no es Maura, pero en todo caso, por el bien de todos, hay que desearle mejor suerte que al político mallorquín.
Desde el Partido Liberal de 1910, Canalejas desarrolla nuevas leyes para atajar los males de la época, el reclutamiento de solo los ciudadanos pobres al servicio militar, el peso de la Iglesia en la educación. ¿Quién representa este regeneracionismo alternativo dentro del sistema? ¿Es el Pedro Sánchez del PSOE?
En esta España de la crisis, las seguridades parecen haberse evaporado. Los grandes partidos están muy desgastados, como los dos grandes partidos restauracionistas del período 1900-1923. Iglesias no hace sino repetir la cantinela de que son la “casta”, se entiende que la casta dominante.El desgaste de los partidos que han tocado poder en la España actual es tan evidente como el de los dos turnistas de hace cien años. Han desaparecido los grandes líderes iniciales, los guías hacia la tierra prometida; hay miedo a perder o no poder ganar el poder; existen rivalidades internas; las estructuras de partido se muestran tan rígidas que no parece brotar de ellas la sabia regeneradora necesaria. ¿Para qué seguir? Muchos estudiantes se plantean estas similitudes; otros también se adentran en el peligroso terreno de delinear futuro: ¿Un sistema republicano para mañana como el del 14 de abril de 1931? A lo mejor hay que afinar más en las comparaciones, y entonces va a resultar que los parecidos son más bien genéricos y casi todo lo demás es absolutamente distinto.
Igual que los estudiantes, los políticos harían bien en leer buenos libros de historia, y hablar con juicio y sobre seguro, sin manipulaciones. Quizás sea mucho pedir.
En Los Ruices, a 11 de febrero de 2015.